martes, 29 de marzo de 2011

PURIFICACIÓN PERFECTA


En esta vida, para aquellos que de verdad quieran santificarse…., ellos han de comenzar por ocuparse de la purificación de su alma.


Todos somos pecadores, nadie podemos tirar la primera piedra, y el pecado sea este, de la naturaleza que sea, es una ofensa a Dios y mancha nuestra alma. Toda la historia del pecado, comienza con el pecado original, ya que de este arranca toda la perversidad del corazón humano. Del pecado original nació toda la concupiscencia humana, que siempre implica un desmedido afán de algo. Así tenemos, la concupiscencia de los ojos, que se refiere al afán desordenado de las posesiones terrenas, la concupiscencia de la carne, que se refiere a los goces y placeres mundanos y sensuales, o la concupiscencia del espíritu, que se refiere al poder, a los honores y a la distinción social.


Impulsados por la tendencia que tenemos a la concupiscencia y atizados por el maligno, pecamos. Pero es de ver, que el pecado tiene unas raíces que hemos de exterminar. Cuando nos confesamos, nuestros pecados, estos son perdonados, pero ahí no acaba todo, porque estamos obligados a poner en marcha el llamado propósito de la enmienda”, algo que no tenemos muy en cuenta. Si vamos al campo o en un jardín y cortamos una planta por su parte de arriba, lo que hacemos es cortar solo la planta, pero la raíz queda dentro y otra planta rebrotará. En síntesis la Purificación interior del alma, consiste en eso, en arrancar de cuajo, con toda su raíz las malas plantas de nuestros pecados. Y cuando así no lo hacemos ni ponemos interés en hacerlo, continuamente nos estamos confesando de los mismos pecados.


Los pecados tienen unas raíces en los vicios humanos, de los cuales brotan todos nuestros pecados, estos son siete: Soberbia, Avaricia, Lujuria, Ira, Gula, Envidia y Pereza. Estas son las raíces de nuestros pecados, sobretodo del principal vicio que es, el de la Soberbia, porque si empezamos a examinar, al final siempre llegamos a la soberbia, al final, ella es la impulsora de todos nuestros pecados. Nuestra purificación interior del alma, es un trabajo que solo a cada uno de nosotros nos corresponde, nadie puede hacer este trabajo por nosotros.


La purificación de nuestra alma, es un proceso lento y muy trabajoso porque las raíces de nuestros pecados están siempre muy hondas, tan hondas están, que salvo que el Señor quiera en el desarrollo de nuestra vida espiritual, permitirnos entrar en la vía contemplativa, solos con nuestras fuerzas nunca conseguiremos una purificación perfecta. Por ella hay que distinguir dos clases de procesos purificativos del alma: la Purificación activa y la Purificación pasiva. Generalmente la segunda va siempre detrás de la primera. En la primera, nosotros somos los que luchamos, aunque eso sí, apoyados por la gracia divina que nunca nos faltará, pues el Señor, siempre se complace y ama el alma, que por su amor lucha contra sus vicios y fomenta sus virtudes. En la segunda clase de purificación, es el Señor, el que toma las riendas del carro y el alma nada tiene que hacer sino contemplar embelesada, como el Señor la ama. Por supuesto que esta segunda posibilidad está dentro de la vía contemplativa, y pocas son las almas que esto logran, los demás habremos de completar nuestra purificación en el Purgatorio.


Para San Juan de la Cruz, el doctor místico por excelencia, nosotros ya en la tierra hemos de tender a la unión con el Señor. Y para ello, San Juan de la Cruz hace hincapié en una de las características del amor, cual es la asemejanza. El amor semeja, tiende siempre a asemejar a los amantes. En consecuencia amando al Señor, siempre nos asemejaremos a Él, cuanto más amemos más semejantes al Señor seremos, es por ello que si nuestra vida espiritual, tiende a la imitación con Cristo, ella debe de ser un continuo canto de amor al Señor. Nuestro objetivo ha de ser el llegar a la unión por medio del amor, conseguir la plena imitación de Cristo. Y para obtener este objetivo, hemos de vaciar el alma de imperfecciones y faltas, a fin de que este esté vacío que hemos creado en nuestra alma, le permita al Señor, visitarnos y rellenar ese vacío con su plenitud de amor. El vaciamiento del alma se realiza a través de un proceso de depuración.


El proceso de depuración de un alma debe de estar siempre vigente, a lo largo de su vida espiritual, porque así el alma avanzará al encuentro con el Señor. Y es ya sabido que en el desarrollo de la vida espiritual, solo el detenerse es ya retroceder. Desde luego que lo suyo es el que en el momento que Dios nos llame, estemos perfectamente purificados, de todo rastro de ofensa o pecado al Señor. Pero la Iglesia entiende que las manchas y reliquias de los pecados mortales, son tan profundas, que pueden permanecer incluso en una persona justificada, aún después de la remisión de su culpa, es decir, aún después del perdón en virtud del cual se excluye ya la pena eterna y no se va al infierno. Es lo que se denomina reato de culpa o reato de pena temporal. De esta pena se pueden librar las almas, mediante una perfecta purificación que se puede llegar a alcanzar en este mundo, y si no será más tarde en el Purgatorio. El teólogo dominico Royo Marín, sobre este tema nos dice: El reato de pena temporal que deja como triste recuerdo de su presencia en el alma el pecado ya perdonado hay que pagarlo enteramente, a precio de dolor en esta vida o en la otra. Es una gracia extraordinaria de Dios, hacérnoslo pagar en esta vida con sufrimientos menores y meritorios, antes que en el purgatorio, con sufrimiento mucho mayores y sin mérito alguno para la vida eterna. Como quiera que de una forma u otra en esta vida o en la otra hay que saldar toda la cuenta que tenemos contraída con Dios, vale la pena abrazarse al sufrimiento de esta vida, donde sufriremos mucho menos que en el Purgatorio y aumentaremos a su vez nuestro mérito sobrenatural y nuestro grado de gloria en el cielo para toda la eternidad. Pero pensemos siempre que si no somos capaces de purificarnos perfectamente en esta vida, nos queda el recurso del Purgatorio, que es siempre incomparablemente mejor que el del infierno, pues las almas que están en el purgatorio, siempre tienen el goce de saber que se han salvado. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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