En estas fechas, es muy corriente que amigos y conocidos le pregunten a uno: ¿Qué te han traído los reyes?
Con más o menos precisión, nadie nacido en tierras cristianas ignora lo que son los reyes magos, su número, nombres, orígenes, y los regalos con que se presentaron ante el Niño Dios. Ni tampoco el episodio de la degollación de los santos inocentes, por la maldad de Herodes.
Pero en torno a este episodio, que en sí parte de él es una verdad revelada, sobre la existencia de los hechos acaecidos, pero no todo lo que se dice, es verdad revelada, sino solo lo que escribe San Mateo, el único de los evangelistas que relata estos hechos. Y escribe San Mateo diciendo: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle. Al oír esto el rey Herodes se turbo, y con él toda Jerusalén, y reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les pregunto dónde había de nacer el Mesías. Ellos contestaron: En Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá, pues de ti saldrá un caudillo, que apacentara a mi pueblo Israel" Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, les interrogo cuidadosamente sobre el tiempo de la de la estrella; y, enviándolos a Belén, les dijo: Id e informaos exactamente sobre ese niño, y, cuando lo halléis, comunicádmelo, para que vaya yo también a adorarle. "Después de haber oído al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente les precedía, hasta que vino a parase encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y, llegando a la casa, vieron al niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra, Advertidos en sueños de no volver a Herodes, se tornaron a su tierra por otro camino”. (Mt 2,1-12).
Esto y nada más que esto, es lo que Dios ha dispuesto que sepamos, todo lo demás con los que se adorna este relato es el fruto de la fantasía, que puede ser que con algún fundamento nos relatan los apócrifos y diversas tradiciones. El que los magos fuesen tres; el que tengan puesto unos nombres y se llamasen Melchor Gaspar y Baltasar; el que uno fuese de raza de color y los otros blanco; el que se presentasen con tres legiones de acompañantes; el que fuesen reyes y muchos más detalles que se relatan en estas historia, solo son el fruto de una tradicional fantasía, que indudablemente cumple un cometido de amor y cariño hacia los niños, cuando aún son inocentes. Pero es el caso de que modernamente no solo se ha extendido la costumbre de obsequiar a los niños, que creen en la existencia actual de los reyes magos, que en la madrugada del 6 de enero, le van a dejar unos juguetes, sino que la costumbre primeramente se extendió a los niños ya mayorcitos, y ahora a los mayores.
Evidentemente que los regalos entre familiares y amigos, estrecha los lazos de amor entre ellos, pero no siempre, pues el no acertar en el tema del regalo, crea enfado en muchos que no se atienen al principio, de que: “A caballo regalado no le mires el diente”. Pero en este mundo de consumismo, en el que hasta ahora hemos vivido, veremos a ver que nos deparará el futuro, unido a las finalidades comerciales de las firmas de los grandes almacenes, ha desbordado el gesto de regalar y en familias de contados recursos, se han creado problemas.
Desde luego que un niño de mediana edad con conocimiento de que los reyes son sus padres, u otro más pequeño, no puede presentarse en el colegio, diciendo que los reyes no le han traído nada. Que el trauma sicológico que ello le representará, le acompañará toda la vida. Pero lo que es peor, es que este trauma, se está trasladando también a los mayores. ¡A ver! ¿Quién es el guapo que se presenta en la oficina, y reconozca que su mujer no le ha regalado nada? Estamos construyendo una sociedad cada vez más material. El amor y el cariño entre nuestros seres queridos se puede poner de manifiesto con una un detalle, porque el amor es un sentimiento de carácter espiritual, y es mucho más importante que el regalo importante sea la demostración de amor no la cuantía del objeto material que se regale, pero muchos piensan, tanto el que regala como el que recibe el regalo, que siempre es mejor: “caballo grande, ande o no ande”.
Para cualquiera de nosotros, el más grande regalo que podamos recibir, ya hace tiempo que lo recibimos y fue cuando el Señor, decidió entre millones de otras posibilidades escogernos a cada uno de nosotros muy personal y específicamente para crearnos por amor, y hacernos eternamente felices como hijos suyos que somos: “Mirad que amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos de verdad…. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”. (1Jn 3,1).
Y este regalo que en su día recibimos, no lo recibimos a secas sino acompañado de otros seres semejantes a nosotros, con los que hay veces que pensamos que nos mortifican, pero no es así, porque todo el que nos mortifica nos santifica, y si no quieres que te mortifique, sigue el consejo de San Juan de la Cruz, que dice: “Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”. Sí, ya sé que para muchos, esto no funciona, pero se equivocan, lo que pasa es que las heridas espirituales son más difíciles de curar que las del cuerpo, y eso que hay algunas de estas que duran mucho, pero el bálsamo del amor termina curándolo todo, si uno es perseverante, porque con la perseverancia en el amor, hay que unir esta, siempre la paciencia. Y si nos cansamos de esperar, solo recomiendo que miremos hacia arriba y pensemos en la infinita paciencia que el Señor tiene con nosotros.
Con la vida el Señor nos entregó otros muchos regalos, que muchas veces no sabemos apreciarles, como son; una vegetación maravillosa; el murmullo del agua bajando por un tumultuoso arroyo; el canto de los pájaros en los bosques; la belleza del porte de los árboles centenarios; al que le gusten los animales, la fiel compañía de un perro, El sonido de las olas rompiendo contra los acantilados: o el suave ruido que producen estas cuando mueren en la arena de las playas; la vista del inmenso océano siempre inquieto en sus movimientos, sobre todo cuando sopla el viento y podemos contemplar la tremenda fuerza y tamaño de sus olas. La blanca nieve pura e impoluta. Las imágenes que nos ofrecen los crepúsculos y los amaneceres. El fuego de una chimenea en invierno… y tantas, tantísimas cosas que son simples y nos rodean y no las apreciamos porque estamos alejados de nuestro Creador.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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