Pero también el desierto es el lugar de la tentación.
Por: Pbro. Francisco Suárez González
| Fuente: Semanario Alégrate
En la tradición bíblica encontramos dos sentidos del desierto: por una parte es
el lugar de purificación, de soledad, de recogimiento, que ayuda a un cambio
interior. Por otra parte también se nos presenta como el lugar de
reconciliación y de encuentro donde se lleva a la amada para demostrarle todo
su amor. Cuaresma tendría estos dos profundos sentidos para cada uno de
nosotros. Buscar un momento de silencio interior donde nos encontremos con
nosotros mismos, donde podamos reconocer lo que hay en nuestro corazón, donde
nos enfrentemos con nuestros propios temores… ¡Cómo
cambiamos cuando nos encontramos con nosotros mismos! Pues, parte de eso
es la cuaresma y el significado del desierto: despojarnos
de todo lo exterior y presentarnos como realmente somos delante de Dios.
Pero además el desierto en varios
pasajes bíblicos aparece como un lugar donde se puede expresar ese amor de
reconciliación. Nos dice en Oseas que el Señor buscará a su “amada” para rescatarla de sus infidelidades,
aunque ella se haya prostituido, “pero yo voy a
seducirla, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2, 16)
para recordarle y recobrar el amor primero, para reanudar el matrimonio que se
había enfriado, volver a tomarla como esposa para siempre, “te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y
en compasión, en fidelidad” (Os 2, 21). Desierto y cuaresma tienen esta
fuerte experiencia del amor de Dios que es fiel a pesar de nuestras
infidelidades, que se mantiene firme y que nos llama a recobrar el amor
primero.
Pero también el desierto es el
lugar de la tentación. En el desierto podrá Jesús saborear la alegría de ser
Hijo de Dios expresada en el bautismo, pero también en el desierto
experimentará la tentación. Esta cercanía de la divinidad y de la humanidad nos
desconcierta a muchos cristianos. Quisiéramos que una vez comprobada nuestra
entrega al Señor, ya no pudiera haber tentación ni marcha atrás, pero el camino
está lleno de caídas, de luchas, de encuentros y desencuentros. San Marcos, al
contrario de Lucas y Mateo, no nos dice cuáles fueron las tentaciones que
sufrió Jesús y nos deja un amplio campo para imaginar nuestras propias
tentaciones. ¿Cuáles son las tentaciones que nos
hacen olvidar el amor de Dios y el amor al prójimo? Tendríamos que
empezar por esa facilidad de acomodar el Evangelio a nuestros propios
intereses. Escuchamos la Palabra mientras no nos inquiete ni perturbe
demasiado, mientras vaya de acuerdo a nuestra forma de vivir y no cuestione
nuestros egoísmos e injusticias. Acogemos la idea un Dios complaciente y
benévolo, pero no aceptamos a Dios que cuestiona nuestra vida, que nos exige la
justicia con el hermano, que rechaza nuestra corrupción y nuestros sobornos.
Tenemos la tentación de buscarnos un Dios que nos complazca, a nuestro gusto,
no un Dios que nos salva, un Dios Padre de todos por igual, que nos invita y
nos exige la fraternidad.
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