Mucho me temo que por su título, esta glosa no va a tener muchas entradas de lectores. Porque es el caso de que son muy pocos los que gozosamente aceptan que se les encuadre dentro de esta categoría de la vida humana.
Los términos vejez, ancianidad o senectud, son términos que muchas veces se emplean con sentido peyorativo. Personalmente recuerdo con cierto grado de hilaridad cuando tenía unos 55 años, el encuentro que tuve con una joven nerviosa y que sin razón alguna, por un problema de tráfico, trató de insultarme, llamándome anciano decrépito, lo que me produjo una carcajada, la cual avivó más aún en la joven, sus instintos ofensivos y a lo dicho, añadió una nueva perla ofensiva llamándome: viejo gili… etc. La verdad es que a muchos, les produce horror y luchan desesperadamente para que no se les encuadre en esas categorías finales de la vida humana. Es más, muchos de los jóvenes tienen un complejo de superioridad y llegan a creerse que el hecho de ser jóvenes nunca acaba, y me parece que algunos llegan incluso a pensar que su juventud será eterna. Ahí tenemos las clásicas narraciones literarias, de aquel que vende su alma al diablo a cambio de una eterna juventud.
Muchos con formación en ciencias exactas, consideran que la vida, la podemos representar por una parábola, que tiene su momento culminante en la madurez y a partir de ahí, todo camina hacia abajo. Y efectivamente así es, si lo miramos todo desde el punto de vista material, que es como casi todo el mundo lo mira. El cuerpo adquiere una plenitud física que podríamos situar en los 33 años, y a partir de ahí todo va cuesta abajo. El recorrido de antes no llegaba en general a otros 33 años, pero ahora cada vez, la esperanza de vida no hace otra cosa que aumentar, lo cual lleva de cabeza a todos aquellos que solo ven soluciones de orden material y entonces llegan a la conclusión de que es buena la solución de la eutanasia, en otras palabras, al que esté un poco pachucho, rematarlo ya de una vez para que no origine más gastos a la Seguridad social. Personalmente lo que a mí más me asombra, es que los promotores de esta idea, sean tan inteligentes, que no piensen en que a ellos también les tocará la china. Si uno se aficiona un poco a la historia, verá que las revoluciones terminan devorando a sus promotores, tal fue el caso, por ejemplo, del señor Robespierre en Francia.
Pero como resulta que el hombre además de cuerpo tiene alma, aunque los hay que lo niegan, el alma juega un papel más importante que el cuerpo. Una de las más importantes diferencias que median entre cuerpo y alma, es la de que mientras el cuerpo envejece muere y desaparece de este mundo, el alma jamás envejece, siempre con un ritmo más o menos rápido, el alma debería de estar avanzando hacia su madurez, pero esto desgraciadamente no siempre es así, y hay que reconocer que son muchas las almas que Dios llama a su presencia, sin haber logrado llegar en esta vida, ni siquiera a la adolescencia espiritual.
La decrepitud corporal, no le es posible a nadie detenerla, y mira que se hacen tonterías y se gasta dinero en potingues, operaciones de estética, ejercicios corporales y sacrificios económicos de las personas, para tratar de sujetar la decrepitud. Pero es inútil, ni aun tratando de mentir en la edad que se tiene, ni modificando el año de nacimiento en el DNI, cosa que se de algunos que lo han logrado, se consigue detener lo inevitable. Después de meditar sobre este tema más de una vez, he observado, que el afán de sujetar la decrepitud va en proporción directa, a la falta de vida espiritual que tiene la persona de que se trate. En la lucha humana contra su decrepitud, subyace el deseo de no abandona este mundo, de apegarse a él y como es lógico, a las personas con un alma más amante del Señor, les afecta menos este temor a dejar este mundo. El razonamiento es simple: Si creemos de verdad, que lo que nos espera es mejor que lo que aquí abajo tenemos, ¿porque ese afán en no querer abandonar este mundo? Por lo tanto la fortaleza de la fe y por ende las otras dos virtudes teologales, caridad y esperanza, nos alejarán siempre de ese malsano deseo, de querer echar raíces aquí abajo.
El alma que siempre camina hacia arriba, su madurez no tiene un punto de inflexión para abajo, tal como le ocurre al cuerpo. Todos tenemos la posibilidad en nuestras manos, de modelar la belleza de nuestra alma, cosa que no nos ocurre con nuestro cuerpo, por mucho que haya avanzado la cirugía estética. Me viene a la memoria unos bellos versos de Jorge Manrique en el canto a la muerte de su padre, que dicen así: Si fuese en nuestro poder tornar la cara fermosa corporal, como podemos hacer el ánima gloriosa angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta, en componer la cativa, dejándonos la señora descompuesta!
Como se puede ver el tema ya tenía actualidad hace cientos de años, y mucho me temo que seguirá teniéndola hasta el fin del mundo, pues mientras el maligno se encuentre suelto entre nosotros, a nadie dejará vivir en paz.
Henry Nouwen escribe diciendo: “Al transcurrir la propia vida hacia las sombras de la ancianidad, al decaer su éxito y al disminuir el esplendor de su vida se hace uno más consciente de la inmensa belleza de la vida interior”. Este es el regalo que Dios nos da a los que somos viejos o ancianos, ¡Qué más da!, la palabra que se emplee. Lo importante es que sepamos aprovechar este inmenso regalo que Dios nos ofrece, de cual acertadamente escribe San Pablo diciendo: “Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros. Y todo esto, para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios. Por lo cual no desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día, Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles eternas”. (2Co 4,14-18).
Sepamos distinguir, entre muerte y vida, y seamos conscientes de que cada vez nos acercamos más a la verdadera vida, a la que nos espera. Es triste ver que, para mucha gente envejecer es un camino hacia la destrucción. Pero hay muchos otros, para quienes crecer en años significa abandonar las tiniebla y crecer hacia la Luz amorosa de nuestro Dios.
Mi deseo, es el de que todos y cada uno de nosotros, seamos unos nuevos “Abrahanes”, del cual escribe el dominico Borregón Mata diciendo: “Abraham gozaba de paz, tenía una cierta seguridad, vivía realmente bien… ¿Qué le podía sucederle a él, siendo ya viejo? ¿Podía apasionarle una nueva aventura? Pero la palabra de Dios le sacudió profundamente: levanto la tienda, dijo adiós a su familia, cogió su rebaño, se puso en movimiento…”. Que cada uno de nosotros seamos unos nuevos Abrahanes en nuestra senectud.
Juan del Carmelo
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