Digamos inmediatamente, para empezar, que el demonio hace lo imposible para no ser descubierto, que es muy parco en palabras, que busca todos los caminos para desalentar al paciente y al exorcista.
Para mayor claridad, distingamos su comportamiento en cuatro fases: antes de ser descubierto; durante los exorcismos, poco antes de la expulsión y despuésde la liberación. Advirtamos también que nunca hay dos casos iguales. El comportamiento del maligno es muy variado e imprevisible.
Lo que escribimos aquí sólo se refiere a algunos de los aspectos más frecuentes de esa conducta.
1. Antes de ser descubierto. El demonio causa trastornos físicos y psíquicos, por lo que la persona afectada recibe tratamiento médico sin que nadie sospeche el verdadero origen del mal. A veces los médicos tratan los trastornos largamente, probando varias medicinas, que siempre resultan inadecuadas; por ello lo habitual es que el paciente cambie varias veces de médico, acusándoles de no entender su mal. Más difícil es el tratamiento de los males psíquicos; muchas veces los especialistas no encuentran nada (esto ocurre con frecuencia también para los males físicos) y la persona pasa a los ojos de sus familiares por «majareta». Una de las cruces más pesadas de estos «enfermos» es la de que no son comprendidos ni se les cree.
1. Antes de ser descubierto. El demonio causa trastornos físicos y psíquicos, por lo que la persona afectada recibe tratamiento médico sin que nadie sospeche el verdadero origen del mal. A veces los médicos tratan los trastornos largamente, probando varias medicinas, que siempre resultan inadecuadas; por ello lo habitual es que el paciente cambie varias veces de médico, acusándoles de no entender su mal. Más difícil es el tratamiento de los males psíquicos; muchas veces los especialistas no encuentran nada (esto ocurre con frecuencia también para los males físicos) y la persona pasa a los ojos de sus familiares por «majareta». Una de las cruces más pesadas de estos «enfermos» es la de que no son comprendidos ni se les cree.
Casi siempre ocurre que, tarde o temprano, tras haber llamado en vano a las puertas de la medicina oficial, esas personas acuden a curanderos o, lo que es peor, a magos, quirománticos o hechiceros. Y así los males aumentan.
Normalmente quien recurre al exorcista (por sugerencia de algún amigo; rarísimas veces por sugerencia de sacerdotes), ya ha hecho el recorrido de los médicos, ha perdido totalmente la confianza en ellos, y la mayoría de las veces ya ha visitado a magos o similares. La falta de fe o al menos el hecho de no ser practicantes, añadido a la gran e injustificable carencia eclesiástica en este campo, hacen comprensible tal comportamiento. La mayoría de las veces es una auténtica casualidad la que hace conocer la existencia de los exorcistas.
Téngase presente que el demonio, incluso en los casos de posesión total (en los que es él quien obra o habla, sirviéndose de los miembros del desventurado), no actúa continuamente, sino que alterna su acción (llamada, en general, «momento de crisis») con períodos de reposo más omenos largos. Salvo los casos más graves, la persona puede atender a sus compromisos de estudio o de trabajo de manera que parece normal, aun cuando, en realidad, sólo ella sabe a costa de qué esfuerzos.
2. Durante los exorcismos. Al principio el demonio hace todo lo posible para no ser descubierto o al menos para ocultar la gravedad de la posesión, si bien no siempre lo consigue. Constreñido por la fuerza de los exorcismos, a veces es inducido a manifestarse desde la primera oración; otras veces se necesitan más exorcismos. Recuerdo a un joven que, en la primera bendición, sólo había dado algunos indicios sospechosos; entonces pensé: «Es un caso fácil; salgo del paso con esta bendición y alguna más». La segunda vez se puso furioso y, desde aquel momento, yo no empezaba el exorcismo si no me acompañaban cuatro hombres robustos para sujetarle.
En otros casos, debe madurar la hora de Dios. Tengo presente a una persona que había visitado a varios exorcistas, incluido yo, sin que advirtieran nada particular. Pero cuando por fin el demonio se manifestó como lo que era, se procedió regularmente, con la frecuencia que es necesaria para liberar a los poseídos. En ciertos casos, ya a la primera o la segunda bendiciones el demonio demuestra toda su fuerza, que varía de una persona a otra; algunas veces esta manifestación es progresiva: hay afectados que cada vez parece que presentan males nuevos. Uno tiene la impresión de que todo el mal que guardan dentro ha de salir poco a poco para poder eliminarlo.
El demonio reacciona de muy distintas maneras a las oraciones y exhortaciones. Muchas veces se esfuerza por parecer indiferente; pero, en realidad, sufre y continúa sufriendo cada vez más, hasta que se llega a la liberación. Algunos poseídos permanecen inmóviles y silenciosos, reaccionando sólo con los ojos, si son provocados. Otros se agitan y hay que sujetarles para que no se hagan daño; otros se lamentan, especialmente si se presiona la estola sobre las partes dolientes, como indica el Ritual, o bien haciendo sobre ellas la señal de la cruz o rociándolas con agua bendita. Son pocos los furiosos, y éstos deben ser sujetados bien fuerte por personas que ayudan al exorcista o por los parientes.
En cuanto a hablar, generalmente los demonios se muestran muy reacios. Precisamente el Ritual advierte que no se hagan preguntas por curiosidad, sugiere preguntar sólo sobre lo que es útil para la liberación. Lo primero que debe preguntarse es el nombre; para el demonio, tan poco dado a manifestarse, revelar su nombre es una derrota; y, cuando lo ha dicho, se muestra siempre reacio a repetirlo en todos los exorcismos siguientes. Luego se impone al maligno que diga cuántos demonios están presentes en ese cuerpo. Pueden ser muchos o pocos, pero siempre hay un jefe, el indicado por el primer nombre.
Cuando el demonio tiene un nombre bíblico o dado por la tradición (por ejemplo: Satanás o Belcebú, Lucifer, Zabulón, Meridiano, Asmodeo...), se trata de «peces gordos», más duros de vencer.
Pero la dificultad proviene también en gran manera de la fuerza con que un demonio se ha apoderado de una persona. Cuando hay varios demonios, el jefe es siempre el último en irse.
La fuerza de la posesión resulta asi mismo de la reacción del demonio a los nombres sagrados. En general, tales nombres no son ni pueden ser pronunciados por el maligno: «Él» indica a Dios o a Jesús; «Ella» indica a la Virgen. Otras veces dicen: «tu jefe» o «tu señora», para indicar a Jesús o la Virgen. Si, en cambio, la posesión es menos fuerte y el demonio es de alto rango (repitamos que los demonios conservan el rango que tenían cuando eran ángeles, como tronos, principados, dominaciones...), entonces es posible que pronuncien el nombre de Dios y el de la Virgen junto con horribles blasfemias.
Muchos creen, quién sabe por qué, que los demonios son locuaces y que, si uno va a asistir a un exorcismo, el demonio dirá en público todos sus pecados. Es una creencia falsa; los demonios son reacios a hablar y cuando son locuaces dicen cosas insulsas para distraer al exorcista y para esquivar sus preguntas. Puede haber algunas excepciones. Un día el padre Candido había invitado a asistir a sus exorcismos a un sacerdote que se jactaba de no creer en ellos. Aquel sacerdote se comportaba con un aire casi de desprecio, con los brazos cruzados, sin rezar (como deben hacersiempre los presentes) y con una sonrisa irónica. En un momento dado el demonio se volvió hacia él: «Tú dices que no crees en mí. Pero crees en las mujeres, en ellas sí que crees; ¡y cómo crees!» Aquel desdichado, a la chita callando y caminando hacia atrás, llegó a la puerta y puso pies enpolvorosa.
En otra ocasión el demonio reveló los pecados para desalentar al exorcista. El padre Candido estaba bendiciendo a un guapo muchacho, que tenía dentro de sí a un animalazo más grande que él. Fue precisamente el demonio el que trató de desanimar al exorcista: «¿No ves que pierdes el tiempo con éste? Es uno que no reza nunca, es uno que frecuenta..., es uno que hace...», y así una larga serie de horribles pecados. Acabado el exorcismo, el padre Candido trató de convencer a aquel joven, con buenas maneras, de que hiciera una confesión general, pero él no quería saber nada. Fue necesario llevarle casi a la fuerza a un confesonario; y allí se apresuró a decir que no tenía nada de que acusarse. «¿Pero no hiciste tal cosa tal día?», le apremió el padre Candido. Y él, atónito, hubo de admitir su culpa. «¿Y no hiciste acaso también tal cosa?», y el infeliz, cada vez más confuso, hubo de reconocer uno por uno todos los pecados que el padre le recordaba, valiéndose de las declaraciones del demonio. Al final se llegó a la absolución. Y aquel joven se fue aturdido: «¡Ya no entiendo nada! ¡Estos curas lo saben todo!»
Otras preguntas que el Ritual sugiere conciernen a cuánto tiempo hace que el demonio se encuentra en aquel cuerpo, por qué motivo y similares. Hablaremos en su momento de cómo hay que comportarse en caso de hechizos: qué preguntas deben hacerse y cómo actuar. Pero digamos inmediatamente que el demonio es el príncipe de la mentira. Puede muy bien acusar a una persona u otra para provocar sospechas y enemistades. Las respuestas del demonio deben sopesarse mucho. Me limito a decir que, en general, el interrogatorio del demonio tiene escasa importancia. Por ejemplo, muchas veces el demonio, cuando se veía muy debilitado, respondía a preguntas sobre la fecha de su salida, y luego no salía en absoluto en aquella fecha.
Un exorcista con la experiencia del padre Candido, que sabía con qué clase de demonio tenía que vérselas y con frecuencia incluso adivinaba su nombre, hacía muy pocos interrogatorios. A veces, cuando preguntaba el nombre, le respondían: «Ya lo sabes» Y era verdad.
«Estoy envuelto en el manto de la Virgen; ¿qué puedes hacerme?»; «Tengo por patrono al arcángel Gabriel; prueba a luchar contra él»; «Tengo a mi ángel custodio, que vela para que nadie me toque; tú no puedes hacer nada»; y frases parecidas. Siempre se encuentra algún punto particularmente débil.
Algunos demonios no resisten a la cruz hecha con la estola sobre las partes doloridas; otros no resisten que se les sople a la cara; otros se oponen con todas sus fuerzas a la aspersión con agua bendita. Luego hay frases, en las oraciones de exorcismo o en otras plegarias que el exorcista puede pronunciar, ante las cuales el demonio reacciona violentamente o perdiendo las fuerzas. Entonces se insiste en repetir aquellas frases, como sugiere el Ritual. El exorcismo puede ser largo o breve, según el exorcista juzgue qué puede ser más útil, teniendo en cuenta varios factores. A menudo es útil la presencia de un médico no sólo para el diagnóstico inicial, sino también para aconsejar sobre la duración del exorcismo. Sobre todo cuando el poseído no está bien (por ejemplo, si está enfermo del corazón), o cuando no está bien el exorcista; entonces puede ser el médico quien aconseje cuándo terminar. En general, el exorcista comprende cuándo sería inútil proseguir.
3. Poco antes de la expulsión. Es un momento delicado y difícil, que puede prolongarse mucho. El demonio demuestra en parte que ha perdido fuerzas, en parte intenta asestar sus últimos golpes. Con frecuencia se tiene esta impresión: mientras que en las enfermedades normales el enfermo mejora progresivamente hasta la curación, aquí sucede lo contrario: la persona afectada está cada vez peor, y precisamente cuando ya no puede más, se produce la curación. No es que sea así en todos los casos, pero es lo más frecuente.
Para el demonio abandonar a una persona y regresar al infierno, donde casi siempre es condenado, significa morir eternamente, perder toda posibilidad de mostrarse activo molestando a las personas. Y manifiesta su estado de desesperación con expresiones repetidas a menudo durante los exorcismos: «Me muero, me muero»; «Ya no puedo más»; «Basta, me estáis matando»; «Sois unos asesinos, unos verdugos; todos los curas son asesinos», y frases parecidas. El contenido ha cambiado completamente respecto de cuanto decía durante los primeros exorcismos. Si entonces decía: «Tú no puedes hacer nada contra mí», ahora dice: «Me estás matando; me has vencido». Si antes aseguraba que nunca se iría porque allí estaba bien, ahora afirma que está muy mal y dice que quiere irse. Es un hecho que cada exorcismo es como darle una paliza al demonio: él sufre mucho, pero también procura dolor y cansancio a la persona dentro de la cual se encuentra. Llega a confesar que, durante los exorcismos, está peor que en el infierno. Un día, mientras el padre Candido exorcizaba a una persona próxima a la liberación, el demonio dijo abiertamente: «¿Crees que me iría si no estuviese peor aquí?» Los exorcismos se le habían hecho verdaderamente insoportables.
Otro aspecto que se debe tener presente para ayudar a las personas que están en vías de liberación es que el demonio trata de comunicarles sus mismos sentimientos: él ya no puede más y les provoca un estado de cansancio intolerable; él está desesperado e intenta transmitir a la persona poseída su misma desesperación; él se siente acabado, con poco tiempo para vivir, ya no está ni siquiera en condiciones de razonar correctamente, y transmite a la persona la impresión de que todo está acabado, que su vida ha llegado al final, y se acentúa en ella la convicción de que ha enloquecido.
Cuántas veces estas personas le preguntan desconsoladamente al exorcista: «¡Dígame francamente si estoy chiflado!» También al poseído se le hacen cada vez más fatigosos los exorcismos y a veces, si no llega acompañado o casi forzado, falta a la cita. He tenido asi mismo algunos casos de personas que, próximas o bastante próximas a la liberación, han abandonado completamente el exorcismo.
Del mismo modo que estos «enfermos» frecuentemente deben ser ayudados para rezar y para ir a la iglesia, además de para acercarse a los sacramentos porque solos no lo consiguen, del mismo modo tienen necesidad de ser ayudados para someterse a los exorcismos, sobre todo en la fase final; y han de ser continuamente alentados.
Indudablemente contribuye a estas dificultades el cansancio físico y una cierta sensación de desmoralización por la prolongación de las sesiones, con la impresión de que el mal se ha hecho ya incurable. El demonio también puede causar daños físicos y sobre todo psíquicos, de los que hay que tratarse asimismo por vía médica, incluso después de la curación. Pero son posibles las curaciones completas, sin secuelas.
4. Después de la liberación. Es muy importante que la persona liberada no afloje su ritmo de plegaria, de frecuentación de los sacramentos, de compromiso de vida cristiana. Y de vez en cuando es bueno solicitar que le sean practicadas algunas bendiciones, pues ocurre a menudo que el demonio ataca, o sea que trata de regresar.
No hay que abrirle ninguna puerta. Quizá, más que de convalecencia, podemos hablar de un período de reforzamiento necesario para garantizar la liberación cumplida. He tenido algunos casos de recaída: a veces no hubo negligencia por parte del sujeto, o sea que éste había seguido manteniendo un ritmo de vida espiritual intenso y la segunda liberación fue relativamente fácil.
Cuando, en cambio, la recaída se ha visto favorecida por un abandono de la oración, y peor aún si se ha caído en un estado de pecado habitual, entonces la situación ha empeorado, como describe el Evangelio de Mateo 12, 43-45: el demonio regresa con otros siete espíritus peores que él.
No le habrá pasado inadvertido al lector, lo hemos dicho y repetido, el hecho de que el demonio hace lo imposible para ocultar su presencia. Ésta es ya una observación que ayuda (aunque ciertamente no basta) a distinguir la posesión de ciertas formas de enfermedades psíquicas en las cuales el paciente hace cuanto puede para convertirse en objeto de atención. El comportamiento del demonio es totalmente opuesto. A menudo, cuando se trata de posesiones fuertes, los demonios hablan espontáneamente, para tratar de desalentar o espantar al exorcista. Varias veces me respondieron con frases como éstas: «Tú no puedes hacer nada contra mí»; «Ésta es mi casa; estoy bien en ella y aquí me quedo»; «Estás perdiendo el tiempo». O bien, amenazas: «Te comeré el corazón»; «Esta noche no pegarás ojo por el miedo»; «Vendré a tu cama como una serpiente»; «Te haré caer de la cama»... Luego, ante algunas réplicas mías, calla.
Publicado por Wilson
Gracias por poner las ensenanzas del Padre Wilson......aparte de interesantes son didacticas.
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ResponderEliminarSI NO ME DAS EL NOMBRE DE TU HERMANA NO PODEMOS PEDIR POR ELLA
ResponderEliminarBENDICIONES
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ResponderEliminarYA ESTAN EN ORACION
ResponderEliminarBENDICIONES
Muchas gracias que DIOS lo bendiga, bendiciones HERMANO JOSE
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