domingo, 27 de febrero de 2011

RAICES DE NUESTROS MALES Y BIENES


Nuestra vida en este mundo transcurre entre un conjunto de males y otro de bienes que recibimos.

Y uno se si pone a meditar, se pregunta ¿Cuáles son, dónde están las raíces de estos males que nos aquejan y estos bienes que nos dulcifican? Bueno el tema, o la pregunta se puede contestar desde diversos ángulos. Ya sabemos que en esta vida, todo es según del color del cristal con que se mira.

Pero nuestro cristal, para nosotros que somos católicos y para todo aquel que tenga el don de la fe, aunque no sea católico, solo existe una Luz, que es la Luz de amor que nos proporciona nuestro Creador y con esta luz, hemos siempre de iluminar el cristal de nuestras miradas. Y mirando con este cristal iluminado con esta Luz, vamos hablar de las raíces que tienen los males y los bienes que recibimos.

Nuestra conducta en esta vida, es una sucesión de actos con un contenido, que pueden ser buenos o malos. Cuando sucesivamente realizamos unos mismos actos, este conjunto o serie de actos, nos crean un hábito y estos hábitos, son los que determinan nuestra actuación en el mundo, los que fijan frente a todos nuestra conducta, y lógicamente los hábitos, pueden ser de contenido bueno o malo, de acuerdo con la bondad o maldad de los actos que han formado el hábito.

En principio el Señor, ve con complacencia todo acto que realice el hombre, aunque este tenga una mínima importancia, siempre que cumpla dos condiciones: La primera que no contravenga sus mandamientos ni atente contra sus verdades reveladas, y respete las disposiciones de su Santa Iglesia, representada en la tierra, por su vicario el Papa. La segunda es que por nimio, que sea el acto en su importancia, se realice siempre en función del amor al Señor. Dicho de otra forma más simple, todo agrada al Señor, menos el pecado del hombre que le aparta de Él. Porque si nos mantenemos en la gracia de Dios, no pecando con mayor o menor conocimiento, con mayor o menor interés o entusiasmo estamos cumpliendo la voluntad del Señor.

¿Y cuáles son las raíces de los males y de los bienes que recibimos? La maldad o bondad del acto reiterado, que ejecuta el hombre, como hemos dicho ya da origen a un hábito, que si es malo negativo, recibe el nombre de vicio y si es bueno o positivo, recibe el nombre de virtud. Y precisamente en nuestros vicios o virtudes está la raíz de nuestros males o de nuestros bienes. Nosotros podemos estar dominados por un sinfín de vicios de diferentes clases y también de virtudes de variada naturaleza.

Básicamente los vicios denominados capitales, tradicionalmente consideran los teólogos que son siete: Soberbia, Avaricia, Envidia, Ira, Lujuria, Gula y Pereza, todos ellos, solo son de naturaleza humana, nunca sobrenatural. ¡Lógico! Cualquiera sabe que Dios es un Ser perfecto, y al ser perfecto carece de imperfecciones y eso es lo que son los vicios, imperfecciones humanas.

En cuanto a las virtudes, estas pueden ser, de carácter sobrenatural o infuso, es decir infundidas en el alma humana por el Señor, o bien simplemente naturales o adquiridas directamente por el hombre. Entre las primeras, es decir, en las de orden sobrenatural, tenemos las tres teologales: Fe, Esperanza y Caridad, y también las cuatro cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. Con el sacramento del bautismo, no solo adquirimos la condición de ser hijos de Dios sino también virtudes infusas. Y en relación a las virtudes adquiridas, estas pueden ser muchas y variadas, todas ellas relacionadas con nuestra vida y actividades en este mundo.

Así como las virtudes del orden sobrenatural, nos han sido proporcionadas por el Señor, y nuestro trabajo, consiste en cuidarlas y aumentarlas, en la medida de nuestra entrega personal, al amor del Señor, las virtudes naturales son las adquiridas por nosotros a base de realizar actos buenos o positivos que nos generen hábitos de esta misma naturaleza, que se nos convertirán en virtudes humanas. Como decíamos antes, las virtudes naturales, puede ser muchas y de muy variadas, siendo la reina de todas la Humildad, que es la base de toda virtud, al igual que la Soberbia es el padre de todo vicio.

Y, ¿cómo funciona todo esto, en el alma humana y en nuestra vida espiritual? Pues bien, a efectos didácticos, imaginemos que nuestra alma es un jardín, donde se desarrolla nuestra vida espiritual. El jardín es el todo para nosotros, Dios nos lo ha donado para que lo cuidemos y al cuidarlo demostraremos nuestro amor al Señor, que se manifestará en el cuidado que pongamos en mantener, y embellecer este jardín. Pero como en todo jardín, aunque sembremos buenas semillas y lo cuidemos con esmero, siempre nos nacerán malas hierbas que son los vicios, mientras que las flores serán las virtudes. Es de ver que tanto las virtudes como los vicios que son flores y malas yerbas, son difíciles de erradicar totalmente, de la misma manera a que nosotros nos cuesta erradicar los hábitos que tenemos, mucho más si estos son de signo negativo o vicios, porque el maligno coopera para que no los erradiquemos.

Para erradicar una mala hierba, no basta con cortarla de raíz, pues si ella permanece, siempre estará generando rebrotes. Esto es lo que nos pasa cuando, reiteradamente acudimos al confesionario con los mismos pecados, no hemos arrancado de cuajo la mala hierba y hemos dejado la raíz del pecado que es el vicio. Entre las reglas relativas a la confesión, hay una a la que no se le da la debida importancia y sin embargo, hay que cumplimentarla, porque si no puede ser que la confesión sea inválida y la gracia sacramental no funciones, me estoy refiriendo, al propósito de la enmienda. No basta con decir los pecados al confesor, hay que tener el firme propósito de no incidiré en las mismas causas que le llevaron a uno a pecar, es decir en arrancar la raíz de la mala hierba, porque la confesión no la arranca, ella queda ahí, y si por desgracia uno recae, es conveniente decirle al confesor que ya se acusó de esta mis falta anteriormente.

Comprendo que esto no le hace gracia a nadie, pues todos cuando nos acusamos de nuestros pecados, buscamos cuidadosamente las palabras con las que nos vamos a acusar, y si es necesario usamos eufemismos, para que nuestra falta pase más desapercibida. Y sin embargo, si queremos que el sacramento de la confesión sea generador de las gracias divinas, hemos de hablar claramente y sin tapujos, porque si no lo hacemos así, nos estamos engañando a nosotros mismos.

Adquirido un vicio es como una drogadicción, resulta muy difícil salir de ella, y si se logra salir, el drogadicto, lo mismo que el alcohólico, o el fumador, siempre tienen el peligro de la reincidencia. Es de ver, que la raíz del pecado, tiene tal fuerza, que solos con nuestras fuerzas, solo podemos arrancar parte de la raíz pero no entera, pues ella es muy profunda. Y si no somos capaces de lograr una total purificación personal, no podremos ir derechos al cielo sin tener purgatorio. El teólogo Royo Marín, escribe: “El reato de pena temporal - se llama reato a la obligación que queda a la pena correspondiente al pecado, aun después de perdonado - que deja, como triste recuerdo de su presencia en el alma, el pecado ya perdonado, hay que pagarlo enteramente, a precio de dolor en esta vida o en la otra. Es una gracia extraordinaria de Dios, hacérnoslo pagar en esta vida con sufrimientos menores y meritorios, antes que en el purgatorio, con sufrimiento mucho mayores y sin mérito alguno para la vida eterna. Como quiera que de una forma u otra en esta vida o en la otra hay que saldar toda la cuenta que tenemos contraída con Dios, vale la pena abrazarse al sufrimiento de esta vida, donde sufriremos mucho menos que en el Purgatorio y aumentaremos a su vez nuestro mérito sobrenatural y nuestro grado de gloria en el cielo para toda la eternidad”.

El purgatorio es el fruto de la misericordia divina, mientras que el cielo y el infierno son frutos de la justicia de Dios, del cumplimiento de su palabra, de retribuir al amor y la bondad, y sancionar a la maldad. Estamos acostumbrados a ver el Purgatorio, dice el P. Álvarez, como un castigo divino por el pasado pecador del hombre, una especie de infierno con salida. Sin embargo no es así. En realidad es una gracia de Dios. La última gracia concedida para que el hombre se purifique con vistas a un futuro junto a Él. Es la posibilidad gratis que Dios nos da, de poder madurar radicalmente al amor.

Nosotros debemos de luchar por obtener en esta vida el mayor grado de purificación de nuestra alma posible, ¡Ojalá! Que todos nosotros fuésemos capaces de obtener infusamente la gracia o el don de la purificación, como han sido capaces de obtenerlos muchas almas por la vía de contemplación, yéndose directos al cielo. Pero si esto no es así, tengamos presente varios pensamientos: San Juan de la Cruz decía que: La Providencia de Dios provee siempre, en la vida de cada hombre, a la purificación necesaria para que, cuando lleguemos a la hora de la muerte, podamos ir derechos al cielo. Que, Ningún alma quisiera volver del purgatorio a la tierra, porque ellas ya tienen un conocimiento de Dios infinitamente superior al nuestro y no podrían nunca más, decidirse a regresar a las tinieblas de este mundo. Que como escribe Nemeck: En el momento de la muerte personal el amor de Dios nos diviniza de tal manera que ese mismo amor, consume en nosotros todo lo que todavía no ha sido espiritualizado. Esta luz y amor divino nos penetra de tal manera que su abrumadora intensidad nos purga en un instante de todo aquello que no sea transformable en Dios”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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