martes, 20 de julio de 2010

CARTA A LOS HEBREOS


Este documento del siglo II, se asemeja más a un pequeño tratado teológico que a una epístola, a pesar de su calificación de carta.

En sí, es un extenso sermón, una pieza que a juicio de algunos exegetas, está construida o escrita para ser proclamada oralmente. Inicialmente se atribuyó su autoría a San Pablo, pero es un verdadero enigma en lo que respecta a su verdadero origen, autor y destinatario. La autoría de San Pablo hay que desecharla en razón de su concepción teológica, su estilo y los temas de su contenido, de los cuales San Pablo en su epistolario no se ocupa preferentemente. Quizás la hipótesis más probable, es que este documento, que forma parte del Nuevo Testamento, fuese redactado por un fiel oyente de San Pablo. La Carta a los Hebreos, debió ser escrita, más o menos entre los años 70 y 90, es decir, entre 40 o 60 años después de la Ascensión del Señor a los cielos.

Los destinatarios de la carta son cristianos ya desde hace algún tiempo, al parecer pertenecientes a una comunidad que está atravesando un momento difícil. No resulta evidente que sean cristianos procedentes del judaísmo, aunque si tengan un cierto barniz judeocristiano. Son cristianos ya de segunda generación que pasan su crisis de indolencia y descuido; poco aprecio de la salvación traída por Cristo y abandono de las reuniones de la comunidad, donde se tenían que fortalecer en su fe. Todo el escrito es una vibrante llamada a intensificar la fe y la esperanza en Cristo que es el único salvador "eficaz y definitivo". La llamada se hace, no sólo a los dirigentes sino a toda la comunidad y es probable que tenga como destinatarios a más de una comunidad.

Esta glosa la debí de haber escrito antes de que finalizase el año sacerdotal, el pasado 19 de junio, coincidiendo con los 150 años del Santo cura de Ars, patrono de los sacerdotes y del sacerdocio, ya que la Carta a los Hebreos es un documento que se ocupa preferentemente del sacerdocio de Cristo que es el tema central de esta carta. Hay que señalar que en el tema del sacerdocio, San Pablo en sus epístolas no se ocupó de él, sin embargo el autor de la Carta a los Hebreos, en plan de proclamación oral, expone el misterio de Cristo a la luz de la historia de la salvación y de las Escrituras, como principal punto de partida para estimular a unos oyentes a que "vivan su fe" con coherencia y esperanza.

La Carta en su primera parte (Versículos 1,1-4) lleva a cabo una especie de introducción a todo el contenido de la misma, manifestando la presencia de Cristo en el mundo como mediador del Padre y con una autoridad superior a la de hombres y ángeles. En la segunda parte (Versículos 1,5 a 2,8) se nos pone de manifiesto la posición salvífica de Cristo de carácter único y superior a toda otra. En la tercera parte de esta carta (Versículos 3,1 a 5-10) se manifiestan los poderes del sacerdocio de Cristo, por medio del cual alcanzaremos la salvación. En la cuarta parte (Versículos 5,11 a 12-13) Se desarrollan las funciones y características del sacerdocio de Cristo, y se nos llama a la práctica de la fe y a la perseverancia y a la confianza en este sumo sacerdote que es Cristo. En la quinta parte (Versículos 11,1 a 12-13) la carta se ocupa de nuestro comportamiento con Dios y con los demás. La parte final (Hasta el versículo 13,25) son palabras de epílogo y despedida, asimismo tenemos aquí, una parte que parece estar añadida para poner la Carta bajo la autoría de San Pablo.

La Carta a los hebreos, nos da inicialmente el mensaje de Cristo como único Sacerdote santo y misericordioso digno de crédito, que por medio de su sacrificio en la cruz, con su Muerte, Resurrección, y con su posterior Ascensión a los cielos, así que por medio de su intercesión, nos ha salvado y abierto las puertas del cielo, instaurando la nueva Alianza. Sólo Él nos ha salvado con su obediencia al Padre. En la carta se pone énfasis, en marcar la diferencia entre lo antiguo y lo nuevo. Nace una contraposición entre el nuevo culto y el antiguo, al que se califica de ineficaz. Sólo por la sangre de Cristo puede el hombre purificar su corazón y vivir su conversión interior y su comunión con Dios.

La carta ofrece a las comunidades a las que se dirige en su tiempo, que están tentadas de acomodación, de tibieza y de deserción ante las persecuciones de que eran objeto, un nuevo camino para profundizar en la fe primera y alcanzar la salvación que nos ofrece Cristo. Se trata por tanto de "vivir" con intensidad y constancia una esperanza y una fe que nos conduce hasta el interior del "misterio", hasta la "comunión" con Dios. Este es para el autor el verdadero culto cristiano. El autor pues, nos exhorta a nosotros también, a un compromiso de vivir con intensidad y constancia la esperanza y la fe, sobre todo en los tiempos duros y de prueba, y así no caer en la apostasía, en el enfriamiento de la fe. Fe y constancia son dos actitudes especialmente necesarias para cristianos de la segunda generación.

Se nos recuerdan la firmeza de la fe los patriarcas, especialmente la fe de nuestro padre Abraham. En su fe, está en el origen de las promesas divinas y que le hace superar la prueba de tener que sacrificar precisamente a su hijo, depositario de las promesas divinas. Esta fe es modelo para todos los descendientes. En Moisés, la fe le hace superar todos los sufrimientos y tribulaciones que inevitablemente lleva consigo la fidelidad a Dios. La fe, pues, inicia, mueve y culmina toda la aventura del éxodo y la conquista de la tierra, acontecimientos cruciales en la historia del pueblo de Dios. Sin la fe no se explica esa historia y tampoco podría explicarse la del pueblo cristiano. Por tanto, la fe es garantía de pleno éxito, tanto para alcanzar la gloria como para afrontar las más duras dificultades. Por lo mismo, hay que correr recio el estadio de la vida para ganar el combate de la fe, despojándonos de todo aquello que dificulta la agilidad; en este caso se trata de despojarnos del pecado, que es el obstáculo fundamental.

No margina la Carta a los hebreos el valor del sufrimiento que es algo con lo que hay que contar y no debe ser considerado como un castigo de Dios. Al contrario, las pruebas y los sufrimientos nos corrigen, nos transforman, nos perfeccionan, y son una demostración de la solicitud paternal de Dios para con nosotros.

En conclusión, el autor resume así la nueva situación que plantea al creyente el sacrificio de Cristo: ya que gracias a él, se tiene acceso pleno a Dios, y el requisito es ahora, no el cumplimiento de ciertos ritos mosaicos, sino la fe en Cristo. Por eso, el autor advierte severamente a su auditorio contra el pecado de apostasía, encomiando la dureza del castigo previsto para aquellos que renuncien a su fe. Les recuerda que en el pasado fueron sometidos a persecución, y les exhorta de nuevo a no perder la fe.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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