La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe.
Por: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: Catholic.net
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del
hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No
basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas
virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.
"Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce
años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó
la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo:
«¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te
aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he
sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se
acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por
qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo:
«Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz". (Lucas 8,43-48)
Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza
La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había
encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una
esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era
impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en
una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad,
necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús.
Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a
esta enfermedad y poder ser curada.
En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores,
resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en
el mundo diversos “doctores” que nos puedan
curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos
desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero
a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz,
el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra
existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos
necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo
en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos
nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para
que Él nos cure.
Acercarse
a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura
Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su
impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto.
Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra
Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No
piensa en sí misma. No quiere "molestar" al
Señor: con humildad se acerca por detrás y busca
tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no
busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás.
Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte
el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo
y que quiero poderte abrazar… pero soy impura, mi alma es impura, necesito que
tu amor me purifique y me haga digna de Ti".
Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle"
impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para
encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón
para encontrase dentro de él.
La
fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad
La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué
necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que
necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la
oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es
indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a
su creatura tan amada y admirarla con amor.
Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una
virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado?
» Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de
personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha
rozado el borde de su manto.
Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de
confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a
su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer,
pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina.
La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No
es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de
memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo
seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay
que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el
Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor.
Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con
fe.
El Contenido es cortesía de nuestros aliados y amigos: www.la-oracion.com
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