De la manipulación del lenguaje a la falta de respeto a la palabra dada, el olvido de la verdad es un factor de destrucción social. Pedro Pablo Rubens, 'La victoria de la Verdad sobre la herejía' (detalle, 1625), Museo del Prado.
En la vida del hombre suceden
muchas y graves desgracias. Una de ellas –singularmente peligrosa– es hacer
las paces con la mentira, convertirla en un arma de guerra, y, al ver que
nos depara triunfos sonados, llegar a amarla, cuidarla, darle honores de
cooperadora indispensable.
Ustedes, mis amables lectores,
saben muy bien lo que significa "mentir". Enhorabuena, porque abundan
quienes lo ignoran. Si yo doy una noticia, creyendo que es verdadera –porque
tengo información de que así sucedieron las cosas– y resulta que mi información
es falsa porque el que me la facilitó no dijo la verdad, yo cometí un error,
pero no mentí, porque mentir significa decir algo
falso a sabiendas de que lo es y con intención de engañar. Por eso,
si alguien proclama a voces que no debo ser votado en las elecciones "porque España no merece un gobierno que le
mienta", es a todas luces injusto. Pues bien. Esta gravísima tergiversación del lenguaje se
dio entre nosotros poco después del atentado del 11M, y provocó un tsunami
político, basado en un error propio de gentes que ignoran algo tan elemental
como el sentido del vocablo "mentir".
Vivir en la mentira y de la
mentira es vivir en precario, malgastar el tiempo destruyendo las bases
de nuestra vida personal, que se estructura sobre la
realidad, aceptada tal y como es, es decir, vista en su verdad.
Triunfar apoyándose en la
potencia destructora de la mentira es tan insensato como edificar una casa
sobre unos cimientos plagados de minas. La mentira lleva
la traición en su entraña. Por
eso el que se apoya en la mentira por sistema renuncia en principio a la
seguridad que nos da el amor a la verdad, a la confianza que genera el moverse
sobre el suelo firme en que nos apoyamos cuando convertimos nuestra vida en una
búsqueda leal de nuestro desarrollo pleno como personas.
Como sabemos, la mejor
antropología filosófica actual nos dice que el ser humano se desarrolla cuando
opta por el valor de la unidad y crea relaciones de encuentro, que supone el
gran bien de nuestra vida, la base indispensable de una existencia humana justa
y bella. Apostar por estos cuatro grandes valores –la unidad (y su
derivado, el amor), el bien (y su derivado, la bondad), la justicia y la
belleza– equivale a vivir en la verdad, como veremos muy pronto más
ampliamente.
Si yo medrara en la vida apoyado
en el poder de la mentira, no generaría confianza y bienestar en quienes tienen
como meta servir al bien común. Dar por hecho que el culto a la
mentira me permitirá actuar
de manera “progresista” sería, por mi parte,
una burda confusión de la cultura que nos eleva y la manipulación que nos
envilece. Si apoyo unas leyes (como la del aborto –entendido como un derecho– y
la de la eutanasia) que diluyen en el pueblo el respeto a la vida humana, y
esta pérdida se traduce en un aumento alarmante de la inseguridad social, no
puedo considerarme como una persona verdaderamente "progresista",
si todavía no he perdido el juicio. La palabra "progreso" se deriva del verbo latino "progredere", que significa "andar hacia delante", pero delante
puede haber un precipicio que siegue tu vida y tus proyectos de modo implacable
al menor descuido. No siempre moverse hacia
delante significa progresar en
sentido de mejorar.
No tiene, pues, sentido pretender
elevar nuestro rango social diciendo que somos "progresistas".
Hay que mostrar con obras que uno realiza acciones que suponen una
mejora en la vida de las gentes. Por eso deben ser los
demás, los destinatarios, quienes den testimonio de ello. No el interesado.
Si yo, como profesor, intentara vanagloriarme ante los alumnos a comienzos de
curso proclamándome "progresista", podrían
decirme con toda razón: "Eso lo veremos
nosotros a lo largo del curso”.
Debemos tener cuidado con
la manipulación del lenguaje, pues nos puede privar rápidamente de la capacidad
de pensar con el debido rigor. Recobrar esa capacidad -perdida
en buena medida- es la primera condición para retornar a las altas cimas de la
cultura europea. Hoy existen entre nosotros beneméritas asociaciones
consagradas a esta noble tarea. A mi leal entender, su primer esfuerzo
convendría que lo consagraran a difundir un pensamiento
riguroso, capaz de superar de raíz toda suerte de manipulaciones.
Sin esta labor de fundamentación no podrá prosperar ningún intento de
recuperación cultural seria, la gran cultura de nuestra querida Europa.
Con razón nos preocupa tanto
observar que en un lugar y en otro se montan estrategias electorales a base de amontonar promesas con el propósito firme de no
cumplirlas. Lo cual
significa vivir con la energía propia de la falsedad. Toda promesa es,
como su nombre indica, prometedora.
Prometer algo positivo con la intención larvada de no cumplirlo es la falsedad
más negativa, porque invita a la colaboración y el buen entendimiento al tiempo
que siembra graves decepciones y malquerencias.
La mentira es la verdad
traicionada por el mismo que parece favorecerla. La verdad vive del amor a los
grandes valores: la unidad y el amor, el bien y la
bondad, la justicia y la belleza. Nada más bello que la lealtad;
prometes algo y lo cumples. Nada más feo que actuar en
contra de lo que los demás esperan de ti por lo que tú mismo has prometido.
Ser “hombre
de palabra” que no falla después de una promesa, por gravosa que sea,
fue para nuestros mayores signo de autenticidad. Muchos canjes y ventas se hacían
confiando en el poder de la palabra. Perder esta confianza ha minado
en buena medida nuestra vida social.
Si soy profesor, mis alumnos
asisten a mis clases confiando en que les daré una formación enriquecedora y
valoraré los exámenes con la mayor equidad, porque esperan que yo viva en la
verdad y no en la mentira. Esta esperanza es la que mantiene en los pueblos el
orden y la concordia, que
significa literalmente “unidad de corazones”.
La grandeza de vivir para la verdad, en la verdad y de la verdad la veremos pronto en otro artículo.
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