lunes, 11 de julio de 2011

¿CUÁNTO ES LO QUE PODEMOS?



Hay una serie de personas a las que les preocupa, como a mí también me preocupa, el desarrollo de nuestra vida espiritual.

Y para esta clase de personas trato de escribir, pues aquellas otras que no se toman en serio, eso de la salvación del alma, pienso que si alguna de ellas es capaz de leerme, pensará que soy un trasnochado, fuera de la realidad del mundo, y que escribo en chino y para que lo entiendan otros trasnochados de la misma cuerda, si es que todavía queda alguno. Pues se nos considera una especie en vías de extinción.

Pues bien, mientras que aún no nos hayamos extinguido, sigamos con los nuestro y alimentemos nuestra alma que es la única parte de nuestra persona que es inmortal y no digo eterna, porque la eternidad es un atributo solo de Dios, que no ha tenido principio ni tendrá fin. Nosotros no tendremos fin pero si hemos tenido un principio, cuando fuimos creados por Dios, por lo que solamente somos inmortales.

Nuestra alma, la parte más noble de nuestra persona, ya que pertenece a un orden superior, al de la materia, fue creada exclusivamente y directamente por Dios. No así nuestro cuerpo que también fue creado por Dios, pero de forma indirecta, en cuanto utilizo dos instrumentos humanos llamados padres. Salimos a la vida, y después de un cierto tiempo, en que poco a poco vamos adquiriendo madurez intelectual, cuando la alcanzamos son muchas las preguntas transcendentes que nos hacemos y de esta batería de preguntas, sobre las más fundamentales, la mayoría de las personas se marchan de este mundo sin haber obtenido respuesta.

¿Y porque esto es así? ¿Porque a las personas les ocurre esto? La respuesta es muy sencilla: No se encuentran respuestas porque la mayor parte de las personas, va a buscar sus respuestas utilizando los medios y sentidos que le proporciona su cuerpo material, y no acuden a buscar las respuestas a su parte espiritual, no interrogan a su alma. Porque sus sensores materiales, lo de su cuerpo, nunca le podrán dar respuesta a cuestiones espirituales. Hay que acudir a nuestros sentidos espirituales, a los sensores de nuestra alma, pero para ello, es necesario que no hayamos ocupado previamente de desarrollarlos. El tema es muy sencillo: cuando uno tiene un problema de orden náutico, para resolverlo, no se le ocurre acudir a un ingeniero agrónomo, sino que busca un ingeniero naval. Si uno quiere hacerse médico, no se le ocurre matricularse en una facultad de Derecho. Solo nuestra alma es la que está facultada, para moverse en el orden espiritual.

Y llegados a este punto, uno puede preguntarse: ¿Qué es lo que puede hacer nuestra alma para desarrollarse, perfeccionarse y salvarse? Y voy a dar una respuesta que a más de uno le va a sorprender, no puede hacer NADA. Solo una cosa de la que luego hablaremos que es DESEAR.

Nuestra soberbia, nos tiene atenazados y somos tan ignorantes, que nos creemos que hacemos algo y no hacemos nada. Somos unas pobres criaturas estúpidas e indignas de estar llamadas a ser hijos de Dios. El Señor nos lo ha dado todo, y somos tan soberbios que nos creemos que somos nosotros los que realizamos las pocas buenas obras que vemos salir de nuestras manos. Hemos venido a este mundo, para pasar por una prueba sencillísima, que es, la de que aceptemos el amor que el Señor nos ofrece, para ser después eternamente felices en su gloria, y no solo no aceptamos su amor sino que lo menospreciamos y lo pisoteamos, cambiándolo por bienes de baja categoría, creados también por Él y que están en este mundo. San Agustín decía: Pudiendo poseer Al que todo lo ha hecho, porque te emperras en menospreciarlo a Él, para preferir y tratar de quedarte con alguna de sus obras.

Y estamos tan creídos y subidos en nuestro pedestal humano de vanidad y soberbia, que hasta tratamos de comprar al Señor. Y así desde el Kempís el Señor nos dice: Me tiene sin cuidado cuanto pueda recibir de tu parte, si no te das tú mismo; es a ti a quién quiero, no tus dádivas. ¿Es que podría bastarte a ti todo cuanto tienes, sin Mí? De igual manera, tampoco me satisface cuanto puedas tú ofrecerme, si no te ofreces a ti mismo. Es nuestro amor lo que Él busca desesperadamente, como si fuese un pedigüeño. Santa Teresa de Lisieux, le llamaba el mendigo del amor”.

Y tan fácil nos lo pone el Señor, que nos dice: "Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan(Jn 15,5-6). Esta es la frase clave: SIN MÍ NADA PODÉIS. Nuestra impotencia, es absoluta. Y si esto es así, ¿qué es lo que nosotros podemos y debemos de hacer?

Lo primero de todo, es machacar nuestro orgullo y reconocer humildemente nuestra impotencia. Nunca olvidemos que la humildad es la madre de todas las virtudes y la más querida por el Señor. Bien, ya está, ¿y ahora qué? Pues muy sencillo desear, desear y desear. Nosotros solo podemos desear, porque no somos capaces de crear nada ni en el orden material y mucho menos en el espiritual. En la vida espiritual, nosotros solo tenemos capacidad para desear, lo demás todo lo demás es obra del Señor. Porque Él, está ansioso de nuestros deseos, de que le deseemos, y si le deseamos sinceramente Él enseguida acudirá a transformar nuestros deseos espirituales en realidades, que aumenten nuestra futura gloria en el cielo.

Nuestro deseo sincero de amar, pone siempre en marcha la entrega de amor del Señor a nosotros. Porque nosotros solo podemos amar, nosotros solo podemos desear amar, porque el amor lo genera el Señor.. San Juan nos dice: Nosotros amemos, porque él nos amó primero (1Jn 4,19). Él siempre es el que genera el amor, pues Él y solo Él, es la fuente de amor de la que mana esa agua viva, de la que le hablo el Señor a la samaritana en el pozo de Siquém. Cuando nosotros deseamos amar al Señor, su amor entra en nuestro ser y ese amor recibido es el amor que nosotros le devolvemos a Él.

Cuando damos una limosna, hacemos una obra de caridad, no nos creamos que hemos sido nosotros, lo que ha pasado, es que nosotros hemos sido dóciles, a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, nuestro mérito donde se encuentra es en el hecho de haber sido dóciles, claro que desgraciadamente este mérito se empaña y se pierde por nuestra dichosa vanidad y soberbia. Por ello que tu mano izquierda no se entere de lo que hace tu mano derecha. ¡Cuántas buenas obras sin provecho espiritual se pierden por la vanidad humana!

Seamos humildes y dóciles en el desarrollo de nuestra vida espiritual, y así obtendremos el provecho que nos generará méritos a los ojos del Señor.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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