El domingo 11 de febrero tuvo lugar la canonización de una mujer del siglo XVIII, nacida en la actual Argentina, que durante mucho tiempo ha permanecido desconocida para los católicos en general, incluidos los de su propia patria.
María Antonia de San
José, llamada por la gente sencilla
de su tiempo "Mama Antula" (en lengua quechua), a partir de su beatificación
(2016) y de su reciente canonización, se ha dado a conocer a un público más
amplio por los medios de comunicación y por diversos libros de divulgación. En
principio esto es muy positivo, porque los santos son
los mejores ejemplos y los grandes maestros que siempre
necesitamos, particularmente cuando abunda toda clase de ídolos y personajes
famosos que, a pesar de ser personas confundidas, engañosas o incluso
claramente enviciadas, consiguen la sumisa admiración y el aplauso de la gente.
Nos alegra que se conozca más a
esta santa mujer, a todas luces extraordinaria. Pero debemos guardarnos de que
nos presenten una figura suya que no responda
a la realidad histórica o que esté ideológicamente manipulada. En bastantes casos se ha focalizado la atención
en que Mama Antula fue "una rebelde frente a
una sociedad patriarcal", "la primera feminista del país",
"dedicada [como si hubiera sido su principal y directa ocupación] al
desarrollo social de su pueblo"...
No es la finalidad de estas
líneas mostrar la falsedad de semejantes afirmaciones.
Según los numerosos testigos, es
totalmente claro que Santa María Antonia de San José fue una mujer plenamente evangélica, que
practicó las virtudes cristianas en grado heroico.
Los diversos testimonios resaltan
su fe y su piedad, su pureza de vida, su desprendimiento y pobreza, su libertad
de espíritu, su tierna compasión con los afligidos, su fortaleza y
magnanimidad... y la excelencia su ardiente caridad. Su amor al Señor se
desplegó en un vivo "celo de la
gloria de Dios y de las almas".
Y ese celo santo se
concretó, sobre todo y de un modo constantemente prioritario, en sus fatigosos
trabajos y oraciones para que todo el mundo haga los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio.
Los jesuitas fueron expulsados de
los reinos de España por orden del Rey Carlos
III en 1767. En el colmo de sus tribulaciones, la
Compañía de Jesús iba a ser suprimida por el Papa pocos años después.
María Antonia tenía ya 37 años cuando
"sus Padres" jesuitas deben
abandonar aquellas tierras. Ella, ya bien forjada por
los Ejercicios, se
sabía llamada por el Señor a prolongar en el tiempo aquella riqueza típica de
los hijos de San Ignacio, que había experimentado en sí misma con grandísimo
fruto espiritual, como lo manifestó durante toda su vida.
Convencida de que los Ejercicios
ignacianos eran un gran remedio para las almas y para la sociedad entera, caminó descalza miles de kilómetros, con una cruz como báculo y acompañada por un reducido número de
mujeres "beatas", enfrentando toda
clase de peligros y de inconvenientes.
La larga lista de las
dificultades que tuvo que superar nos hacen pensar que esta mujer intrépida
tenía muy claro en su mente y en su corazón que los Ejercicios Espirituales,
tal como los había practicado, según la tradición ignaciana, eran un instrumento providencial para
procurar el mayor bien a las personas de toda condición.
No tuvo vacilación alguna. Valía
la pena entregar todos sus talentos y todas sus
energías a promover los
Ejercicios Espirituales. Realizó este propósito en varias ciudades y pueblos de
Argentina y en Montevideo, pero su corazón católico deseaba llegar a
Europa y a todos los rincones del mundo.
Con razón una de sus más serias y
recientes biografías se titula: Andar hasta donde Dios no es
conocido, como ella decía.
Cuando llegaba a una ciudad,
después de agotadoras jornadas de camino, debía
realizar fatigosas gestiones ante autoridades civiles y eclesiásticas.
Gestiones que, como en el caso de Buenos Aires, podían demorar hasta un año.
Una vez concedidos todos los
permisos, se empeñaba en invitar a hacer los Ejercicios a toda clase de personas. Y entonces, con ese fin, expandía todo
su ingenio, toda su dulzura maternal y su fervorosa oración. Al mismo tiempo se
ocupaba de buscar la casa adecuada, de pedir ayuda material y de los
innumerables detalles de la logística. La intención era que los "ejercitantes" pudieran hacer sus diez días de retiro -"de
corazón a Corazón"- con el Señor Jesús, en un
clima sereno y recogido, guiados por algún buen sacerdote (del clero diocesano
o religioso), ya instruido en el método ignaciano.
Esa misma convicción movió a Mama
Antula a proyectar y construir una casa
de Ejercicios. Para esta obra la Santa contó con la ayuda de muchas
personas de la ciudad de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, entre las cuales se
encontraban algunos de los próceres de la independencia patria, como Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano, que también practicaron los
Ejercicios.
La Casa se inauguró en 1799, el año en que María
Antonia murió.
¿Qué nos recomienda la
"nueva" santa hoy? ¿Qué nos recomendaría el Cura
Brochero, el otro santo argentino que se desgastó para que los
fieles de toda condición de su muy extensa parroquia hicieran los Ejercicios
Espirituales, siguiendo el ejemplo de Mama Antula, un siglo después?
Podemos estar ciertos de que
también hoy, y probablemente con más ahínco que en los siglos pasados, nos
invitarían a vivir los Ejercicios ignacianos.
Se entiende que se trata de los
Ejercicios fieles a la sustancia evangélica siempre nueva, en un clima de
silencio, de confianza, de búsqueda del Señor, según la
secuencia y las consignas propias del magisterio ignaciano, que han ayudado en la forja de tantos santos de
diferentes épocas y en muy diversas circunstancias de vida.
Para superar los grandes males de
nuestro tiempo no nos alcanzará con algunas emociones fugaces y con cultivar
algunos buenos sentimientos. Será determinante la gracia de Dios
y el ofrecimiento de todo lo que somos,
como se dice en el Evangelio, como lo han vivido los santos y como se nos
propone concretamente en los Ejercicios de San Ignacio.
Por: Jorge Piñol, ICR
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