Unos lo aceptarán gozosos, otros lo rechazarán. Pero seguir a Cristo es tener la luz en el alma, oponerse a Él es vivir en tinieblas.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
Cristo predica la conversión y el arrepentimiento de los pecados, pero muchos
se han quedado en prácticas externas y rutinarias de religiosidad.
Durante la Presentación de Jesús en el Templo, José y María escucharon unas sorprendentes palabras proféticas del anciano Simeón referidas a Jesús: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc. 2, 34-35)
Estas palabras proféticas se cumplieron ampliamente a lo largo de la vida del
Señor. Unos lo aceptarán gozosos, otros lo rechazarán. Cristo se convertirá en
signo de contradicción en Israel, es decir, en ocasión de que se formen dos
grupos bien diferenciados: los que le siguen y los que se oponen a él. Cristo
hablará a las conciencias de los israelitas para que cumplan la ley de Dios con
plenitud, y después les revelará su mensaje de salvación, que incluye la
formación de un nuevo Pueblo de Dios más perfecto y espiritual.
Simeón después de decir que Cristo sería «signo de contradicción» añade
que sería también «luz para iluminación de
las gentes» Jesús afirmará de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn. 8, 12) Seguir a Cristo es poseer la luz
en el alma; oponerse a Él es vivir en tinieblas.
Al éxito del Señor al principio, ya que es aceptado por muchos como Mesías,
sucede un enfrentamiento cada vez mayor con algunos israelitas, especialmente
con los que detentan los poderes en Israel. La causa está en que Cristo predica
la conversión y el arrepentimiento de los pecados y muchos de los poderosos se
han quedado en prácticas externas y rutinarias de religiosidad, sin una
auténtica fe que lleve a una vida de renuncia. Al ser recriminados por Jesús,
no quieren rectificar.
Este enfrentamiento con el Señor tendrá muchos grados. Algunos se oponen a él
fuertemente y con odio: es el caso de muchos
fariseos, sacerdotes y escribas de Israel, que constituyen los estamentos más
importantes. Otros, en un principio, le siguen, pero le abandonan cuando
ven que los que detentan el poder se oponen a Él. Los hay que le siguen en
momentos difíciles, pero que también le abandonarán en el momento de la Pasión
y Crucifixión.
San Juan, en el prólogo de su evangelio, explica con una imagen el rechazo de
Jesús por el pueblo elegido: Jesús es la luz, pero las tinieblas no la recibieron
(1, 4) Más claramente aún, dice: «Vino a
los suyos, y los suyos no le recibieron» (1,
11)
Jesucristo es el Hijo de Dios, que visita un pueblo preparado durante siglos de
revelación progresiva y lo que le debía resultar familiar, la presencia de Dios,
no lo acepta.
En esto consiste el gran pecado de Israel, que representa a todos los hombres
pecadores: el pueblo de la propiedad de Yavé, en
vez de acoger la luz, intenta sofocarla.
El enfrentamiento de los fariseos y escribas con Jesús fue creciendo a medida
que Jesús desarrollaba su predicación pública.
San Juan Bautista les había recriminado en diversas ocasiones su mala conducta
diciéndoles: «Raza de víboras, ¿quién os ha
enseñado a huir de la cólera que os espera? Haced, pues, frutos dignos de penitencia:
y no comencéis a decir a vosotros mismos: tenemos por Padre a Abrahán; pues yo
os digo que Dios puede hacer salir de estas piedras hijos de Abrahán. Ya está
el hacha aplicada a la raíz de los árboles. Todo árbol que no produzca buen
fruto va a ser cortado y arrojado al fuego» (Lc.
3, 7-8) Jesús aplicará estas mismas acusaciones a los fariseos cuando les
dice: «Si tenéis un árbol bueno, su fruto
será bueno. Si tenéis un árbol malo, su fruto será malo, porque el árbol se
conoce por su fruto. Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas, si sois
malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt. 12, 33-34)
La mayoría de los que ejercían la autoridad en Israel no quisieron convertirse
ni con Juan Bautista ni con Jesús, por eso: «Aunque
había hecho tan grandes milagros en medio de ellos, no creían en El (...) Sin
embargo, aun muchos de, los jefes creyeron en El, pero por causa de los
fariseos no le confesaban, temiendo ser excluidos de la sinagoga, porque amaban
más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Jn. 12, 37-43)
La razón última por la que los escribas y fariseos no reciben a Jesús como
Mesías está en que han desfigurado la religión de Israel. La Palabra de Dios no
ha entrado en su corazón transformándolo y convirtiéndolo. Por eso, se refugian
en el mero cumplimiento externo de preceptos que han inventado los hombres y
descuidan la justicia, la comprensión y la sinceridad de vida, resultando que
dicen y no hacen, como les reprochará Jesús.
Y lo que es más grave, no sólo no entran en el Reino de los Cielos, sino que no
dejan entrar a quienes verdaderamente quieren hacerlo, "porque
ellos son los representantes oficiales de Dios (cfr. Mt. 23)
Se puede decir
que ocultan y desfiguran el verdadero «rostro» de Dios, en vez de darlo a conocer.
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