Al hilo del post anterior y del dibujo con el que acaba el mismo, me encantaría tener la opinión de los lectores sobre la increíble paradoja de que una película como la Pasión de Cristo interese a la gente, y la Pasión de Cristo, revivida y actualizada en la Eucaristía, no interese a casi nadie.
Debiera ser una gran llamada de atención para el nuestra iglesia el constatar que la vida de Cristo interesa, por más que la práctica religiosa de nuestra sociedad parezca estar por los suelos.
En mi experiencia evangelizadora presentando el Kerigma a través de los cursos Alpha, lo que constato es que si se crea el ambiente adecuado, la gente está dispuesta a escuchar el anuncio del Evangelio. Otra cosa es que luego se conviertan o no, pero eso no depende de nosotros, se lo dejamos al Espíritu Santo. Lo que es seguro es que si hay buena comunicación, la gente escucha la Buena Noticia, aunque en su libertad responda como quiera.
Obviamente el ambiente adecuado no es una Misa solemne de dos horas, o una charla de formación para iniciados, ni siquiera una discusión en un espacio público o en el trabajo sobre religión.
Para crear el ambiente adecuado hace falta liberarse de muchas actitudes, como la de ir por la vida teniendo que convertir y corregir a todo el mundo, lo cual no es sino una manera de juzgar a la gente. Lo grave es que la gente lo nota, y lo rechaza, y no dejamos a Dios ser Dios, ni al Espíritu Santo la labor de convencer a la gente de su pecado que sólo Él puede hacer.
En el fondo nos falta mucha cintura, naturalidad y ser un poquito más normales. También nos sobran quintales de intensidad a la hora de presentar el Evangelio, pues no mostramos un rostro amable y desenfadado, y en el fondo no amamos la libertad de las personas como Dios ama la nuestra.
Si la amáramos, seríamos como Pablo Domínguez, a quien una vez en el metro un joven le dijo algo así como “¿qué pasa contigo cuervo?”; a lo que él respondió con voz de macarra: “¿qué pasa contigo ateillo?”, y entablaron una conversación de lo más fructuosa.
En Londres el Dominium Theater donde se congrega la iglesia Hillsong está lleno a rebosar de jóvenes, que alaban a Dios y entregan sus vidas, escuchando sermones de cuarenta y cinco minutos después de, oh escándalo, alabar a Dios con música actual durante treinta minutos. Esta misma iglesia en Australia tiene miles de jóvenes todos los domingos. Quizás por eso la organización de la JMJ de Sidney les invitó a dar un concierto de alabanza hace un par de años.
Teatros llenos e iglesias vacías, una gran paradoja de la comunicación, y una gran enseñanza sobre cómo el mismo mensaje puede llegar de una manera inteligible para las coordenadas culturales actuales, y a la vez ser rechazado de plano si no se presenta adecuadamente.
Y el problema no es la liturgia, ni los rituales, ni los motus propios o impropios.
Debiera ser una gran llamada de atención para el nuestra iglesia el constatar que la vida de Cristo interesa, por más que la práctica religiosa de nuestra sociedad parezca estar por los suelos.
En mi experiencia evangelizadora presentando el Kerigma a través de los cursos Alpha, lo que constato es que si se crea el ambiente adecuado, la gente está dispuesta a escuchar el anuncio del Evangelio. Otra cosa es que luego se conviertan o no, pero eso no depende de nosotros, se lo dejamos al Espíritu Santo. Lo que es seguro es que si hay buena comunicación, la gente escucha la Buena Noticia, aunque en su libertad responda como quiera.
Obviamente el ambiente adecuado no es una Misa solemne de dos horas, o una charla de formación para iniciados, ni siquiera una discusión en un espacio público o en el trabajo sobre religión.
Para crear el ambiente adecuado hace falta liberarse de muchas actitudes, como la de ir por la vida teniendo que convertir y corregir a todo el mundo, lo cual no es sino una manera de juzgar a la gente. Lo grave es que la gente lo nota, y lo rechaza, y no dejamos a Dios ser Dios, ni al Espíritu Santo la labor de convencer a la gente de su pecado que sólo Él puede hacer.
En el fondo nos falta mucha cintura, naturalidad y ser un poquito más normales. También nos sobran quintales de intensidad a la hora de presentar el Evangelio, pues no mostramos un rostro amable y desenfadado, y en el fondo no amamos la libertad de las personas como Dios ama la nuestra.
Si la amáramos, seríamos como Pablo Domínguez, a quien una vez en el metro un joven le dijo algo así como “¿qué pasa contigo cuervo?”; a lo que él respondió con voz de macarra: “¿qué pasa contigo ateillo?”, y entablaron una conversación de lo más fructuosa.
En Londres el Dominium Theater donde se congrega la iglesia Hillsong está lleno a rebosar de jóvenes, que alaban a Dios y entregan sus vidas, escuchando sermones de cuarenta y cinco minutos después de, oh escándalo, alabar a Dios con música actual durante treinta minutos. Esta misma iglesia en Australia tiene miles de jóvenes todos los domingos. Quizás por eso la organización de la JMJ de Sidney les invitó a dar un concierto de alabanza hace un par de años.
Teatros llenos e iglesias vacías, una gran paradoja de la comunicación, y una gran enseñanza sobre cómo el mismo mensaje puede llegar de una manera inteligible para las coordenadas culturales actuales, y a la vez ser rechazado de plano si no se presenta adecuadamente.
Y el problema no es la liturgia, ni los rituales, ni los motus propios o impropios.
Tampoco el problema estriba en acomodarnos a la mentalidad de este mundo.
Es un problema mucho más profundo, en el que se juega tanto nuestra identidad como nuestra credibilidad.
Si no sabemos la esencia y fundamento del cristianismo, de lo que vivimos, entonces nuestra identidad la pondremos en cosas que no son Dios, perdiendo toda credibilidad ante el mundo.
José Alberto Barrera
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