CUENTAN QUE UN TAXISTA DE NUEVA YORK LLEGÓ A LA DIRECCIÓN Y TOCÓ EL CLAXON.
Después
de esperar unos minutos volvió a insistir. Como esa iba a ser la última carrera
del día, pensó en marcharse, pero en su lugar, estacionó el automóvil y caminó
hacia la puerta y llamó. "Un minuto", respondió
una frágil voz de anciana. Después de una larga pausa, la puerta se abrió. Una
pequeña mujer de unos 90 años estaba de pie ante el taxista. A su lado había
una pequeña maleta de cuero. "¿Sería tan
amable de llevarme la maleta al coche?", dijo. El taxista llevó la maleta
al taxi y regresó para ayudar a la anciana. Ella se agarró a su brazo y
lentamente caminaron hacia la acera. La anciana no paraba de agradecer la
amabilidad del taxista. "No es nada",
le dijo.
Cuando se
metieron en el taxi, ella le dio una dirección y entonces le preguntó al
taxista: "¿Le importaría llevarme por el
centro?" "No es el camino más
corto", respondió el taxista. "Oh, no
me importa", dijo ella, "No tengo
ninguna prisa. Voy de camino a un asilo". El taxista miró por el
retrovisor. Los ojos de la anciana brillaban. "No
me queda familia", prosiguió con apenas un hilo de voz. "El médico dice que no me queda mucho tiempo, la
verdad." El taxista extendió el brazo lentamente y paró el taxímetro. "¿Qué ruta quiere que tome?", preguntó.
Durante
las siguientes dos horas, dieron vueltas por la ciudad. Ella le enseñó al
taxista el edificio donde años atrás había trabajado de ascensorista. Pasaron
por el barrio donde ella y su esposo habían vivido de recién casados. La
anciana le hizo parar frente a un almacén de muebles que una vez había sido un salón
de baile en el que ella había bailado de niña.
Al llegar
al destino la anciana buscó dinero para pagar al taxista, pero este se negó
gentilmente. Conmovido por la experiencia, le dio un abrazo antes de
despedirse.
Entonces
pensó que no había hecho nada más importante que aquella carrera en ese y en
otros muchos días.
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