Los agujeros son parte de la vida, pero con ellos se teje una historia diferente, que solo se comprende cuando uno adopta otra perspectiva.
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
En su novela "La túnica sin costura", Maurice
Baring (1874-1945) relata una imaginaria vida dramática, confusa, misteriosa,
como la de tantos y tantos seres humanos reales.
El protagonista, Christopher
Trevenen, soñaba de niño con ser explorador. En una ocasión acompaña a su
hermana Mabel de paseo. Se bañan, a pesar de que ella tiene problemas de salud.
Al regresar donde residían, una
fuerte tormenta los deja empapados. La niña contrae una fuerte pulmonía.
Christopher reza por ella. Al poco tiempo, Mabel muere. Christopher, todavía un
niño, se siente culpable. Toda su vida pensará que había matado a su hermana.
El resto de la novela narra las
decisiones y los cambios de Christopher a lo largo de los años. La trama se
entrelaza con noticias o relatos sobre la túnica sin costura que habría
envuelto el cuerpo de Cristo, sobre la que se habla en momentos clave de la existencia
de Christopher.
"La túnica sin
costura", publicada en 1929, puede ser
interpretada de muchas maneras. Una de ellas aparece varias veces en el mismo
relato, cuando Baring (convertido al catolicismo en 1909) pone en boca de
Christopher, unas reflexiones profundas.
Al pensar en su propia historia y
sus muchos fracasos y decisiones equivocadas, Christopher reconoce que cada
vida es como una túnica sin costura; pero su propia vida, con todos sus
avatares, "está tan llena de agujeros,
rasgones, costuras, remiendos y pedazos, que más parece un guiñapo" (cap.
30).
Quien escucha las palabras de
Christopher, Madame D'Alberg, le hace ver que está interpretando todo al revés.
Los agujeros son parte de la vida, pero con ellos se teje una historia
diferente, que solo se comprende cuando uno adopta otra perspectiva.
Porque, cuando uno mira la túnica
de su vida del revés, empieza a descubrir cómo la Providencia ha ido tejiendo
tantos detalles, ha ofrecido mil posibilidades de bien y de belleza.
En otro momento de la novela,
Madame D'Alberg afirma: "Mi marido solía decir
que todo hombre, el más insignificante y hasta el más vil, tiene asignada su
misión por la Providencia (...). Nosotros no podemos ver el patrón de nuestra
vida, pero sin duda está bien patente a los ojos del que ha de bordar la
tapicería, (...) no siendo nosotros más que pequeñas cuadrículas del cañamazo
del gigantesto tapiz" (cap. 27).
La novela de Baring enseña algo
que muchas veces no alcanzamos a ver. La túnica de cada uno, con sus agujeros, sus
"errores", sus cambios bruscos o
sus momentos "intranscendentes", está
en manos de Dios Padre, que puede hacer maravillas con quien confía en su Amor
providente.
La existencia del protagonista de
"La túnica sin costura" parece un
fracaso completo, hasta los momentos finales de su vida en los que reaparece
nuevamente la misteriosa túnica.
En esa situación dramática,
Christopher Trevenen recibe, como un don maravilloso y sanante, el arreglo más
hermoso de su túnica personal y llena de agujeros: la
llegada de un sacerdote que le ofrece, con el sacramento de la penitencia, la
misericordia que cura y que permite acoger una salvación definitiva...
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