Cada 5 de febrero la Iglesia recuerda a Santa Águeda de Catania, una joven italiana que consagró su virginidad a Dios y que murió martirizada durante la persecución ordenada por el emperador romano Decio (siglo III).
El gobernador Quinciano se propuso a enamorar a Agueda, pero ella declaró que se había consagrado a Cristo. Para hacerle perder la fe y la pureza, el gobernador puso en situaciones peligrosas a la santa, quien repetía las palabras del Salmo 16: "Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan".
El gobernador mandó destrozar el pecho a machetazos y azotarla cruelmente. Pero esa noche se le apareció el apóstol San Pedro, la animó a sufrir por Cristo y curó sus heridas.
Al encontrarla curada, el tirano le pregunta: ¿Quién te ha curado? Ella responde: "He sido curada por el poder de Jesucristo". El malvado le grita: ¿Cómo te atreves a nombrar a Cristo, si eso está prohibido? Y la joven le responde: "Yo no puedo dejar de hablar de Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón".
Entonces el perseguidor la mandó echar sobre llamas y brasas ardientes, y ella mientras se quemaba iba diciendo en su oración: "Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma". Y diciendo esto expiró.
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