El Papa nos puso como ejemplo de humildad a dos personajes bíblicos: Pedro y María.
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
El Papa Francisco, en su catequesis del 6 de marzo de 2024, nos habló de la soberbia,
el vicio que más aleja al hombre de Dios y de los demás. La soberbia es una
actitud de arrogancia, de superioridad, de desprecio, que se manifiesta en el
juicio, en la ira, en la ruptura, en la indiferencia. El Papa nos invitó a
reflexionar sobre los síntomas, las consecuencias y el remedio de este mal que
nos afecta a todos en mayor o menor medida.
LOS SÍNTOMAS DE LA SOBERBIA
El Papa Francisco nos describió
con claridad los síntomas que revelan que una persona ha sucumbido al vicio de
la soberbia. El primero es el aspecto físico: el
hombre orgulloso es altivo, tiene una “dura
cerviz”, es decir, tiene el cuello rígido que no se dobla. No se inclina
ante nadie, ni siquiera ante Dios. Se cree autosuficiente, independiente, dueño
de su destino. No reconoce su fragilidad, su dependencia, su necesidad de
gracia.
El segundo síntoma es el juicio despreciativo: el
hombre orgulloso emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen
irremediablemente ineptos e incapaces. No respeta la dignidad, la
libertad, la diversidad de los demás. No valora sus cualidades, sus virtudes,
sus esfuerzos. No se alegra de sus éxitos, ni se compadece de sus fracasos. No
busca el bien común, sino su propio interés. No dialoga, sino que impone. No
escucha, sino que habla. No perdona, sino que condena.
El tercer síntoma es la reacción exagerada: el hombre
orgulloso no tolera la crítica, ni siquiera la constructiva, ni el comentario,
ni siquiera el inofensivo. Se siente ofendido por cualquier cosa, como
si alguien hubiera herido su majestad. Monta en cólera, grita, rompe relaciones
con los demás de forma resentida. No acepta la corrección, ni el consejo, ni el
aprendizaje. No reconoce sus errores, ni pide perdón, ni cambia de actitud. Se
encierra en sí mismo, se aísla, se endurece.
LAS CONSECUENCIAS DE LA SOBERBIA
El Papa Francisco nos advirtió de
las graves consecuencias que tiene la soberbia para el hombre y para la
sociedad. La primera es la separación de Dios: el hombre orgulloso se aleja de Dios, que es la fuente de
la vida, de la verdad, del amor. Se olvida de que Jesús en los
Evangelios nos dio muy pocos preceptos morales, pero en uno de ellos fue
inflexible: no juzgar nunca. Al juzgar a los
demás, el hombre orgulloso se pone en el lugar de Dios, se hace ídolo de sí
mismo, se rebela contra su voluntad, se opone a su gracia.
La segunda consecuencia es la destrucción de la comunidad: el hombre orgulloso
rompe la comunión con los demás, que son sus hermanos, sus prójimos, sus
semejantes. Al despreciar a los demás, el hombre orgulloso se priva de la
riqueza de la diversidad, de la complementariedad, de la solidaridad. Genera
conflictos, divisiones, violencias, injusticias, exclusiones. Impide la
construcción de una sociedad fraterna, pacífica, justa, inclusiva.
La tercera consecuencia es la ruina personal: el hombre
orgulloso se engaña a sí mismo, se hace daño, se pierde. Al reaccionar
de forma exagerada, el hombre orgulloso se expone al ridículo, al desprecio, al
rechazo. Se queda solo, sin amigos, sin apoyo, sin consuelo. Se vuelve infeliz,
amargado, insatisfecho. Se cierra a la esperanza, a la alegría, a la felicidad.
El Papa nos recordó un proverbio italiano que dice: “La
soberbia va a caballo y vuelve a pie". Tarde o temprano, el hombre
orgulloso caerá de su pedestal, se derrumbará su edificio, se desvanecerá su
gloria.
EL REMEDIO DE LA SOBERBIA
El Papa Francisco nos propuso el
único remedio eficaz para curar la soberbia: la humildad. La humildad es la
virtud que nos hace reconocer nuestra verdad ante Dios, ante los demás y ante
nosotros mismos. La humildad es la actitud de sencillez, de modestia, de
respeto, que se manifiesta en el servicio, en la escucha, en el perdón, en la
apertura. La humildad es el camino de la salvación, el antídoto contra la
soberbia, el secreto de la felicidad.
El Papa nos puso como ejemplo de
humildad a dos personajes bíblicos: Pedro y María. Pedro,
el apóstol que alardeaba de su fidelidad a Jesús, pero que lo negó tres veces
por miedo a la muerte. Pedro, el que lloró amargamente su pecado, pero que fue
perdonado y confirmado por Jesús como el pastor de su Iglesia. Pedro, el que
pasó de la presunción a la confianza, de la cobardía al valor, de la traición
al testimonio. Pedro, el que aprendió que la verdadera grandeza no está en el
poder, sino en el amor.
María, la madre de Jesús, que se
reconoció como la esclava del Señor, que aceptó con fe su voluntad, que guardó
en su corazón sus palabras. María, la que se puso al servicio de su prima
Isabel, que alabó a Dios por sus maravillas, que acompañó a Jesús hasta la
cruz. María, la que cantó en el Magnificat que
Dios dispersa con su poder a los soberbios en los pensamientos enfermos de sus
corazones. María, la que experimentó que Dios resiste a los soberbios, pero a
los humildes les da su gracia.
El Papa nos invitó a imitar a
Pedro y a María, a cultivar la humildad en nuestra vida, a pedir a Dios que nos
libre de la soberbia, el peor enemigo del hombre. Nos animó a seguir las
palabras del Apóstol Santiago: "Humillaos ante
el Señor, y él os ensalzará" (St 4,10).
TRES FORMAS DE SERVIR A DIOS Y A LOS
DEMÁS
·
EN TU FAMILIA: Practica el servicio desinteresado a tus familiares, especialmente a los
más necesitados, ancianos, enfermos, niños. No busques el reconocimiento, ni la
recompensa, ni el aplauso. Hazlo por amor, por gratitud, por deber. Recuerda
las palabras de Jesús: "Cuando hayan hecho
todo lo que se les ha mandado, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo
que debíamos hacer" (Lc 17,10).
·
EN TU TRABAJO: Acepta la crítica constructiva de tus superiores, compañeros o clientes,
sin reaccionar de forma exagerada, sin montar en cólera, sin romper relaciones.
Reconoce tus errores, pide perdón, cambia de actitud. Aprende de tus fracasos,
mejora tus habilidades, busca la excelencia.
·
EN TU COLEGIO: Respeta la dignidad, la libertad, la diversidad de tus profesores y
compañeros, sin juzgarlos despreciativamente, sin condenarlos irrevocablemente,
sin excluirlos resentidamente. Valora sus cualidades, sus virtudes, sus esfuerzos.
Alégrate de sus éxitos, compadécete de sus fracasos. Busca el bien común, la
fraternidad, la solidaridad.
Y en todo, haz oración, entra a tu corazón y ora, pide a Dios por ti y por tus seres queridos.
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