viernes, 10 de abril de 2009

EL MILAGRO DEL PERDÓN


Recientemente, cierto cristiano contaba con desconsuelo acerca del rechazo de que había sido objeto.
Siendo él casado al principio, su esposa lo abandonó. Estando solo y desesperado conoció otra mujer a la cual se unió y con la que tuvo hijos. Sin embargo, con el correr del tiempo él no estaba satisfecho con su vida; principalmente él no se sentía bien delante de Dios.
Habló con la mujer y le dijo que no podían continuar juntos, y que para él era necesario volver a su verdadera mujer. Entonces fue y buscó a su esposa, pero ésta lo rechazó de nuevo. Fue a la iglesia, pero los líderes también lo rechazaron. Total todos lo rechazaron, y lo peor del caso es que llegó a pensar que aun Cristo lo había rechazado.
La pregunta es: ¿Dónde está el perdón? Aunque este hombre se había arrepentido, nadie lo quiso perdonar.

Nosotros como cristianos, en nuestra enseñanza frecuentemente mencionamos el perdón. Lo definimos, lo explicamos e instamos a los hermanos a que lo practiquen. Sin embargo es interesante observar que nuestra práctica del perdón está muy alejada del ejemplo que nos dio Cristo. Basta considerar un par de ilustraciones para ver que esto es así.

En cuanto a la mujer adúltera de Juan 8.3-11, veamos cómo Cristo fue capaz de perdonarla completamente. Aunque esta mujer en realidad merecía la muerte por su delito (según la ley de Moisés), Jesucristo no la acusó ni puso en relieve su maldad (ella ya había sufrido lo suficiente a causa de esto). Para Cristo, todo quedó olvidado desde ese momento. Es decir que el Señor no estaría más tarde recordándole que ella había sido una adúltera. Miremos lo que dice la Escritura respecto al perdón de Dios en Hebreos 8.12: "Yo les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados" (DHH).

¿Qué fue lo que Jesucristo consideró para otorgarle el perdón a esa mujer que había sido sorprendida en adulterio? No fue que el Señor pensara que ese pecado era de menor importancia, y que no tenía que ser castigado. Lo que vio Jesús fue fundamentalmente la actitud de humillación y arrepentimiento que había en ella. (La arrogancia no evoca ningún favor de parte de Dios.) Lo que esperaba el Señor, de ahí en adelante era un cambio en el corazón de ella para que no fuera nuevamente presa del engaño de Satanás, por eso, después de absolverla le dijo: "Vete, y no peques más" (Juan 8.11c).

Algo similar ocurrió con la mujer pecadora que Jesús encontró en casa de Simón el fariseo de Lucas 7.36-50. Simón cuestionó la condición de aquella mujer, pues para él no era más que una "pecadora" (Lucas 7.39). Pero para Cristo no, aquella era una persona completa, con una gran necesidad espiritual. Mientras que el fariseo la rechazó, el Señor la aceptó, y más bien procedió a censurar la insensibilidad de Simón. A raíz de eso le refirió la historia de los dos deudores, y cómo el que debía más amó más a su acreedor después de haber sido perdonado.

Es muy difícil para nosotros ver a través de los ojos de Jesús. Simón el fariseo sólo miraba lo que los demás veían, "una mujer de la ciudad, que era pecadora" (Lucas 7.37). Pero Jesús vio lo que el hombre no ve, y consideró cómo aquella mujer quebrantada de espíritu se postraba a sus pies en señal de arrepentimiento. "Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados" (versículo 48). Simón no podía perdonar porque sólo podía ver el pecado de la mujer y no su arrepentimiento. Sin embargo Cristo vio al corazón de la mujer, y por eso la despidió diciendo: "Tu fe te ha salvado, ve en paz" (versículo 50).

Hoy, dentro de la iglesia encontramos a predicadores y a hermanos insensibles al dolor humano que viene por causa del pecado. Son los que quizá nunca se han encontrado en situaciones críticas de la vida y no han sentido la necesidad del perdón. Son las que no han conocido las profundidades del infierno que agobian a los que son atrapados en el pecado. No saben cómo desgarra al alma la culpa. No conocen la tiniebla interior que experimenta el penitente. Más bien son los que tratan de hundir más en el pecado al que ha caído en las garras de Satanás. Por eso a veces Dios permite que algunos de ellos sufran alguna dura prueba, para ablandar su corazón, para que conozcan el perdón de Dios y aprendan a perdonar a otros.

Lo que hoy necesitamos, pues, es restaurar el ejemplo y la enseñanza de Cristo en cuanto al perdón. Jesucristo (aunque era Dios) fue profundamente humano, y mucho más humano que muchos de nosotros, porque él manifestaba una elevada sensibilidad ante el dolor del hombre. Necesitamos hoy su ejemplo de misericordia, compasión, consideración y paciencia para con los que viven en un abismo de tormento a causa del pecado. Aunque nunca nos pase a nosotros algo tan serio, es necesario desarrollar la compasión y tratar de ponernos en el lugar de otros que han caído.

Al igual que Cristo, necesitamos ser sensibles al arrepentimiento de aquellos que quieren cambiar su vida y ayudarlos, primero por aceptarlos, que aunque en pecado todavía son imagen y semejanza de Dios, y luego sostenerlos, dándoles el apoyo moral que necesitan, lo cual se puede hacer por aconsejarles (en un espíritu de mansedumbre) y por orar constantemente por ellos.

¿No es esto ser cristiano? ¿No es esto lo que el buen samaritano hizo con aquel que había caído en las garras del destructor? (Lucas 10.33-35)
Arnoldo Mejía A.

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