domingo, 24 de abril de 2011

ÉL VIVE



Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro: impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘Alegraos’. Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies (Mt 28, 8-9)

¿Qué sintió la Virgen María al ver a su Hijo vivo? ¿Qué sintió Magdalena, o Juan, o Pedro? Eso es lo que tenemos que sentir nosotros. Tendríamos que amar a Cristo tanto como ellos. Tanto como para decir, como seguro que dijeron ellos: "Estoy feliz sólo por eso, sólo porque él, que había muerto, ha resucitado. No estoy contento en primer lugar por ser rico, por ser joven, por estar sano y ni siquiera porque me quiere la persona que yo quiero. El principal motivo de mi alegría es que Cristo, que estaba muerto, ha resucitado". Si la resurrección de Cristo debe servir para algo, debe ser ante todo causa de eso: de alegría para mí, como creyente y amigo suyo, porque Él, que había muerto por mí, ha resucitado.

Después, esa resurrección debe ser también un motivo de esperanza. La esperanza en la vida eterna, que tenemos la certeza de que existe precisamente porque Cristo ha vuelto a la vida tras haber conocido la muerte. Motivo, también, de esperanza en la justicia de Dios, de la que podemos estar seguros pues la historia de Cristo nos demuestra que, aunque el mal tiene su poder y gana sus batallas, el bien siempre termina venciendo, siempre tiene la última palabra.

Cristo vive y estoy feliz por ello. Cristo vive y yo puedo tener esperanza, puedo creer en la fuerza del amor, puedo creer que es más fuerte que el odio, que la violencia, que el pecado. No lo olvidemos esta semana de Pascua, pero sobre todo no lo olvidemos nunca, tampoco cuando se esté en las horas oscuras del Viernes Santo.

Santiago Martin

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