viernes, 15 de octubre de 2010

NO ENTIENDO LA MISA... ¿PARA QUÉ IR?


En cada consagración se renueva el sacrificio de la cruz y se realiza nuestra salvación.

La Santa Misa es la celebración dentro de la cual se lleva a cabo el sacramento de la Eucaristía. Su origen se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, en donde los apóstoles y los primeros discípulos se reunían el primer día de la semana, recordando la Resurrección de Cristo, para estudiar las Escrituras y compartir el pan de la Eucaristía.

La Santa Misa es una reunión del Pueblo de Dios y es el medio de santificación más perfecto, pues en él conocemos a Dios y nos unimos a Jesucristo y a toda la Iglesia en su labor santificadora.

Durante la misa nosotros participamos estrechamente en la vida y misterio de Jesucristo, por Él, con Él y en Él, ofreciendo nuestras obras, ofreciéndonos nosotros mismos, pidiendo perdón por nuestros pecados y, con esto, alcanzamos gracias para toda la Iglesia, reparamos las ofensas de otros y rendimos una alabanza de valor infinito porque lo hacemos por medio de Jesucristo.

El hombre con frecuencia tiene poco tiempo para dedicarse a las cosas de Dios. Tiene poco tiempo para conocerlo y entenderlo. La Iglesia, consciente de este problema y sabiendo que si sus miembros no conocen a Dios no podrá cumplir con la misión que le ha sido encomendada, ha querido asegurar que se le dedique un tiempo a la semana a este conocimiento de las cosas de Dios y ha dado un mandamiento: Oír misa entera los domingos y días de precepto.

Con este mandamiento, la Iglesia asegura que sus miembros conozcan los lineamientos del Fundador y de esta manera "no perderán el estilo", no olvidarán su fin último y se esforzarán por cumplir su labor personal dentro de la Iglesia.

Para disfrutar y aprovechar la Misa, es importante conocer el significado de cada una de sus partes.

Partes de la misa y su significado.
La misa se divide en dos partes principales: la liturgia de la Palabray la liturgia eucarística.

La liturgia de la Palabra.
Es con la que inicia la Misa y consta de tres partes principales: las lecturas, la homilía y la oración de los fieles. En la primera parte de la misa, la liturgia de la palabra, conocemos los pensamientos y líneas de acción de Dios, escuchando su Palabra tomada de la Sagrada Escritura. Es el mismo Dios quien nos habla de una manera personal y con un mensaje específico para cada uno a través de las lecturas, el Evangelio y la homilía. Es Cristo mismo el que nos marca el camino a seguir por medio de su palabra y ejemplo.

La primera lectura.
Se toma generalmente del Antiguo Testamento o de los Hechos de los Apóstoles y nos sirve para entender muchas de las cosas que hizo Jesús. Es importante escucharla con atención, pues Dios mismo nos está hablando. De acuerdo a la simbología propia de la misa, esta actitud interna de escucha atenta, se demuestra con la postura externa: el pueblo permanece sentado y mirando hacia el frente. Después de la primera lectura se lee o canta un salmo tomado del Libro de los Salmos del Rey David con el que alabamos a Dios.

La segunda lectura.
Se toma del Nuevo Testamento, de las cartas que escribieron los primeros apóstoles. Esta segunda lectura nos sirve para conocer cómo vivían los primeros cristianos y cómo explicaban a los demás las enseñanzas de Jesús. Esto nos ayuda a conocer y entender mejor lo que Jesús nos enseñó. También nos ayuda a entender muchas tradiciones de la Iglesia. La actitud interna y la postura externa son las mismas que en la primera lectura. Después de la segunda lectura se canta el Aleluya, que es un canto alegre que recuerda la Resurrección.

El Evangelio.
Se toma de alguno de los cuatro Evangelios de acuerdo con el ciclo litúrgico y narra una pequeña parte de la vida o las enseñanzas de Jesús. Es aquí donde podemos conocer cómo era Jesús, qué sentía, qué hacía, cómo enseñaba, qué nos quiere transmitir. Esta lectura la hace el sacerdote o el diácono. El pueblo se pone de pie, demostrando una actitud interna de escucha atenta y respeto hacia Jesucristo, la Palabra viva de Dios.

La homilía.
En este momento de la Misa, el sacerdote explica el significado de las tres lecturas y su aplicación en nuestras vidas. Nos exhorta a acoger esta palabra como lo que es: Palabra de Dios y a ponerla en práctica. El pueblo escucha la homilía sentado, demostrando una actitud interna de atención a las palabras del sacerdote.

La oración de los fieles.
En este momento nos ponemos de pie, con la actitud interna de súplica al Padre y nos unimos a todas las personas que están en Misa para pedir juntos y en voz alta a Dios por cosas que nos interesan a todos: el Papa, los enfermos, las familias, los pobres, la paz del mundo, los gobernantes, etc. Debemos aprovechar ese momento para pedirle a Dios interiormente también por aquello que nosotros en particular necesitamos.

Dios verdaderamente escucha las peticiones que le hace su pueblo en la Oración Universal, por lo que debemos participar en ella de una manera activa, uniéndonos a la oración confiada por las necesidades de todos los hombres.

El Credo.
Después de la oración de los fieles, permanecemos de pie y recitamos juntos en voz alta la proclamación de nuestros misterios de fe, el resumen de la fe católica. En ella pronunciamos la palabra "Creo", con la cual demostramos que hemos escogido libremente, desprendernos de cualquier duda o inquietud humana, para confiar sólo en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado.

La liturgia Eucarística.
En la segunda parte de la misa, los miembros de la Iglesia revivimos la Pasión y Resurrección de Cristo, aunque sin derramamiento de sangre.

El ofertorio.
En esta parte de la Misa, se llevan las ofrendas, el pan y el vino al altar y el sacerdote se las presenta a Dios ofreciéndose las para que se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Debemos aprovechar este momento para ofrecer a Dios nuestra vida, nuestros propósitos e intenciones, nuestro amor, nuestras cualidades, para que Él las santifique y sirvan para el bien de la Iglesia. Es el momento de ofrecerle interiormente un nuevo esfuerzo por alcanzar aquello que me he propuesto espiritual y humanamente.

La consagración.
Es el momento más solemne de la Misa; en él ocurre el misterio de la transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Dios se hace presente ante nosotros para que podamos estar muy cerca de Él. Es un misterio de amor maravilloso que debemos contemplar con el mayor respeto y devoción. Debemos aprovechar ese momento para adorar a Dios en la Eucaristía. Hay pocos momentos en la vida en los que tenemos a un personaje tan importante frente a nosotros, pues el pan y el vino realmente se han transformado en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En la consagración, Dios nos vuelve a manifestar su gran amor, ya que nuevamente acepta el sacrificio de su Hijo por el perdón de nuestros pecados, para que podamos alcanzar la felicidad. En cada consagración que hay a lo largo y ancho del mundo, se renueva el sacrificio de la cruz y se realiza nuestra salvación. En la Eucaristía, Cristo da el mismo Cuerpo y Sangre que entregó en la cruz por amor a nosotros. El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio.

Es una misma víctima, Jesucristo, que se ofreció a sí mismo sobre la cruz y que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes. Durante la consagración expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, arrodillándonos en señal de adoración al Señor.

La comunión.
Ante la grandeza de este sacramento, antes de comulgar, los fieles repetimos con humildad y con fe ardiente las palabras del centurión: "Señor, yo no soy digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (Mt 8,8)La comunión significa «común unión», pues al acercarnos a comulgar, además de recibir a Jesús dentro de nosotros, nos unimos a toda la Iglesia, a todos los cristianos en esa misma alegría y amor. Nunca hay que perder la oportunidad de comulgar, pues en la comunión recibimos el alimento que nos dará la vida eterna. Nuestra actitud corporal al momento de recibir la comunión debe manifestar el respeto, la solemnidad y el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

Silencio sagrado, bendición y despedida.
Después de la comunión, el sacerdote limpia los objetos sagrados y se guarda un momento largo de silencio en el que los fieles deben adorar y agradecer el don de la Eucaristía que acaban de recibir.

Al terminar el silencio, el sacerdote bendice al pueblo y lo despide con las palabras: "Podéis ir en paz, la misa ha terminado. Id y anunciad al mundo las maravillas del Señor".

En este momento el pueblo se pone de pie en actitud de apertura a las gracias recibidas y de prontitud a cumplir con la misión.

Estas palabras de despedida son el origen de la palabra "misa", pues el sacerdote envía a los fieles ("missio") a cumplir con su misión de anunciar al mundo la Buena Nueva de Jesucristo.
Autor: Lucrecia Rego de Planas

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