El Espíritu Santo es el don de Dios que nos da la vida nueva, que nos hace hijos de Dios, que nos une a Cristo.
Por: Redacción | Fuente: Catholic.net
La Cuaresma es un tiempo de gracia que nos invita a prepararnos para la Pascua,
la fiesta más importante del año litúrgico. Pero ¿cómo
vivir este tiempo de manera fructífera y profunda? ¿Qué significa prepararnos
para celebrar la muerte y resurrección de Cristo? La respuesta nos la da
el mismo Jesús, que antes de iniciar su ministerio público, se retiró al
desierto durante cuarenta días, donde fue tentado por el diablo. Allí, Jesús
nos enseñó cómo afrontar el combate espiritual que nos presenta la propia vida
con sus retos, problemas, dificultades, tristezas, momentos de depresión; y
cómo encontrar la esperanza propia de la vida cristiana que se consigue solo en
el amor a Cristo.
EL COMBATE CRISTIANO
La vida espiritual del cristiano
no es pacífica, lineal y sin desafíos, al contrario, la vida cristiana exige un
continuo combate: el combate cristiano para conservar la fe, para enriquecer
los dones de la fe en nosotros. Un famoso dicho atribuido a Abba Antonio, el
primer gran padre del monacato, dice así: “Quita la
tentación y nadie se salvará”. Los santos no son hombres que se han
librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la vida
aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar y
rechazar.
Todos nosotros tenemos experiencia
de esto, todos: que te sale un mal pensamiento, que te vienen ganas de hacer
esto o de hablar mal del otro… Todos, todos tenemos tentaciones, y tenemos que
luchar para no caer en esas tentaciones. Si alguno de ustedes no tiene
tentaciones, que lo diga, ¡porque sería algo
extraordinario! Todos tenemos tentaciones, y todos tenemos que aprender
a comportarnos en esas situaciones.
EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Pero
ninguno de nosotros está bien; si alguien se siente que está bien, está
soñando; cada uno de nosotros tiene tantas cosas que arreglar, y también tiene
que vigilar. Y a veces sucede que vamos al Sacramento de la Reconciliación y
decimos, con sinceridad: “Padre, no me acuerdo, no
sé si tengo pecados…”. Pero eso es falta de conocimiento de lo que pasa
en el corazón. Todos somos pecadores, todos. Y un poco de examen de conciencia,
una pequeña introspección nos hará bien.
El examen de conciencia es una
práctica espiritual que nos ayuda a reconocer nuestros pecados, nuestras faltas
de amor a Dios y al prójimo, nuestras debilidades y nuestras heridas. Es un
momento de verdad, de humildad, de arrepentimiento y de confianza. Es un
momento de gracia, en el que podemos experimentar el perdón y la misericordia
de Dios, que nos ama incondicionalmente y nos quiere sanar y renovar.
LA CONFIANZA EN DIOS
De lo contrario, corremos el
riesgo de vivir en tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrados a la oscuridad,
y ya no sabemos distinguir el bien del mal. Isaac de Nínive decía que, en la
Iglesia, el que conoce sus pecados y los llora es más grande que el que
resucita a un muerto. Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos
pobres pecadores, necesitados de conversión, conservando en el corazón la
confianza de que ningún pecado es demasiado grande para la infinita
misericordia de Dios Padre.
La confianza en Dios es la
actitud fundamental del cristiano, que sabe que no está solo en el combate
espiritual, sino que cuenta con la ayuda y la protección de Dios, que es más
fuerte que cualquier enemigo. La confianza en Dios nos lleva a abandonarnos en
sus manos, a seguir su voluntad, a cumplir sus mandamientos, a orar con fe y a
esperar con paciencia sus promesas. La confianza en Dios nos hace vivir con
alegría y paz, sabiendo que él está con nosotros y que nos ama.
LA LUCHA CONTRA EL MAL
Esta es la lección inaugural que
nos da Jesús. Recordemos que siempre estamos divididos y luchamos entre
extremos opuestos: el orgullo desafía a la humildad; el odio se opone a la
caridad; la tristeza impide la verdadera alegría del Espíritu; el
endurecimiento del corazón rechaza la misericordia. Los cristianos caminamos
constantemente sobre estas crestas.
La lucha contra el mal es una
realidad que nos acompaña a lo largo de nuestra vida. El mal no es una
abstracción, sino una persona: el diablo, el enemigo de Dios y de los hombres,
que busca apartarnos de Dios y de su plan de salvación. El diablo nos tienta,
nos engaña, nos acusa, nos desanima, nos divide, nos hace caer en el pecado y
en la muerte. Pero el diablo no es invencible, sino que ha sido vencido por
Cristo en la cruz y en la resurrección. Por eso, tenemos que resistir al
diablo, con la fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad, con la ayuda
de la gracia, de los sacramentos, de la oración, de la Palabra de Dios, de la Iglesia,
de los ángeles y de los santos.
EL CAMINO DE LAS VIRTUDES
Por eso es importante reflexionar
sobre los vicios y las virtudes: nos ayuda a
superar la cultura nihilista en la que los contornos entre el bien y el mal
permanecen borrosos y, al mismo tiempo, nos recuerda que el ser humano, a
diferencia de cualquier otra criatura, siempre puede trascenderse a sí mismo,
abriéndose a Dios y caminando hacia la santidad.
El camino de las virtudes es el
camino de la perfección cristiana, que consiste en imitar a Cristo, el modelo
de toda virtud. Las virtudes son hábitos buenos que nos hacen actuar conforme a
la razón iluminada por la fe, y que nos orientan hacia el bien supremo, que es
Dios. Las virtudes se clasifican en teologales (fe, esperanza y caridad) y cardinales
(prudencia, justicia, fortaleza y templanza), y de ellas se derivan otras
virtudes morales y espirituales. Las virtudes se adquieren con la repetición de
actos buenos, con la ayuda de la gracia y con la oración.
EL FLORECER DEL ESPÍRITU
El combate espiritual, entonces,
nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios que nos encadenan y a caminar,
con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes que pueden florecer en nosotros,
llevando la primavera del Espíritu a nuestra vida.
El florecer del Espíritu es el
fruto de la acción de Dios en nosotros, que nos transforma y nos hace
partícipes de su vida divina. El Espíritu Santo es el don de Dios que nos da la
vida nueva, que nos hace hijos de Dios, que nos une a Cristo, que nos hace
templos de Dios, que nos guía a la verdad, que nos consuela, que nos fortalece,
que nos santifica, que nos da sus dones y sus carismas, que nos hace testigos
de Cristo, que nos hace miembros de la Iglesia, que nos hace orar, que nos hace
amar. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y el principio de la comunión
de los santos.
¿CÓMO PUEDO APLICAR ESTO A MI VIDA
DIARIA?
Para aplicar lo que has leído en
tu vida diaria, te sugiero que sigas estos pasos:
* Haz un
examen de conciencia cada día, reconociendo tus pecados y pidiendo perdón a
Dios.
* Practica las virtudes opuestas a tus vicios, con la ayuda de la gracia y la
oración.
* Resiste a las tentaciones del diablo, con la fuerza de la fe, de la esperanza
y de la caridad.
* Confía en Dios y abandónate en sus manos, siguiendo su voluntad y cumpliendo
sus mandamientos.
* Participa en los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, que son
fuentes de sanación y de comunión con Dios y con la Iglesia.
* Vive con alegría y paz, sabiendo que Dios está contigo y que te ama.
* Prepárate para celebrar la Pascua, renovando tu compromiso bautismal y tu
adhesión a Cristo resucitado.
(El
presente texto es una reflexión basada en la catequesis del Papa Francisco sobre el combate espiritual).
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