domingo, 22 de agosto de 2010

HISTORIA DE LA ESTÉTICA DE LA IGLESIA


Ayer hablé de mi amor por el neogótico.

Pero mirando atrás, a la entera historia de la Iglesia, veo que se podría decir que estéticamente la fe en Cristo comenzó con una estética doméstica. Después construyó iglesias de fuerte sabor clásico, de dimensiones humanas, templos luminosos, coloridos.

Tras eso, en el resto del continente, primó lo mistérico. La estética de los godos, la estética de los bárbaros venidos de tierras hiperbóreas, brumosas. Es como si trajeran consigo su oscuridad, su frío. El templo se hizo distancia entre fieles y ministros, entre la Divinidad y los orantes. No lo digo esto como crítica. Me parece que ese conglomerado de arte prerrománico-románico-gótico es lo más conseguido, el arte que nos estremece.

Después vino una estética en la que la distancia volvió a abreviarse. Si el románico me recuerda al invierno, el templo renacentista me recuerda a la primavera. Primavera que se desboca en el barroco. Arte este que es teatral, que despista, que abruma por acumulación. Estética que distrae, que hace vagar la vista. El centro ya no será un pantocrátor, atemporal y absoluto, sino un retablo, que al fin y al cabo es un mueble. La rotundidad del concepto, su abstracción, vino sustituida por la abundancia de angelotes regordetes.

Pero ese modo de presentar la fe, al menos, resulta extraordinariamente amable. El templo se transforma en algo más parecido a un salón de casa. La desnudez da paso a la decoración acogedora.

Es en el siglo XIX cuando se dan cuenta de que han agotado las líneas esenciales de la estética, de lo abstracto a lo figurativo, de lo desnudo a lo completamente cubierto, de la línea recta al paroxismo de las curvas. La Iglesia había pasado por todas las etapas. Es entonces cuando por vez primera reviven estéticas anteriores. Será lo mismo, pero llevado a la hipérbole. Ninguna estética prevalecerá ya. Y no prevalecerá ninguna, porque ya no podrá imponerse ninguna. ¿Y eso por qué? Pues porque finalmente, en el siglo XX, podremos poseer en nuestro tiempo todas las estéticas. Ninguna nos será ajena, ni el estilo colonial, ni el africano, ni la iglesia de Matisse, ni el eclecticismo, ni el neobizantino, ni el oriental, ni el paleocristiano.

Por fin, en nuestra época, es como si viviéramos simultáneamente todos los mundos estéticos del pasado. La Iglesia no está ligada a estética alguna. Pero echando la vista atrás, donde esté una buena iglesia románico-gótica que se quite lo demás. Especialmente las iglesias-garaje que algunos infiltrados nos han construido. Aunque siempre hay alguno que prefiere una salchicha Oscar-Mayer a un solomillo relleno de trufas y setas.
Padre Fortea

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