martes, 12 de mayo de 2009

¿QUÉ HACER ANTE LA HOMOSEXUALIDAD?


Oirás muchas verdades que llaman consoladoras; pero la verdad libera primero y consuela después. Georges Bernanos

Pienso que cualquiera que haya conocido un poco de cerca el drama que muchas veces rodea la vida de una persona homosexual, siente a partir de entonces una comprensión y un aprecio muy especial por esas personas. Cuando se comprende un poco mejor la realidad de su sufrimiento, dejan de hacer gracia las bromas que algunos gastan sobre este asunto, y más bien producen un profundo desagrado.

Muchos de ellos desean un cambio, y la idea de que no puede haberlo suele responder más a una reivindicación de grupo que a una realidad orgánica o fisiológica. Hay abundante experiencia de que quienes lo han logrado. Así lo asegura, por ejemplo, el psicólogo holandés Gerard van der Aardweg, sobre la base de una experiencia clínica de veinte años de estudios sobre personas que estaban en esa situación y deseaban salir de ella.

Aardweg insiste en que el homosexual tiene también instintos heterosexuales, pero que suelen ser bloqueados por su convencimiento homosexual. Por eso, la mayor parte de los pacientes que lo desean verdaderamente y se esfuerzan con constancia, cambian en uno o dos años, y poco a poco disminuyen o desaparecen sus preocupaciones, aumentan su alegría de vivir y su sensación general de bienestar. Algunos acaban por ser totalmente heterosexuales; otros tienen episódicas atracciones homosexuales, que son cada vez menos frecuentes conforme toma fuerza en ellos una afectividad heterosexual.

La Iglesia Católica les pide que vivan la castidad, exactamente igual que se lo pide a todas las personas heterosexuales que no están casadas.

Hay cierto debate sobre si es o no una enfermedad, pero está claro que no figura en el catálogo mundial de enfermedades mentales.

En 1973 la homosexualidad fue extraída del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), pero hay que decir que aquello constituyó uno de los episodios más oscuros de los anales de la medicina moderna. Fue relatado ampliamente por uno de sus protagonistas, Ronald Bayer, conocido simpatizante de la causa gay, y es un buen ejemplo de cómo la militancia política puede llegar a interferir y alterar el discurso científico.

Durante los años previos a esa decisión se sucedieron repetidos intentos de influir en los congresos de psiquiatría mediante insultos, amenazas, boicots y otros modos de presión por parte de de activistas gays. El obstruccionismo a las exposiciones de los psiquiatras fue en aumento hasta llegar a tomar la forma de una auténtica declaración de guerra. La victoria final fue para el lobby gay, aunque hay que decir que, a pesar de las presiones, la aprobación de la exclusión de la homosexualidad del DSM no obtuvo más que el 58 % de los votos. Era una mayoría cualificada para una decisión política, pero desde luego bastante débil para dar por zanjado un análisis científico de un problema médico. Se piense lo que se piense al respecto - y la falta de unanimidad médica debería ser una buena razón para optar por la prudencia en cuanto a las opiniones tajantes -, la verdad es que la controvertida decisión final estuvo más basada en la acción política que en una consideración científica.

¿Es o no una enfermedad?
§ “Fui homosexual activo durante veintiún años, hasta que me convencí de la necesidad de cambiar” - explicaba Noel B. Mosen en una carta publicada en la revista New Zealandia.
§ “Con la ayuda de Dios, lo conseguí. Ahora llevo seis años felizmente casado y no experimento ninguno de los deseos homosexuales que antes dominaban mi vida. En todo el mundo son miles las personas que han cambiado, igual que yo”
§ “Es falso que se haya probado la existencia de un gen que determine la homosexualidad. Si los genes fueran determinantes, cuando uno de dos gemelos fuera homosexual, también el otro tendría que serlo; pero no ocurre así”
§ “Además, si la orientación sexual estuviera genéticamente determinada, no habría posibilidad de cambiar; pero conocidos expertos en sexología como D. J. West, M. Nichols o L. J. Hatterer, han descrito muchos casos de homosexuales que se convierten en heterosexuales de modo completamente espontáneo, sin presiones ni ayuda de ninguna clase”
§ “Mi experiencia es que la homosexualidad no es una condición estable ni satisfactoria. No es libertad: es una adicción emocional”

En las últimas décadas, sin embargo, se ha impuesto una especie de férrea censura social que tacha de intolerante todo lo que contradiga la pretensión de normalidad defendida por determinados grupos homosexuales muy activos. Estos grupos de influencia presentan el estilo de vida homosexual de modo casi idílico.

Transcribo, por el contrario, un testimonio publicado no hace mucho en El Semanal.
Leí la entrevista que salió en el número 656 de su revista el pasado 21 de mayo. Si ese chico es feliz viviendo su homosexualidad, pues me alegro. No quiero ahora valorar la homosexualidad ni a quienes la practican. Tan solo quiero dar mi testimonio por si a alguien le sirve. He vivido mi homosexualidad durante unos diez años. He sufrido constantes angustias, infidelidades, traiciones y celos. Desde hace un año he cortado con esas relaciones y procuro salir con chicas y cambiar de ambiente. Cada vez me encuentro más feliz y no quiero caer en los errores pasados. Creo considerarme un ex gay. Aviso a navegantes: ¡ser gay no es tan rosa como lo pintan!”

No es una simple cuestión de palabras.

La correcta comprensión de este asunto no es una cuestión de simples precisiones académicas o terminológicas. Acertar en esto representa una cuestión importante para bastantes personas que viven condicionadas por el viejo dogma de que la homosexualidad es algo innato, inmutable y extendidísimo.

No es extraño que un adolescente sienta unas leves tendencias homosexuales durante el desarrollo de la pubertad, habitualmente de modo pasajero y que pronto disminuyen. Pero si a esa chica o ese chico se le ha hecho creer que la homosexualidad es de origen genético, y que es algo permanente e inexorable, esa idea puede provocar que ese adolescente convierta una sencilla y circunstancial cuestión en una profunda crisis de identidad sexual.

Afirmar que las personas con inclinaciones homosexuales no pueden sino actuar según esas inclinaciones, supondría negar a esas personas lo más específicamente humano, que es la libertad personal. Probablemente esas inclinaciones no son decididas voluntariamente, pero siempre son libres de decidir no practicarlas para no reforzar esa tendencia.

¿Y qué contestarías a quienes dijeran que tus ideas sobre este tema son homófobas”, y que por tanto no deben tolerarse?

Les pediría que rebatan mis afirmaciones. Todos tenemos derecho a sostener lo que nos parezca verdadero u oportuno. Si quieren rebatir afirmaciones científicas han de hacerlo con otras de la misma naturaleza. Si se trata de opiniones o juicios de valor, tendrán que oponer otros. Pero no la intolerante exigencia del silencio o de la rectificación forzosa. Porque hay mucho progresista cazador de brujas que quisiera quemar en una pira pública todo lo que no coincida exactamente con sus dogmas sobre el tema, pero la libre investigación científica y la libertad para expresar valoraciones y opiniones no pueden quedar limitadas por los prejuicios ideológicos, por más que estos se enmascaren con el ropaje de la dignidad ofendida.

Me llama la atención que quienes defienden, por ejemplo, la castidad o la fidelidad conyugal tengan que sufrir, en nombre de la tolerancia, todo tipo de ataques o de burlas, y sin embargo no se pueda opinar en otro sentido dentro de este tema.

Parece que no puede hablarse sobre aquellos a quienes el progresismo oficial otorga la condición de agraviados. Es una curiosa tolerancia unidireccional, por la que unos pueden atacar pero nunca ser atacados. Al final es un simple un problema de libertad de expresión, pues dictaminar qué se puede o no defender públicamente es siempre un atentado contra la libertad de expresión, y la reducción del adversario al silencio es siempre síntoma de debilidad intelectual.
La actitud de la Iglesia.

¿Y por qué la Iglesia católica parece tan dura y poco comprensiva con los homosexuales?

Creo que no es así. Es la misma sociedad la que, en muchas épocas y ambientes, ha sido dura y poco comprensiva con el homosexual. A veces los católicos se han contagiado de esa mentalidad, pero la Iglesia católica insiste en que esas personas deben ser acogidas con respeto y delicadeza, y que ha de evitarse respecto a ellas todo signo de discriminación injusta.

Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2357-2359), las inclinaciones homosexuales son objetivamente desordenadas, y por tanto es inmoral realizarlas, pero el homosexual como persona merece todo respeto. Esas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

Es cierto que un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas, y que no eligen su condición homosexual, sino que ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. La acción pastoral de la Iglesia con estas personas - señala el teólogo Georges Cottier - ha de caracterizarse por la comprensión y el respeto. Con frecuencia se les ha hecho sufrir como consecuencia de actitudes que son más bien fruto de prejuicios que de auténticos motivos de inspiración evangélica. Tienen que sentirse miembros de pleno derecho de la parroquia, y para ellos vale la misma llamada a la santidad del resto de los demás hombres y mujeres. Hay que tener siempre presente la maternidad de la Iglesia, que ama a todos los hombres, también a aquellos que tienen pequeños o grandes problemas.
Autor: Alfonso Aguiló

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