La vida cristiana no consiste solamente en cumplir unos cuantos preceptos, es acercarse a la vida de la gracia para parecerse cada vez más a Cristo Jesús.
El modo que tiene cada hombre de unirse con Dios es parecerse al Hijo de Dios: Jesús. Esto se realiza por la gracia que nos mereció en la Cruz.
El Sermón del Monte acaba con recomendaciones positivas que se pueden resumir en una cosa: Vivir en presencia de Dios, vivir cara a Dios.
De vivir cara a Dios surgirá el dar limosna, hacer oración, ayuno, usar bien el dinero, no perder la serenidad.
El que vive esta nueva vida juzga a los demás con rectitud, acude a Dios en sus necesidades...
En resumen, dice el Señor: -Tratad a los demás como queréis que os traten; en esto consiste la Ley y los profetas. (Mt. 7, 12).
El que así obra alcanzará la vida eterna aunque el camino sea estrecho. Dará frutos buenos y abundantes, construirá sobre roca y no sobre arena, de modo que las dificultades no le destruyan.
San Mateo nos dice que «al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza porque lo enseñaba con autoridad y no como los escribas» (Mt. 7, 28-29).
Esta reacción es lógica, pues indica el modo divino, concreto y práctico de alcanzar la felicidad en esta tierra y en el cielo.
El resumen de la vida cristiana lo hizo el propio Jesús cuando resumió los mandamientos en: AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS Y AL PRÓJIMO COMO A UNO MISMO.
La identificación con Cristo.
La vida moral cristiana no se reduce al cumplimiento de una serie de sabios preceptos. Aunque esto es necesario, la vida cristiana es mucho más. San Pablo lo explica frecuentemente diciendo que es «vivir en Cristo». Esta vida es semejante a la unión de un sarmiento a la vid como indica el mismo Jesús, o como la de un miembro que forma parte de un cuerpo vivo.
Estos ejemplos ilustran que en el alma del cristiano hay una nueva vida. Dios está presente en el alma de un modo nuevo. El medio para estar Dios en el alma es la gracia, que es un don de Dios por el que está presente en el alma y la vivifica. Como dice San Pedro, el hombre, con la gracia, se hace «participante de la naturaleza divina».
Así, podemos comprender mejor los testimonios de Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». (Jn. 14, 6). En Jesús la humanidad y la divinidad están unidas tan íntimamente, que es una sola Persona. La humanidad del Señor ha sido asumida por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, el Verbo de Dios. Es imposible una unión mayor entre lo humano y Dios.
El modo que tiene cada hombre de unirse con Dios es parecerse al Hijo de Dios: Jesús. Esto se realiza por la gracia que nos mereció en la Cruz. Por la gracia se borra el pecado, se sanan las heridas y debilidades humanas y además el hombre se va pareciendo cada vez más a Cristo. Si el hombre es muy fiel a Dios llegará a identificarse cada vez más con Cristo. Esto es obra de la gracia, pues como dijo Jesús: «El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí, no podéis hacer nada» (Jn. 15, 5).
«Vivo yo, pero no yo: es Cristo quien vive en mí»
«Corred, pues, de modo que lo alcancéis»
También es necesaria la correspondencia libre del hombre, que puede resistirse o cooperar con la gracia.
El Concilio Vaticano II expresa admirablemente estas ideas: El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina deformada por el primer pecado. En Él, la naturaleza humana, asumida, pero no absorbida, ha sido elevada en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. (GS, 22).
Enrique Cases
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