martes, 11 de mayo de 2010

¿QUÉ ES DE NUESTRA ALMA, DÓNDE PARA, QUÉ PASA?


Con frecuencia cunde el desánimo. No es para menos.

Es como si la vida se nos escapara de las manos entre lástimas y ojalás y ya veremos. Por otro lado quisiéramos controlar los acontecimientos. Todos. De cerca o a distancia. Los nuestros y los de aquellos que más amamos, sobre todo. Que nada ni nadie se escabulla. Por su bien, por supuesto. Tenemos pavor a que las cosas no sucedan a como las tenemos previstas, soñadas o pensadas. Al menor contratiempo nos rebelamos o enfurruñamos como críos. No puede ser, no puede ser. La vida es un constante peligro. El desconocimiento nos hace temblar.

¿Qué va a ser de mí? ¿Qué será de mis hijos? Vamos de lado a lado, el corazón se llena de miedos y taquicardias; vamos, venimos, apuntamos, reñimos. Y ahora este problema de trabajo. Y lo otro, y aquello que viene de improviso, con lo que no contabas. No nos llega la camisa ni las ganas ni el dinero ni la sonrisa. La vida se precipita en mil incógnitas. Y llega un momento en que perdemos la paz, el sosiego. Y decimos que no tenemos cuerpo para nada. ¿Y el alma?

Sí, claro, ¿qué es de nuestra alma? ¿Dónde para? El valle de lágrimas es evidente. Ya sabemos lo que es esto: trabajo y más trabajo, y tristezas, y un cansancio cada vez más puñetero. Y mira que hay gente mala, y tantas mentiras. Y el dolor de cabeza y ese cristal roto y el colmo de la presidencia de la comunidad de vecinos. Bien, vale, pero ¿dónde para el alma, tu alma? ¿Dónde está Dios en tu vida? ¿Dónde? ¿En paradero desconocido? ¿En el exilio de tu pereza o soberbia? Es que… Sí, ya, estamos demasiado ocupados. Es que, es que, es que. Además no todo es tan cenizo ni lúgubre. Se convierte en manía estar siempre a la defensiva. Madre mía, ¡qué amargura! Acabamos no soportándonos a nosotros mismos. Ni a nadie. Y es que la vida es dolor sí, y carencias, y zancadillas; pero es también amor. Y el amor percibe que todo lo que nos ocurre no es por fastidiar, no obedece a ninguna estrategia de tortura. Lo que pensábamos que era un completo desorden en realidad era el camino hacia un orden mucho más perfecto. Un orden que es Providencia amorosa de Dios. Porque para el que cree todo suma.

El alma necesita tiempo. El alma necesita abastecerse en Dios. Eso es la piedad y la oración, y eso es ir comprendiendo el fundamento de la vida y de todas sus circunstancias. Buenas, malas o regulares. Y vengan mal dadas o bien dadas, levantar los ojos y ofrecer a Cristo lo que somos y lo que nos pasa. Es nuestra misa. Y pedir más fe y más gracia. Y poner los medios, con una voluntad bastante más recia. Plantarnos en medio del desánimo y decir: ¡Soy cristiano y tengo esperanza! Y Dios es mi Padre. En Ti abandono todo mi ser. A Ti someto mis planes y sueños, mi agenda y mi familia. Todo lo mío es Tuyo. Pero haz que administre con más perspicacia espiritual las horas. Soy Tu hijo. Entre tanto lío y tanta historia quisiera tener más juicio para amarte y poner las cosas en su sitio.
Guillermo Urbizu

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