¿Podemos vivir como una gran hermandad? ¿Puede la vida fraterna ser parte de nuestro diario acontecer? ¿Qué tipo de esfuerzo exige de nosotros?
Por: Felipe Santos | Fuente: Libro: Vivencia
Cristiana
Desde siempre la humanidad no ha cesado de soñar con una fraternidad universal
que haría de cada uno el hermano del prójimo.
Ese es el ideal que avizoraba ya el pueblo del Antiguo Testamento a través de
su búsqueda de comunidades fraternas fundadas en la raza, la sangre, la
religión.
Su puesta en práctica tropieza con la dureza de los corazones humanos: Caín,
celoso de su hermano, lo mata. Sin embargo, las tradiciones patriarcales nos
traen bellos ejemplos y gestos: Abrahám y Lot escapan de las discordias, Jacob
se reconcilia con Esaú, José perdona a sus hermanos.
Este sueño se convierte en realidad en Cristo cuando se hace hombre. Esto es lo
que revela la Biblia y más particularmente el Nuevo Testamento: Jesús el primer nacido de entre una multitud de hermanos.
Si los primeros cristianos se llaman “hermanos”, no
es porque hayan obtenido grandes éxitos o se hayan entendido a la perfección,
sino porque, reconciliados en la fe de Cristo, y comulgando con su Cuerpo,
encuentran en El, el fundamento y la fuente de su fraternidad.
Su realización terrestre en la Iglesia, por imperfecta que parezca, es signo
tangible de su cumplimiento final.
El Apóstol Juan hace del amor fraterno el signo indispensable del amor de Dios.
Todavía hoy, los cristianos se juntan alrededor de un proyecto de vida, llevan
una vida fraterna, hecha de respeto en la diferencia, de amor nacido del perdón
diario, de aceptación de las debilidades de cada uno.
La oración, la palabra de Dios, la Eucaristía son el alimento espiritual
necesario para la profundización y el crecimiento de la fraternidad.
Juntamente, en Iglesia, los cristianos forman la fraternidad humana en marcha
hacia el Hombre Nuevo soñado desde sus orígenes.
Vivir en comunidad como los hacen los religiosos (sas), monjes y monjas y
también ciertos laicos implica un compromiso personal alrededor de un proyecto
de vida que específica en nombre de quién, para quién y por quién se vive
juntos.
La vida fraterna diaria no es siempre fácil de vivir, (los miembros de la
comunidad no son elegidos).
Ella exige un esfuerzo permanente de ser egoístas para vivir una verdadera
fraternidad. Esta vida fraterna, testimonio colectivo de vida evangélica, es
posible solamente cuando la sostiene la oración comunitaria y personal.
TEXTOS
1) Marcos 2,1-12: Actas 2,42-47
2) Carta a los Romanos 8,29: “...Para hacer del Hijo Primogénito una multitud
de hermanos”
3) Primera Carta de Juan 2,9-12: “ El que ama a su hermano permanece en la
luz”...
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