jueves, 30 de junio de 2011

NUESTRO ESPEJO DE LA VIDA



No le descubro la pólvora a nadie, si digo que…, si somos creyentes, hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos.

Tal es, lo que se nos dice en los Evangelios: Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros (Jn 13,34-35). Y desgraciadamente que poco en serio nos tomamos esta obligación, se podría decir. Que hay muchos cuyo pasatiempo preferido consiste en hacerles la puñeta a los demás. No hay nada más que coger el coche y circular por la ciudad, enseguida veremos con cuanta amabilidad, nos ceden el paso, no nos pisan la plaza del aparcamiento, no nos atosigan, y por supuesto nunca nos insultan y mucho menos nos levantan la voz.

Y ya que estamos metidos en coches y circulación, voy a transcribir una bonita historia que ha llegado a mis manos:
Renato, volvía del trabajo, sudoroso y cansado deseando llegar cuanto antes a su casa. Circulaba por una carretera que diariamente tomaba. Era de noche y llovía a mares, con un ambiente gélido, cuando vio delante de él, al borde de la carretera, un lujoso coche y una señora de edad avanzada, al pie de este. Se dio cuenta que ella necesitaba de ayuda... Así que paró su coche detrás del de la señora se acercó a ella. La señora, al verlo llegar por el aspecto de pobreza y suciedad que tenía Renato, se asustó y pensó que podría ser un asaltante. Renato por la pinta que llevaba no podía inspirar confianza, a nadie y se dio cuenta del miedo que le embargaba a la señora y le dijo: Señora, he parado para ayudarla, no se preocupe.
Renato miró las ruedas del coche y vio lo que se pensaba; una de las ruedas estaba en el suelo y le dijo a la señora, voy a cambiarle la rueda y mientras tanto, abriéndole la puerta del coche, le dijo: Métase dentro pues tardaré un poco y hace mucho frio y encima está lloviendo fuerte. La señora entró en su confortable coche y se dio cuenta de que Renato se estaba poniendo como una sopa.

Agachado en el barro, mojado y con las manos ateridas, Renato se agachó, colocó el gato que previamente había buscado en el maletero del coche y levantó el auto. Cambió la rueda pero quedó un poco sucio y con una herida en una de las manos, que se había hecho al apretar las tuercas de la rueda.

Mientras Renato trabajaba, la señora abrió la ventanilla y se puso a conversar con Renato. Así se enteró del nombre de su bienhechor. Ella le contó que no era de aquella zona, y que solo estaba de paso por allí. También le dijo, que no sabía cómo agradecerle la preciosa ayuda que le estaba dando. Renato apenas sonrió mientras se levantaba, dando por terminado el trabajo.

Ella preguntó cuánto le debía. Ya había imaginado todas las cosas terribles que podrían haber pasado si Renato no hubiese parado para socorrerla. Renato no pensaba en dinero, a él le gustaba ayudar a las personas. Este era su modo de vivir. Y respondió: Si realmente quiere pagarme, la próxima vez que encuentre a alguien que precise de ayuda, dele a esa persona la ayuda que ella precise y acuérdese de mí. Y no quiso tomarle nada, a pesar de la insistencia de la señora.

Algunos kilómetros después la señora se detuvo en un pequeño restaurante, la camarera vino hasta ella y le trajo una toalla limpia para que secase su mojado cabello y le dirigió una dulce sonrisa. La señora notó que la camarera estaba con casi ocho meses de embarazo, pero la misma no dejó que la tensión y los dolores que su embarazo le proporcionaba, le cambiaran su actitud...

La señora pensó que como alguien que teniendo tan poco, podía tratar tan bien a un extraño. Entonces se acordó de Renato. Después que terminó su comida, y mientras la camarera buscaba cambio, la señora se marchó. Y cuando la camarera volvió se preguntaba donde la señora podría haber ido, cuando notó algo escrito en la servilleta, sobre la cual tenía 5 billetes de 500 €.

A la camarera se le saltaron las lágrimas cuando leyó lo que la señora escribió. Decía: Tú no me debes nada, yo tengo bastante. Alguien me ayudo hoy y de la misma forma que ahora te estoy ayudando a ti. Si tú realmente quisieras reembolsarme este dinero, no dejes que este círculo de amor termine contigo, ayuda a alguien, en la medida de lo que tú puedas.

Aquella noche, cuando regresó a casa, cansada se acostó en la cama, su marido ya estaba durmiendo y ella se quedó pensando en el dinero y en lo que la señora dejó escrito... Y se preguntaba: ¿Cómo pudo esa señora saber, cuánto ella y su esposo precisaban de aquel dinero? Con el bebé que estaba por nacer el próximo mes, todo estaba difícil...

Se quedó pensando en la bendición que había recibido, y una gran sonrisa apareció en su rostro. Agradeció a Dios lo que había recibido y se volvió hacia su preocupado marido que dormía a su lado, le dio un beso suave y susurró: No hay que preocuparse, todo saldrá bien. ¡Te amo Renato!

Nuestra vida así, es un espejo que refleja todo los que hacemos. El bien o el mal que hacemos siempre vuelve a nosotros, por esos caminos inescrutables que Dios tiene para con nosotros.

Más de uno puede pensar: Yo amo a Dios pero, ¿….porqué he de amar al prójimo? ¿Amara a Dios?.

Ya de por sí, no es fácil, pero amar al prójimo, es que resulta imposible. Dios está ahí, se dicen muchos, y no nos molesta ni nos chincha… pero el prójimo, por una razón o por otra continuamente nos está sacando siempre de nuestras casillas.

Hace años un fraile, de una orden mendicante conventual, me decía que cuando entró en el seminario, le hablaron, del voto de castidad, del voto de obediencia y del voto pobreza, pero que se sentía estafado, porque nadie le habló del voto de convivencia, que es el que más trabajo le daba su observación.

Dios ha creado todo lo visible y lo invisible y Él ama todo lo que Él ha creado y en especial a los seres humanos, a todos sin excepción, porque su voluntad es la de que todos se salven. Cierto es, que Él ama a unos, más que a otros, lo cual no debe de escandalizar a nadie, pues una de las características del amor es la reciprocidad, y Él ama al que más le ama Él. Cierto es también, que Él no ha perdido nunca la esperanza de que aquellos que no le aman, y que incluso le odian, cambien y llegue un momento en el que acepten su amor y se salven.

Y si Él, ama a todos, incluso a los que le crucificaron, que razón podemos alegar nosotros, para no amar al prójimo: ¿Acaso somos nosotros más que Él? Cuando se ama de verdad, uno ama todo aquello que ama su amado, y si mi amado que es el Señor, ama a todo el mundo incluso a sus enemigos y a los míos, ¿Qué razón tengo yo para no amar al que me odia? Santo Tomás Moro, antes de morir y refiriéndose a sus enemigos que le iban a cortar el cuello, decía: “¿Porque ser ahora enemigo de quien estará un día unido conmigo en amistad eterna?”.

San Agustín, decía: Nada podemos dar a Dios que sea nuestro; pero si podemos dar al prójimo. Dando al menesteroso grajearás para ti la abundancia. Y Santa Teresa de Jesús, escribía: La más cierta señal que hay, de que amamos Dios es el amor del prójimo: Porque es tan grande el que Su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo, hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras”. En otras palabras: Si quieres que aumente tu amor a Dios, comienza por amar lo que Él ama que es nuestro prójimo, y cuanto más nos chinche él, más debemos de amarle, porque mayor será el amor que el señor nos tendrá.

La realidad es que cuando el Espíritu Santo ha establecido su morada en el corazón de un hombre, este ya no puede distinguir entre amar a Dios y amor al prójimo, entre oración y caridad fraterna, porque estas dos realidades están inextricablemente unidas. La oración suscita una caridad total en el corazón, del hombre que se ha entregado a Dios. Nuestro amor al prójimo, nos marcará siempre el nivel de nuestra vida espiritual y sobre todo el nivel de hasta donde llegamos amando al Señor. San Alfonso María Ligorio decía que: Las almas verdaderamente enamoradas de Dios nunca cesan de rogar por los pobres pecadores”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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