I Domingo de Cuaresma (Ciclo B)
Marcos 1, 12-15
Concentrémonos en la frase inicial del Evangelio: "El
Espíritu empujó a Jesús al desierto". Contiene un llamamiento
importante en el inicio de la Cuaresma. Jesús acababa de recibir, en el Jordán, la
investidura mesiánica para llevar la buena nueva a los pobres, sanar los
corazones afligidos, predicar el reino. Pero no se apresura a hacer ninguna de estas cosas. Al
contrario, obedeciendo a un impulso del Espíritu Santo, se retira al desierto
donde permanece cuarenta días, ayunando,
orando, meditando, luchando. Todo esto en profunda soledad y silencio.
Ha habido en la historia legiones de hombres y mujeres que han elegido imitar a
este Jesús que se retira al desierto. En Oriente, empezando por San
Antonio Abad, se retiraban a los desiertos de Egipto o de
Palestina; en Occidente, donde no había desierto de arena, se retiraban a
lugares solitarios, montes y valles remotos.
Pero la invitación a seguir a Jesús en el desierto se dirige a todos. Los
monjes y los ermitaños eligieron un espacio de desierto; nosotros debemos
elegir al menos un tiempo de desierto. Pasar un tiempo de desierto
significa hacer un poco de vacío y de silencio en torno a
nosotros, reencontrar el camino
de nuestro corazón, sustraerse al alboroto y a los apremios exteriores para
entrar en contacto con las fuentes más profundas de nuestro ser.
Bien vivida, la Cuaresma es una especie de cura
de desintoxicación del alma. De hecho no existe sólo la contaminación de óxido de carbono;
existe también la contaminación acústica y luminosa. Todos estamos un
poco ebrios de jaleo y de exterioridad. El
hombre envía sus sondas hasta la periferia del sistema solar, pero ignora, la
mayoría de las veces, lo que existe en su propio corazón. Evadirse, distraerse,
divertirse: son palabras que indican salir de sí mismo, sustraerse a la realidad. Hay espectáculos "de evasión" (la televisión los propina
en avalancha), literatura "de evasión". Son
llamados, significativamente, fiction, ficción. Preferimos vivir en la ficción que en
la realidad. Hoy se habla mucho de "alienígenas",
pero alienígenas, o alienados, lo estamos ya por
nuestra cuenta en nuestro propio planeta, sin necesidad de que vengan otros de
fuera.
Los jóvenes son los
más expuestos a esta embriaguez de estruendo. "Que se
aumente el trabajo de estos hombres –decía de los hebreos el faraón a sus
ministros– para que estén ocupados en él, de forma que no presten oído a las
palabras de Moisés y no piensen en sustraerse de la esclavitud" (Ex
5, 9). Los "faraones" de hoy
dicen, de modo tácito pero no menos perentorio: "Que
se aumente el alboroto sobre estos jóvenes, que les aturda, para que
no piensen, no decidan por su cuenta, sino que sigan la moda,
compren lo que queremos nosotros, consuman los productos que decimos
nosotros".
¿Qué hacer? Al no podernos ir a desierto hay que
hacer un poco de desierto dentro de nosotros. San Francisco de
Asís nos da, al respecto,
una sugerencia práctica. "Tenemos –decía–
una ermita siempre con nosotros; allí donde vayamos
y cada vez que lo queramos podemos encerrarnos en ella como ermitaños. ¡El
eremitorio es nuestro cuerpo y el alma es la ermita que habita dentro!"
En este eremitorio "portátil" podemos entrar, sin saltar a la vista de
nadie, hasta mientras viajamos en un autobús concurridísimo. Todo consiste
en saber "volver a entrar en uno mismo" cada
tanto.
¡Que el Espíritu que "empujó a Jesús al
desierto" nos lleve también a nosotros, nos asista en la lucha contra el
mal y nos prepare a celebrar la Pascua renovados en el espíritu!
Tomado de Homilética.
Por: Raniero
Cantalamessa
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