La Pasión de Jesús. El martes acude al Templo por el camino tantas veces recorrido.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
EL DÍA DE LAS GRANDES
CONTROVERSIAS
La noche del lunes fue como la del domingo: enseñanzas a los discípulos y mucha
oración. Jesús está en máxima tensión. El ambiente de paz de Betania ayuda a
relajar los espíritus, pero Jesús no cede en su lucha y necesita rezar.
El martes acude al Templo por el camino tantas veces recorrido. Los rostros de
los que le acompañan están serios; ya no hay vítores de los acampados alrededor
de Jerusalén, ni en la misma ciudad. Pero muchos quieren oír y ver al Maestro,
al Hijo de David, al que resucitó a Lázaro, al que se ha proclamado Hijo del
Padre eterno. Este día todos los grupos que se oponen a Jesús se van a unir y
emplear sus armas dialécticas para destruirle. "Siguieron
observando y le enviaron espías que simulaban ser justos para cogerle en alguna
palabra y entregarlo al poder y jurisdicción del gobernador" (Lc).
Muchas cosas van a quedar claras en este día y mucha va a ser la luz para los
de mente y corazón abiertos.
EL PAGO DEL TRIBUTO AL CÉSAR
Los fariseos se habían enfrentado con Jesús tanto el domingo como el lunes y
estaban avergonzados. Ahora van a enviar discípulos camuflados para cogerle en
una palabra comprometida; le preparan una pregunta que creen sin solución, o
mejor, con todas las soluciones posibles negativas para Jesús: es la cuestión de la relación de la esfera religiosa con
la autoridad política, gran tema de todos los tiempos y que tantos problemas ha
llevado consigo. Acuden con retorcimiento mental, con adulación y
falsedad y acompañados de los herodianos, que eran partidarios del poder de los
romanos y de Herodes.
La cuestión se plantea así: "Entonces
los fariseos se retiraron y tuvieron consejo para ver cómo podían cazarle en
alguna palabra. Y le enviaron sus discípulos, junto a los herodianos, a preguntarle:
Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios, y
que no te dejas llevar de nadie, pues no haces acepción de personas"
(Mt). La suavidad de las palabras esconde la malicia. Ciertamente Jesús es
veraz, pero a ellos no les interesa la verdad, sino atraparle y entregarlo como
prisionero. Por eso plantean la cuestión que les parece insoluble. "Dinos, por tanto, qué te parece: ¿es lícito dar
tributo al César, o no?". El tema aparente es sólo el del
impuesto, pero detrás lleva mucha más carga. Si responde que no se pague
tributo al Cesar se hace reo de rebelión y puede ser tomado preso por los
herodianos o los romanos. Si dice que se pague el tributo se hace
colaboracionista, y acepta el yugo gentil sobre el pueblo elegido, algo
intolerable para muchos. No parece haber más salidas. El nivel más profundo del
tema es el de la relación de lo religioso y lo político. ¿Tiene que regirse el pueblo por las leyes de Dios y ser
gobernando por los sacerdotes? ¿O acaso debe tomar la dirección de lo religioso
el poder político? En la historia se han dado las dos soluciones con
malos frutos casi siempre. Ciertamente la cuestión es compleja.
Jesús no rehúye el problema del momento, ni el más profundo, y va a dar una
solución que recorrerá la historia a partir de entonces. "Conociendo Jesús su malicia, respondió: ¿Por qué me
tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda del tributo. Y ellos le mostraron un
denario. Jesús les preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le
respondieron: Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios" (Mt). La solución sorprende a
todos. Toda autoridad viene de Dios, pues la sociedad necesita de la autoridad
para no caer en el caos y en la anarquía. Se debe obedecer a esa autoridad en
sus mandatos justos y en las leyes que no sean inmorales; pero lo político es
autónomo de lo religioso. Por tanto es lícito pagarle el tributo al César que
lo necesita para su función, pero siempre dando a Dios todo el corazón que es
lo suyo propio. "Al oírlo se quedaron
admirados y dejándole se marcharon" (Mt). "Y no
pudieron acusarle por sus palabras ante el pueblo y, admirados de su respuesta
se callaron" (Lc). Los siglos siguientes contemplan esta respuesta
como un giro importante en una cuestión difícil, y casi nunca bien resuelta
PRIMER MANDAMIENTO DE LA LEY
En el movimiento de los grupos surge una pregunta de uno que ha quedado
cautivado por las palabras del Señor. "Se
acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que
les había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?" (Mc). Muchos eran los preceptos que se atribuían
a la Ley. Unidos los de la sagrada Escritura y los de las diversas tradiciones
rabínicas eran más de seiscientos. Su cumplimiento parecía imposible para los
hombres de buena voluntad. Por otra parte parecía difícil, si no imposible,
ordenarlos según su importancia. La luz de las palabras de Jesús ante las
cuestiones anteriores ilumina el alma del escriba de buena voluntad, y sin
consultarlo con otros, se lanza a preguntar con auténtico deseo de saber, no
para atacar al Señor con astucias.
Jesús respondió con palabras conocidas por todos los israelitas, con palabras
del “shemá Israel” que recitaban todos los días tres veces.
JESÚS DESCUBRE EL PECADO DE LOS FARISEOS Y LOS ESCRIBAS
El ambiente es tenso y expectante. Jesús vive con intensidad el momento. Quiere
dejar algo muy importante a los que le escuchan. No se trata sólo de sus
discusiones con los escribas, los fariseos y los saduceos. Se trata de
denunciar la raíz del pecado en los corazones de los hombres. Sólo cuando se
descubre el rostro de la soberbia, se puede vencer y vivir la vida de amor
tantas veces anunciada, pero siempre lejana. Por eso Jesús manda que se reúnan
los más posibles, también sus enemigos. Cuando, de pronto, Jesús eleva la voz
para ser oído por todos, y con fuerza expresa de modo fuerte verdades que
pueden doler, pero que pueden curar. Va denunciar el pecado interno de los
escribas y de los fariseos que es actuar "para ser vistos",
no guiados por el amor. La soberbia espiritual lleva al engreimiento ante la
propia perfección y su primer fruto es hacer las cosas para ser alabados por
los hombres. La gloria y el amor de Dios se desdibujan, la humildad se hace
imposible y, en una pendiente difícil de controlar, se deslizan una serie de
abusos cada vez más notorios. No denuncia Jesús la doctrina de los escribas y
fariseos pues dice "haced lo que dicen" sino
las motivaciones de sus corazones. Sus palabras, sus gritos más bien, van a
resonar en el templo como latigazos que intentan convertir a los duros de
corazón. La cólera de Dios se hace manifiesta como en el Sinaí.
EL ATAQUE INICIAL ES CONTRA
LOS ESCRIBAS
"Guardaos de los escribas, que les gusta
pasear con vestidos lujosos y que los saluden en las plazas, y ocupar los
primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; que
devoran las casas de las viudas mientras fingen largas oraciones. Estos
recibirán un juicio más severo" (Mc).
Después reúne en su crítica a fariseos y escribas; es decir, a los que presumen
de cumplir la ley, tanto si son doctos como si no lo son. "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas
y fariseos. Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no hagáis según sus
obras, pues dicen pero no hacen. Atan cargas pesadas e insoportables y las
ponen sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con un dedo quieren
moverlas. Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; ensanchan sus
filacterias y alargan sus franjas. Apetecen los primeros puestos en los
banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y los saludos en las plazas,
y que la gente les llame Rabí. Vosotros, al contrario, no os hagáis llamar
Rabí, porque sólo uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. A
nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre,
el celestial. Tampoco os hagáis llamar doctores, porque vuestro Doctor es uno
sólo: Cristo. El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalce a
sí mismo será humillado, y el que se humille a sí mismo será ensalzado" (Mt)
No niega la autoridad de unos y de otros; desvela el fondo de sus intenciones
que se manifiesta en vanidades que alcanzan el ridículo. El amor verdadero es
humilde, y busca servir más que servirse. La humildad no tiene fuerzas para
decir que es humilde, pues sería orgullo espiritual, pero se advierte en que
sirve a todos; entonces Dios da gloria en lo más íntimo del alma y cuando
conviene en lo exterior, pues ya nada puede hacer daño al que nada busca en las
vanidades humanas.
INVECTIVAS CONTRA LOS
ESCRIBAS Y FARISEOS
Hasta este momento el Señor se ha dirigido a discípulos suyos para que corrijan
la soberbia que corrompe hasta lo religioso si entra en el alma. Los escribas y
fariseos se agitan molestos. No aceptan la corrección. Murmuran. Jesús los mira
con indignación; sus ojos llamean, el tono de su voz se eleva, golpea aquellas
almas para que se les abran los ojos. El látigo de su lengua se agita en el
aire, golpea las conciencias, y surgen otros siete ayes parecidos a los que en
un pequeño grupo ya había dicho Jesús. Pero ahora la denuncia va a ser dicha en
público y en el Templo de Dios. La justicia se hace voz que denuncia.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres! Porque ni
vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que entrarían" (Mt)
La palabra hipócritas llena el ambiente. Hombres de dos caras y de sentimientos
retorcidos. Y ataca la actitud de cerrar el reino de los cielos a los humildes.
Ni entran, ni dejan entrar. Han perdido la llave de la salvación al perder el
sentido del amor que todo lo ilumina. Los cumplimientos externos no bastan si
falta esa actitud del corazón, de la voluntad y de la mente.
"Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas!, que vais dando vueltas por mar y tierra para hacer un solo
prosélito y, una vez convertido, le hacéis hijo del infierno dos veces más que
vosotros" (Mt).
El proselitismo para acercar almas a Dios es bueno, y se debe vivir con celo.
Pero una vez dentro ¿que se les da? lo mismo
que ellos viven. Su celo es movido por falta de rectitud de intención y los que
entran se encuentran con desorientación y con pecado. De poco valió el
proselitismo.
"Ay de vosotros, guías de ciegos!, que
decís: El jurar por el Templo no es nada; pero si uno jura por el oro del
Templo, queda obligado. ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más: el oro o el Templo que
santifica al oro? Y el jurar por el altar no es nada; pero si uno jura por la
ofrenda que está sobre él, queda obligado. ¡Ciegos! ¿Qué es más: la ofrenda o
el altar que santifica la ofrenda? Por tanto, quien ha jurado por el altar,
jura por él y por todo lo que hay sobre él. Y quien ha jurado por el Templo,
jura por él y por Aquel que en él habita. Y quien ha jurado por el Cielo, jura
por el trono de Dios y por Aquel que en él está sentado" (Mt).
Pervierten el sentido de lo sagrado. Usan a Dios y abusan de su santo nombre.
Por eso son ciegos que no ven que la santidad del juramento la da Dios mismo
con su grandeza y poder.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas!, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, pero
habéis abandonado lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y
la fidelidad. estas últimas había que hacer, sin omitir aquéllas. ¡Guías de
ciegos!, que coláis un mosquito y os tragáis un camello" (Mt).
Cuidan cosas pequeñas e insignificantes, y descuidan las grandes. Bueno es
cuidar lo mínimo, pero a condición de que lo grande sea tratado con esmero y
delicadeza. Esa es la verdadera piedad.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas!, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro
quedan llenos de carroña e inmundicia. Fariseo ciego, limpia primero el interior
de la copa, para que luego llegue a estar limpio también el exterior" (Mt).
Las apariencias pueden llevar a pensar en que son santos y perfectos. Pero a
Dios nadie le puede engañar. Los malos deseos y los pensamientos desbordados es
lo que deben cuidar, después vendrá lo exterior como fruto que nace de buena
raíz.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas!, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera
aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda
podredumbre. Así también vosotros por fuera aparecéis justos ante los hombres,
pero por dentro estáis llenos de hipocresía e indignidad" (Mt).
La imagen del sepulcro blanqueado ha cristalizado como señal de la hipocresía,
la verdad y la sinceridad ante Dios puede llevar a superar esa corrupción.
"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos
hipócritas!, que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis las tumbas
de los justos, y decís: Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no
habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así, pues,
atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los
profetas. Y vosotros, colmad la medida de vuestros padres" (Mt).
Esta es la denuncia fundamental. Jesús revela lo que en aquellos momentos está
en sus corazones: el odio hasta la muerte contra toda justicia. Quieren matar
al inocente, porque no aman a Dios. Son hijos de Caín que odia al inocente Abel
porque sus obras eran malas y la vida del justo es un reproche inocente. Jesús
advierte su irritación, pero no cede.
"¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo
podréis escapar de la condenación del infierno? Por eso he aquí que voy a
enviar a vuestros profetas, sabios y escribas; a unos mataréis y crucificaréis,
y a otros los flagelaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en
ciudad, para que caiga sobre vosotros toda sangre inocente que ha sido
derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de
Zacarías, hijo de Baraquías, al que matasteis entre el Templo y el altar. En
verdad os digo: todo esto caerá sobre esta generación" (Mt).
El enfrentamiento
cada vez es más total. Jesús quiere enderezar a aquellos hombres de su conducta
desviada con la fuerza del profeta. Pero lo que consigue es que su odio llegue
al máximo y pongan todos los medios para matarle
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