martes, 28 de septiembre de 2010

LOS FENÓMENOS SOBRENATURALES


Al referirnos a fenómenos sobrenaturales hacemos relación a lo que trasciende lo natural, lo que está más allá de las leyes normales.

En la vida de san Juan María Vianney, cura de Ars, escrita por Francis Trochu leemos lo siguiente: Un joven de Lyon se había apenas confesado cuando el santo le dice:
-Amigo, no has dicho todo.
-Ayudadme vos, Padre: no puedo recordar todas mis faltas.
-“¿Y aquellas candelas que robaste de la iglesia de San Vicente?”
-Era verdad, pero lo había olvidado.

En otra ocasión, una mañana durante la misa, una señora se presentó a recibir la comunión. El santo pasó dos veces cerca de ella sin dársela. A la tercera vez le dice la señora en voz baja:
-Padre mío, no me has dado la comunión”.
-No hija mía; esta mañana has comido algo.
Entonces la señora se acordó de haber comido un poco de pan.

A fines del s. XIX, el doctor Imbert, profesor de medicina en Clermont-Ferrand, describió ampliamente un testimonio acerca de Luisa de Lasteau, hoy beata, y su facilidad sobrenatural para reconocer los objetos sagrados (ierognosis): «Se le presentaba una reliquia, aunque fuese de un siervo de Dios no beatificado, y sonreía satisfecha, pronta a besarla. Lo mismo hacía con los objetos benditos aunque tuvieran forma profana, mientras se mostraba insensible por los objetos no bendecidos aunque fuesen imágenes sacras. Un sacerdote vestido de civil, le presentó un crucifijo sin bendecir y no le causó impresión. Después, con su mano consagrada, trazó sobre la cruz la bendición y se lo volvió a mostrar; entonces Luisa mostró su característica sonrisa al sacerdote. Los presentes exclamaron: ¡qué sublime es la bendición del sacerdote

Es común hallar en librerías una abundante literatura que intenta explicar, acertada o erróneamente, fenómenos sobrenaturales extraordinarios que por su relación con la fe, su impacto real, atractivo o de simple curiosidad, llaman enormemente la atención. Y no es para menos: profecía, poder de sanación, discernimiento de espíritus, don de lenguas, visiones, revelaciones, habilidad infusa para el ejercicio de las artes, ciencia, estigmas, lágrimas o sudor de sangre, privación del sueño, bilocación, levitaciones, sutilezas, luminosidad son temas que dejan un deseo de profundización mayor.

Al referirnos a fenómenos sobrenaturales hacemos relación a lo que trasciende lo natural, lo que está más allá de las leyes normales como el no poder volar por nosotros mismos o conocer lenguas sin antes haberlas estudiado. La causa sólo puede ser Dios aunque la propia naturaleza o el Demonio pueden imitar algunos de estos fenómenos para confundir cuando en realidad no son tales.

Los fenómenos sobrenaturales se manifiestan con los así llamados fenómenos místicos. Estos de deben a gracias regaladas por Dios que quiere ofrecer una posibilidad de unión más íntima con él al alma que los recibe o manifestar externamente al mundo el misterio de su acción omnipotente no explicable a la ciencia.

Las causas puramente naturales tienen como fuente elementos de orden fisiológico (temperamento, sexo, edad), la imaginación, los estados depresivos del espíritu (trabajo intelectual absorbente, meditación religiosa mal regulada, excesiva austeridad) y las enfermedades. Estas llevan a confundir con fenómenos "sobrenaturales" lo que en realidad se puede explicar naturalmente.

Es de fe que existen los demonios quienes, por permisión divina, influyen sobre algunos hombres. Sin embargo, la voluntad humana permanece siempre libre. El demonio no puede producir verdaderos fenómenos pues es gracia exclusiva de Dios (resucitar un muerto, curar instantáneamente heridas, traslocaciones, profecías, conocer los pensamientos, crear, violar las leyes de la naturaleza como la gravedad, etc.) pero sí puede falsificar visiones, éxtasis, esplendores y rigidez en el cuerpo, ardores en el corazón, curación de enfermedades producidas por él mismo, hacer aparecer estigmas, esconder objetos y moverlos.

La acción divina, que es de donde provienen los auténticos fenómenos, se desarrolla principalmente en el intelecto, en la voluntad y en el organismo de aquellos que la experimentan. De ahí que los grandes fenómenos se clasifiquen en tres grupos: de orden cognoscitivo, de orden corporal y de orden afectivo.

Fenómenos de orden cognoscitivo.
Las visiones, referidas estrictamente al sentido de la vista, son percepciones de objetos mediante los ojos corporales. Hay tres tipos de visiones:
1) las externas o corporales, llamadas apariciones, donde se percibe una realidad objetiva naturalmente invisible al hombre.
2) las imaginarias, que son representaciones sensibles internas circunscritas a la imaginación.
3) las intelectuales, en las que se produce la visión por medio de la inteligencia, sin impresión o imagen sensible.

Las locuciones son fórmulas que enuncian afirmaciones o deseos. Se dividen en:
1) auriculares (percibidas por medio del oído).
2) imaginarias (se perciben con la imaginación durante el sueño o la vigilia).
3) intelectuales (las que se dejan oír directamente en el intelecto sin el concurso de los sentidos) que es como se comunican los ángeles.

Las revelaciones son las manifestaciones sobrenaturales de una verdad oculta o un secreto divino hecho por Dios para el bien general de la Iglesia o para la utilidad de quien la recibe. Son de dos tipos:
1) privadas: hechas a un individuo y que no entran en el depósito de la fe.
2) universal: la dada por la Sagrada Escritura.

Las primeras nunca contradicen a las segundas si son auténticas. Sólo a la Iglesia corresponde declarar si un mensaje es o no revelación privada

Por discernimiento de los espíritus se entiende el conocimiento sobrenatural de los secretos del corazón comunicados por Dios a sus siervos. Fue el caso del cura de Ars. En esta categoría también entra el descifrar y aclarar si otros fenómenos vienen o no de Dios.

La ierognosis es el conocimiento de lo que es sagrado manifestado en el poder o facultad que tuvieron algunos santos para reconocer las cosas santas y distinguirlas de las profanas. Este fue el caso de la beata Luisa Lausteau.

Otros fenómenos de conocimiento son la ciencia infusa universal (como el caso de Gregorio López (1562-1596) que sin estudio alguno, poseía un bastísimo conocimiento de la Sagrada Escritura, la historia de la Iglesia y los principios de la vida espiritual), el conocimiento sobrenatural de teología (los casos de santa Gertrudis y santa Catalina de Siena, luminarias de la mística), habilidad infusa para el ejercicio de las artes (por ejemplo san Francisco de Asís y Jacopone da Tordi, compositor del «Stabat Mater», para la poesía; santa Catalina de Bolonia, para la música; el beato Angélico da Fiesole para la pintura, etc.).

Fenómenos místicos de orden corporal.
El primer caso documentado de una persona estigmatizada fue el San Francisco de Asís, quien recibió los estigmas en un éxtasis que tuvo el 17 de septiembre de 1224. Después de él se han multiplicado los casos. Quizá hubieron estigmatizados antes de San Francisco. No lo sabemos.

En 1894 se publicó en París el libro «La estigmatisation». En él, el doctor Imbert-Gourtbeyre, quien estudió con competencia y atención el tema, enumera hasta 321 casos de estigmatizaciones verdaderas en la historia. De esos 321 estigmatizados 62 fueron canonizados (42 hombres y 9 mujeres). Por el tiempo y por la resonancia, nos es muy cercano el caso de San Pío de Pietrelcina, de cuyas llagas emanaba, además, un olor muy agradable.

Estamos ahora de frente a los fenómenos místicos de orden corporal. Éstos se reflejan principalmente sobre el organismo, en cualquiera de sus funciones vitales o en diferentes aspectos de su actividad y manifestaciones exteriores, como recuerda el P. Royo Marín. Estos son los principales:

Los estigmas consisten en la aparición espontánea de llagas sanguinolentas en manos, pies, costado izquierdo, en la cabeza o en la espalda. Pueden ser visibles o invisibles. Muchos han tratado de dar una explicación racionalista al fenómeno atribuyéndolo al fanatismo. Es verdad que la imaginación puede ejercer una posible influencia psíquica, pero jamás será capaz de producir heridas físicas visibles. Bastaría hacer un ejercicio simple para darse cuenta de la imposibilidad: si se fija la vista en alguna parte del cuerpo y se piensa, con todas las fuerzas, que se quiere una herida visible en el costado; se podrá pasar todo un día y no se logrará. Los hechos hablan por sí solos.

También existen los estigmas diabólicos. ¡Sí, el demonio es capaz de producirlos! Si en el orden natural, en base a la hipnosis y a la sugestión, se han llegado a producir manifestaciones similares en sujetos desequilibrados, neuróticos o histéricos, cómo no iba a poder producirlos el demonio.

El sudor de sangre consiste en la expulsión, en cantidad considerable, de líquido sanguinolento a través de los poros de la piel, particularmente los de la cara. Las lágrimas de sangre son una efusión sanguinolenta a través de la mucosa de los ojos.

En el caso del sudor de sangre, el hecho histórico por excelencia es el de Nuestro Señor Jesucristo referido por San Lucas en el capítulo 22, versículo 44, de su Evangelio. Tras Jesucristo, un número pequeño de santos y personas pías han tenido sudor de sangre: santa Ludgarda (1182-1246), la beata Cristina di Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Domenica Lazzari (1815-1848), Caterina Putigny (1803-1885).

Los casos de lágrimas de sangre son más raros aunque hay registrados dos casos muy famosos, el de Rosa María Andriani (1786-1845) y el de Teresa Neumann a mediados del siglo pasado.

La renovación o cambio de corazón es un fenómeno registrado en la historia de la mística y muy sorprendente. Consiste en la extracción del corazón de carne y en la sustitución con otro que es el de Cristo mismo.

Son famosos los casos de las santas Catalina de Siena, Ludgarda, Gertrudis, María Magdalena de Pazzi, Caterina de Ricci, Juana de Valois o Margarita María de Alacoque.

Así describía el confesor de santa Catalina de Siena el fenómeno de la sustitución de corazón: «Se encontraba un día en la capilla de la iglesia de los hermanos predicadores en Siena Recuperada del éxtasis se puso de pie para regresar a casa. Una luz del cielo la envolvió y en la luz apareció el Señor que tenía en su mano un corazón humano, verdadero y esplendoroso El Señor se le acercó, abrió el pecho de ella por la parte izquierda e, introduciéndole Él mismo el corazón que tenía en las manos, le dice: "Querida hijita, como el otro día tomé tu corazón, he aquí que te doy el mío con el cual siempre viviréis”. De lo dicho queda la apertura que le hizo en el costado; en signo del milagro ha quedado en aquel lugar un cicatriz, como me han asegurado a mí las compañeras que han podido verla. Queriendo saber la verdad de lo sucedido, ella misma fue obligada a confesármelo».

El ayuno absoluto. Está demostrado que el hombre puede sobrevivir naturalmente en una abstinencia total de alimento prolongada sólo por algunas semanas. En 1831 un condenado a muerte, Garnié, rehusó tomar alimentos a excepción de un poco de agua. Murió después de 63 días. Pesaba sólo 26 kilos. En la Iglesia, los casos más notables de ayuno absoluto son los de santa Catalina de Siena (cerca de ocho años), santa Ludovina de Schiedman (28 años), las beatas Caterina de Raconigi (diez años), Domenica Lazzari y Luisa Lasteau (14 años). Todas ellas llevaban una vida normal e incluso muy activa. Sin embargo el ayuno por sí mismo no prueba la santidad pero sí la Iglesia reconoce en algunos de sus santos un privilegio similar dado por Dios como recompensa por sus virtudes.

La vigilia o privación prolongada del sueño es análogo al precedente. Los casos más notables son los de san Macario de Alejandría quien pasó 20 años continuos sin dormir. Santa Coleta dormía una hora a la semana y una vez en su vida permaneció un año sin dormir. San Pedro de Alcántara dormía hora y media al día por cuarenta años, como testimonió santa Teresa de Jesús. Santa Rosa de Lima limitaba a dos horas el tiempo concedido para el reposo y santa Catarina de Ricci no dormía más que dos o tres horas por noche. Los médicos y los fisiólogos coinciden en el decir que sin salir de las leyes normales de la naturaleza orgánica no se puede privar a una persona del sueño. Las largas vigilias y abstinencias se encuentran sobre todo entre los contemplativos.

La agilidad consiste en la traslación corporal casi instantánea de un lugar a otro, a veces remotísimo del primero. Es diferente a la bilocación porque no hay simultaneidad de presencia en ambos lugares sino únicamente traslación de un lugar a otro.

En la mismísima Biblia leemos que el diácono Felipe fue trasportado por el Espíritu de Dios a la ciudad de Azoto después que instruyó y bautizó sobre el camino de Jerusalén a Gaza al eunuco Candace (Hechos de los apóstoles 8, 39-40) aunque quizá sea más famosos el caso de Habacuc, trasportado por el ángel de Judea a Babilonia para que llevase alimento a Daniel en la fosa de los leones (Dan 14, 33-39).

Otros santos conocidos también la ha tenido: santa Teresa contaba que san Pedro de Alcántara se le aparecía, aún viviente, varias veces. También san Felipe Neri se aparecío muchas veces mientras estaba en vida. San Antonio de Padua llegó a hacer, en una sola noche, el viaje de Padua a Lisboa; y regresó en la misma noche. En la vida de san Martín de Porres se narran prodigios de este tipo.

La bilocación es uno de los fenómenos más sorprendentes de la mística y uno de los más difíciles de explicar a menos que se recurra al milagro. Consiste en la presencia simultánea de una misma persona en dos lugares diversos. Se han dado muchos casos en la historia de la vida de los santos. Entre los más conocidos están los de san Francisco de Asís, san Antonio de Padua, san Francisco Xavier, san Martín de Porres, san José de Cupertino o san Alfonso María de Ligorio.

De san Alfonso María se lee en su proceso de canonización que el 21 de septiembre de 1774, mientras estaba en Arienzo, pequeña villa de su diócesis, cae en una especia de desvanecimiento. Permanece cerca de dos días inmerso en un dulce y profundo sueño, sentado sobre un sillón. Uno de sus siervos habría querido despertarlo, pero su vicario general, D. G. Nicola de Rubino, ordenó que lo dejaran reposar. Cuando se despertó, el santo sonó la campana. Acudieron prontamente sus familiares. Viéndolo grandemente agitado le preguntaron:
-“¿Qué te sucede?, son dos días en que no has hablado ni dado ninguna señal de vida
Él respondió asegurando que había ido a asistir al Papa que acababa de morir hace una hora. Poco tiempo después llegó la noticia de la muerte de Clemente XIV, acaecida el 22 de septiembre a la una de la tarde, momento preciso en el que el santo había sonado la campanilla. San Alfonso fue visto en ambos lugares contemporáneamente por una multitud de testigos.

Las levitaciones consiste en la elevación espontánea del suelo y en el mantenimiento del cuerpo humano sin ningún apoyo y sin causa natural visible. Por regla, le levitación mística se verifica mientras el paciente está en éxtasis y, si el cuerpo se eleva un poco, se llama éxtasis ascensional; si se eleva a gran altura, recibe el nombre de vuelo extático; y si comienza a andar velozmente a ras del suelo, pero sin tocarlo, se llama marcha extática.

En el proceso de canonización de san José de Cupertino se registran más de sesenta casos de levitación. Fue visto volar sobre el púlpito de la iglesia, por los muros y delante de un crucifijo o una imagen pía; aterrizar sobre el altar o cerca del tabernáculo; sostenerse como un pájaro sobre ramas débiles; hacer saltos de grandes distancias. Una palabra, una mirada, la mínima cosa en relación con la piedad, le producía estos transportes. En un periodo de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores debieron exceptuarlo del rezo común en el coro para que, contra su voluntad, no interrumpiera ni perturbase las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos de los cuales muchas personas fueron testigos, entre ellos el Papa Urbano VIII y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, el cual no sólo quedó impresionado sino que se convirtió al catolicismo y vistió el sayal franciscano.

Está claro que la simple naturaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes. La Iglesia ha explicado este fenómeno como una anticipación del don de agilidad propia de los cuerpos gloriosos.

Las sutilezas consisten en el paso de un cuerpo a través de otro. En el momento del tránsito supone la compenetración o coexistencia de los dos cuerpos en un mismo lugar. Este prodigio se verificó en la persona de Jesús cuando a puertas cerradas se presentó a sus discípulos, como narra san Juan en los versículos 20-26 del capítulo 19 de su Evangelio. También es célebre el caso de san Raymundo de Peñafort que entró en su convento de Barcelona a puertas cerradas.

Las luces o esplendores son ciertos esplendores que algunas veces irradian los cuerpos de los santos sobre todo durante la contemplación o el éxtasis. Este fenómeno se verificó en san Luis Beltrán, san Ignacio de Loyola, san Francisco de Paula, san Felipe Neri, san Francisco de Sales, san Carlos Borromeo, san Juan María Vianey, etc. Es uno de los más frecuentes entres los grandes santos.

El perfume sobrenatural (osmogenesia) consiste en un cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que emana del cuerpo mortal de los santos o del sepulcro donde reposan sus restos. Se trata de un aroma singular que nada tiene de común con los perfumes terrenos. Los testigos que lo han experimentado no encontraron analogías para hacer entender la suavidad y fragancia de un aroma inconfundible jamás sentido en la tierra.

El perfumero de la corte de Saboya fue enviado un día al convento de la beata María de los Ángeles para que buscase individuar la naturaleza del olor que la sierva de Dios emanaba. Debió confesar que no se asemejaba a ninguno de los perfumes de esta tierra. Las religiosas, sus compañeras, lo llamaban olor de paraíso o de santidad.

Han exhalado suave olor las reliquias o los sepulcros de san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, santa Rosa de Lima, santa Teresa, santa Francisca Romana, etc.

Fenómenos de orden afectivo.
Quedan aún por explicar un tercer tipo de fenómenos, los de orden afectivo. Se consideran tales, prevalentemente, dos tipos: los éxtasis místicos y los incendios de amor. Algunos estudiosos llaman a este tercer tipo de fenómenos, psico-fisiológicos pues tienen, en buena medida, su raíz principal en la voluntad; de ahí que algunos autores los clasifiquen entre los fenómenos de orden orgánico.

Los éxtasis místicos no son gracias gratis dadas por Dios. Entran en el desarrollo normal de los grados de oración mística y constituyen un fenómeno normal en el desarrollo de la vida cristiana. Pero como su aspecto exterior es espectacular, presenta ciertas semejanzas con los fenómenos de tipo extraordinario que se han mencionado.

Los incendios de amor son un hecho comprobado en la vida de algunos santos en los que el amor hacia Dios se manifiesta algunas veces hacia el exterior bajo la forma de fuego que quema, incluso materialmente, la carne y la ropa cercana al corazón. Esta manifestación se produce en grados diversos:
1) Simple calor intenso: es un extraordinario calor del corazón que se dilata; este calor se expande a todo el organismo. Es clásico el episodio de la vida de san Wenceslao, duque de Bohemia. De noche visitaba la iglesia a pies descalzos. Al siervo que le acompañaba le recomendaba meter los pies en los zapatos que él dejaba para no congelarse.

2) Ardores intensísimos: el fuego del amor divino puede llegar a tal intensidad que a veces es necesario recorrer a refrigerantes para poderlo soportar. Se cuenta de san Estanislao de Kotska, que era tan fuerte el fuego que lo consumía, que en pleno invierno era necesario aplicarle sobre el pecho paños empapados de agua helada. Santa Caterina de Génova no podía acercar su mano al corazón sin experimentar un calor intolerable.

3) La quemadura material: cuando el fuego del amor llega a producir incandescencias, las quemaduras se realizan plenamente. Es lo que se llama a pleno título incendios de amor. El corazón de san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, ardía de tal manera, que más de una vez su túnica de lana aparecía completamente quemada por la parte del corazón. El beato Nicolás Factor, religioso franciscano, incapaz de soportar el fuego que ardía en su corazón, se hechó un vaso de agua helada en pleno invierno. Consta en su proceso de beatificación que el agua, inmediatamente, se evaporó.

Existe sin duda una estrecha relación entre el amor y el fuego producido.

La naturaleza prodigiosa de todos estos fenómenos exige recurrir a lo sobrenatural para poder ser explicados. Este recurso, indiscutiblemente, demuestra la grandeza infinita de Dios el cual esparce a manos llenas sus tesoros. Es fácil recurrir a lecturas que intentan, acertada o erradamente, para bien o para confusión del lector, explicar estos casos que son verdaderamente atrayentes. Este texto es una buena guía para no perder el norte y tampoco dejarse engañar.
Autor: Jorge Enrique Mújica

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