miércoles, 13 de marzo de 2024

LA SOBERBIA, EL PEOR ENEMIGO DEL HOMBRE

El Papa nos puso como ejemplo de humildad a dos personajes bíblicos: Pedro y María.

Por: Redacción | Fuente: Catholic.net

El Papa Francisco, en su catequesis del 6 de marzo de 2024, nos habló de la soberbia, el vicio que más aleja al hombre de Dios y de los demás. La soberbia es una actitud de arrogancia, de superioridad, de desprecio, que se manifiesta en el juicio, en la ira, en la ruptura, en la indiferencia. El Papa nos invitó a reflexionar sobre los síntomas, las consecuencias y el remedio de este mal que nos afecta a todos en mayor o menor medida.

LOS SÍNTOMAS DE LA SOBERBIA

El Papa Francisco nos describió con claridad los síntomas que revelan que una persona ha sucumbido al vicio de la soberbia. El primero es el aspecto físico: el hombre orgulloso es altivo, tiene una “dura cerviz”, es decir, tiene el cuello rígido que no se dobla. No se inclina ante nadie, ni siquiera ante Dios. Se cree autosuficiente, independiente, dueño de su destino. No reconoce su fragilidad, su dependencia, su necesidad de gracia.

El segundo síntoma es el juicio despreciativo: el hombre orgulloso emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen irremediablemente ineptos e incapaces. No respeta la dignidad, la libertad, la diversidad de los demás. No valora sus cualidades, sus virtudes, sus esfuerzos. No se alegra de sus éxitos, ni se compadece de sus fracasos. No busca el bien común, sino su propio interés. No dialoga, sino que impone. No escucha, sino que habla. No perdona, sino que condena.

El tercer síntoma es la reacción exagerada: el hombre orgulloso no tolera la crítica, ni siquiera la constructiva, ni el comentario, ni siquiera el inofensivo. Se siente ofendido por cualquier cosa, como si alguien hubiera herido su majestad. Monta en cólera, grita, rompe relaciones con los demás de forma resentida. No acepta la corrección, ni el consejo, ni el aprendizaje. No reconoce sus errores, ni pide perdón, ni cambia de actitud. Se encierra en sí mismo, se aísla, se endurece.

LAS CONSECUENCIAS DE LA SOBERBIA

El Papa Francisco nos advirtió de las graves consecuencias que tiene la soberbia para el hombre y para la sociedad. La primera es la separación de Dios: el hombre orgulloso se aleja de Dios, que es la fuente de la vida, de la verdad, del amor. Se olvida de que Jesús en los Evangelios nos dio muy pocos preceptos morales, pero en uno de ellos fue inflexible: no juzgar nunca. Al juzgar a los demás, el hombre orgulloso se pone en el lugar de Dios, se hace ídolo de sí mismo, se rebela contra su voluntad, se opone a su gracia.

La segunda consecuencia es la destrucción de la comunidad: el hombre orgulloso rompe la comunión con los demás, que son sus hermanos, sus prójimos, sus semejantes. Al despreciar a los demás, el hombre orgulloso se priva de la riqueza de la diversidad, de la complementariedad, de la solidaridad. Genera conflictos, divisiones, violencias, injusticias, exclusiones. Impide la construcción de una sociedad fraterna, pacífica, justa, inclusiva.

La tercera consecuencia es la ruina personal: el hombre orgulloso se engaña a sí mismo, se hace daño, se pierde. Al reaccionar de forma exagerada, el hombre orgulloso se expone al ridículo, al desprecio, al rechazo. Se queda solo, sin amigos, sin apoyo, sin consuelo. Se vuelve infeliz, amargado, insatisfecho. Se cierra a la esperanza, a la alegría, a la felicidad. El Papa nos recordó un proverbio italiano que dice: “La soberbia va a caballo y vuelve a pie". Tarde o temprano, el hombre orgulloso caerá de su pedestal, se derrumbará su edificio, se desvanecerá su gloria.

EL REMEDIO DE LA SOBERBIA

El Papa Francisco nos propuso el único remedio eficaz para curar la soberbia: la humildad. La humildad es la virtud que nos hace reconocer nuestra verdad ante Dios, ante los demás y ante nosotros mismos. La humildad es la actitud de sencillez, de modestia, de respeto, que se manifiesta en el servicio, en la escucha, en el perdón, en la apertura. La humildad es el camino de la salvación, el antídoto contra la soberbia, el secreto de la felicidad.

El Papa nos puso como ejemplo de humildad a dos personajes bíblicos: Pedro y María. Pedro, el apóstol que alardeaba de su fidelidad a Jesús, pero que lo negó tres veces por miedo a la muerte. Pedro, el que lloró amargamente su pecado, pero que fue perdonado y confirmado por Jesús como el pastor de su Iglesia. Pedro, el que pasó de la presunción a la confianza, de la cobardía al valor, de la traición al testimonio. Pedro, el que aprendió que la verdadera grandeza no está en el poder, sino en el amor.

María, la madre de Jesús, que se reconoció como la esclava del Señor, que aceptó con fe su voluntad, que guardó en su corazón sus palabras. María, la que se puso al servicio de su prima Isabel, que alabó a Dios por sus maravillas, que acompañó a Jesús hasta la cruz. María, la que cantó en el Magnificat que Dios dispersa con su poder a los soberbios en los pensamientos enfermos de sus corazones. María, la que experimentó que Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes les da su gracia.

El Papa nos invitó a imitar a Pedro y a María, a cultivar la humildad en nuestra vida, a pedir a Dios que nos libre de la soberbia, el peor enemigo del hombre. Nos animó a seguir las palabras del Apóstol Santiago: "Humillaos ante el Señor, y él os ensalzará" (St 4,10).

TRES FORMAS DE SERVIR A DIOS Y A LOS DEMÁS

·         EN TU FAMILIA: Practica el servicio desinteresado a tus familiares, especialmente a los más necesitados, ancianos, enfermos, niños. No busques el reconocimiento, ni la recompensa, ni el aplauso. Hazlo por amor, por gratitud, por deber. Recuerda las palabras de Jesús: "Cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer" (Lc 17,10).

·         EN TU TRABAJO: Acepta la crítica constructiva de tus superiores, compañeros o clientes, sin reaccionar de forma exagerada, sin montar en cólera, sin romper relaciones. Reconoce tus errores, pide perdón, cambia de actitud. Aprende de tus fracasos, mejora tus habilidades, busca la excelencia.

·         EN TU COLEGIO: Respeta la dignidad, la libertad, la diversidad de tus profesores y compañeros, sin juzgarlos despreciativamente, sin condenarlos irrevocablemente, sin excluirlos resentidamente. Valora sus cualidades, sus virtudes, sus esfuerzos. Alégrate de sus éxitos, compadécete de sus fracasos. Busca el bien común, la fraternidad, la solidaridad.

Y en todo, haz oración, entra a tu corazón y ora, pide a Dios por ti y por tus seres queridos.

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