La sed de algo, como sabemos es el deseo de algo.
Y el deseo es siempre un antecedente necesario para la obtención de ese algo que se desea, o del que se tiene sed de él. Si se carece del deseo, la voluntad de actuar para conseguir lo que se desea, no se pone en marcha.
El título de este apartado, nos plantea una pregunta: ¿Qué es eso, que nosotros tenemos y de lo que el Señor tiene sed? Más de uno mentalmente, se contestará diciendo, que de lo que tiene sed el Señor es de nuestro amor y exactamente no es eso. Entre otras razones, por la existencia de un principio básico que dice que: Nadie da lo que no tiene. Veamos.
Si somos creyentes y aceptamos el hecho de que Dios es eterno, no tiene principio ni tendrá fin, es un Ser ilimitado en todas sus cualidades y con su omnipotencia y omnisciencia es el Creador de todo lo visible y de lo invisible, es decir: tanto el orden material, al que perteneces el mundo que pisamos, como el orden de lo espiritual o de lo invisible, ambos y quizás otros órdenes que desconocemos han sido creados por Dios.
Pero a nuestros efectos, Dios no solo creo lo visible sino también lo invisible, tal cómo nos segura el Credo de Nicea - Constantinopla: “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible…” El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 325 recoge esta afirmación del Credo de Nicea - Constantinopla. “El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: "...de todo lo visible y lo invisible".
Por otro lado, es de ver que la esencia de Dios es el amor, como reiteradamente se expresa San Juan: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él” (1Jn 4,16). Así tenemos también otra afirmación muy importante de San Juan, en el sentido de que si nosotros amamos es porque Dios nos amó primero, es decir nosotros no generamos amor, solo, lo recibimos de Dios, lo que nosotros llamamos amor es solo un reflejo del amor que Dios nos tiene. "… quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero” (1Jn 4,19).
En resumen es de ver y tener presente que Dios y solo Dios como creador absoluto de todo, es la única fuente de amor, de donde emana todo el amor existente. Nosotros a lo que llamamos “amar a Dios”, es desear el amor de Dios, nosotros solo deseamos. Bien es verdad que este deseo de amar a Dios cuando lo tenemos inmediatamente está satisfecho, porque Dios tiene sed, de que nosotros tengamos sed de su amor.
Dios tiene el deseo de que todos aceptemos su amor, para nuestra salvación, porque no nos olvidemos que aquí abajo nos encontramos para superar una prueba, precisamente una prueba, en la que demostremos con nuestro deseo de amar a Dios, que estamos deseosos de ser eternamente felices en su glorificación. Y esta terrible sed, de nuestro deseo de amor, es un tormento para Dios, porque para Él es una tragedia, tener un inmenso e ilimitado amor a nosotros y no encontrar, suficiente número de personas de las por Él creadas, que tengan a su vez, vivos deseos de recibir su amor.
Este fue el descubrimiento de un alma, totalmente enamorada y entregada al amor de Dios, me estoy refiriendo a la carmelita descalza, Santa Teresa de Lisieux, que en su locura del deseo de recibir amor de Dios, creo el voto de “víctima del amor de Dios”, que es un voto de aceptación de todo el amor que el Señor quiera derramar sobre un alma.
Santa Teresa de Lisieux, solía referirse ardientemente a Jesús llamándole mendigo, intentando, así, convencernos de los profundamente sediento que está Él, de nuestro amor. Jesús “se hace pobre para que nosotros podamos darle limosna, nos tiende la mano como un mendigo (…). El mismo Jesús (…) es quien busca nuestro amor, quien lo mendiga, no quiere tomar nada si no se lo damos”.
Esta sed que el Señor tiene sobre nosotros, esta hambre de nuestro amor, que nosotros no somos capaces de captar, ni de satisfacérsela, se nos demuestra en una serie de manifestaciones que se reflejan en hechos acaecidos y recogidos en nuestro Libro sagrado, es decir en la Biblia.
En el Apocalipsis, se puede leer: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos. Al vencedor lo haré sentar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono. El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 3,20-22).
En muchos de los 150 salmos que componen la salmodia se pueden leer en bellos párrafos, expresiones de este tremendo amor, que Dios quiere derramar sobre el hombre y que este no se lo acepta.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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