Memoria Litúrgica. 24 de enero
Fuente: Corazones.org
Obispo de Ginebra
Doctor de la Iglesia
Cofundador de la Congregación de
la Visitación
Martirologio Romano: Memoria de san Francisco de Sales, obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. Verdadero pastor de almas, hizo volver a la comunión católica a muchos hermanos que se habían separado y con sus escritos enseñó a los cristianos la devoción y el amor a Dios. Fundó, junto con santa Juana de Chantal, la Orden de la Visitación, y en Lyon entregó humildemente su alma a Dios el 28 de diciembre de 1622. Fue sepultado en Annecy, en Francia, en este día (1622).
Etimológicamente: Francisco = Aquel que porta la bandera, es de origen germánico.
Fecha de canonización: 19 de abril de 1665 por el Papa Alejandro VII.
BREVE BIOGRAFÍA
El patrono de los periodistas fue un escritor que se distinguió por decir la
verdad con elegancia y sin herir a nadie, por escribir y hablar con tanta
delicadeza que nadie se sentía molesto; un escritor y orador que no buscaba el
morbo sino la transmisión de la simple y llana verdad evangélica. Y supo
comunicar la idea de que todo lo auténticamente humano es cristiano.
Fue un humanista de pies a cabeza.
VIDA DE SAN FRANCISCO DE
SALES
NACE EL GRAN SANTO:
San Francisco nació en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto
de 1567. Fue bautizado al día siguiente en la Iglesia parroquial de Thorens,
con el nombre de Francisco Buenaventura. Durante toda su vida sería su patrono
San Francisco de Asís. El cuarto donde él nació se llamaba "el cuarto de San Francisco", porque
había en él una imagen del "Poverello" predicando
a los pájaros y a los peces.
De niño Francisco fue muy delicado de salud ya que nació prematuro; pero
gracias al cuidado que recibió, se pudo recuperar y fortalecerse con los años.
Si bien no era robusto, su salud le permitió desplegar una enérgica actividad
durante su vida.
LA MADRE DE FRANCISCO:
La Señora Francisca de Boisy era una mujer sumamente amable y trabajadora y
profundamente piadosa. Santa Juana de Chantal dice que la gente la admiraba
como a una de las damas más respetables de esa época.
Tenía que mandar y dirigirlo todo en un amplísimo castillo donde laboran
cuarenta trabajadores, sirvientas, mensajeros, labradores, y encargados del
ganado.
Es muy importante tener en cuenta las cualidades de la mamá de Francisco,
porque éste, por el valle nublado frío y oscuro donde estaba su casa, podría
haber sido un hombre retraído y más bien inclinado a la tristeza y el
pesimismo. Y en cambio, por la maravillosa formación que Doña Francisca le va
proporcionando y por la educación que le hace dar su padre, obtiene las bases
para llegar a ser más tarde con la gracia de Dios y por sus grandes esfuerzos,
un portento de amabilidad y del más exquisito trato social.
Doña Francisca era una mujer que vivía muy ocupada, pero sin afanes ni
apresuramientos. Quizás de ella habrá aprendido el niño Francisco aquella
virtud suya que le dará resultado toda su vida: trabajar
mucho, trabajar siempre, pero sin perder la calma, sin inquietud, no dejando
para mañana lo que se puede hacer hoy.
La religión dominaba la vida de doña Francisca, y la compartía con todos, de
ahí que Francisco aprendiese todo esto y luego lo usase más tarde para el
beneficio de muchas almas.
INFANCIA:
Era un niño lindo, rubio, rosado que se divertía jugando en el Castillo. Le
gustaba ir al Templo y rezar mirando hacia el altar y también era muy dado a
ayudar a los pobres. Sin duda había recibido del Espíritu Santo el don de la
Magnificencia, que consiste en un gusto especial por dar, y dar con gran
generosidad. Como niño vivo e inquieto, que le gustaba curiosear por aquel
inmenso Castillo donde vivía; parecía que tenía cien pulgas debajo de la ropa
que no le dejaban estar quieto, por lo que su madre y la nodriza tenían que
estar constantemente viendo que estaba haciendo.
Su madre le enseñaba el catecismo y le narraba bellos ejemplos religiosos. Y
cuando el pequeño Francisco se encontraba con otros niños por el camino o en el
prado, les repetía las enseñanzas y narraciones que había escuchado de labios
de su mamá. Se estaba entrenando para lo que sería su más preciado trabajo:
enseñar catecismo, pero enseñarlo bellamente a base de amenos ejemplos.
Hay un hecho en su infancia que denota mucho su celo por Dios pero también su
inclinación a la ira, con la que luchará por 19 años de su vida hasta
dominarla. Se cuenta que un día un Calvinista fue a visitar el Castillo,
Francisco se enteró y como no podía meterse en la sala a protestar, tomó un
palo en las manos, y lleno de indignación se fue al corral de las gallinas,
arremetiendo contra ellas y gritando: "Fuera
los herejes: No queremos herejes". Las pobres gallinas salieron
corriendo y gritando ante su atacante, y a tiempo llegaron los sirvientes para
salvarlas. Este que ahora atacaba a las gallinas, después llegará a tener un
genio tan bondadoso y amable que no procederá con ira ni siquiera contra los
más tremendos adversarios; ahora bien , esta bondad no nació con él sino que
fue una conquista, poco a poco, con la ayuda de Dios.
Su padre, Don Francisco, tenía temor de que su hijo fuera a crecer flojo de
voluntad porque la mamá lo quería muchísimo y podía hacerlo crecer algo
consentido y mimado. Entonces le consiguió de profesor a un sacerdote muy
rígido y muy exigente, el Padre Deage. Este será su preceptor durante toda su
vida de estudiante. Era un hombre super exacto en todo, pero muy frecuentemente
demasiado perfeccionista en sus exigencias. Este preceptor lo ayudará mucho en
su formación pero le hará pasar muchos ratos amargos, por exigirle demasiado.
Francisco no protestará nunca y en cambio le sabrá agradecer siempre, pero para
su comportamiento futuro tomará la resolución de exigir menos detalles
importunos y hacer más amables a quienes él tenga que dirigir.
A los 8 años entró en el Colegio de Annecy, y a los 10 años hizo su Primera
Comunión junto con la Confirmación. Desde ese día se propuso no dejar pasar un
día sin visitar a Jesús Sacramentado en el Templo o en la Capilla del colegio.
El que más tarde será el gran promotor del culto solemne a la Eucaristía, fue
preparado muy cuidadosamente por la madre y por su Sacerdote preceptor para
recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Guiado por su madre se trazó unos
buenos propósitos como recuerdo de su Primera Comunión:
1) Cada mañana y cada noche rezaré algunas oraciones.
2) Cuando pase por frente de una Iglesia entraré a visitar a Jesús
Sacramentado, si no hay una razón grave que me lo impida.
3) Siempre y en toda ocasión que me sea posible ayudaré a las gentes más pobres
y necesitadas.
4) Leeré libros buenos, especialmente Vidas de Santos.
Durante toda su vida procuró ser enteramente fiel a estos propósitos.
Un año más tarde en la misma Iglesia de Santo Domingo (actualmente San
Mauricio), recibió la tonsura.
FRANCISCO, ESTUDIANTE:
Un gran deseo de consagrarse a Dios consumía al joven, que había cifrado en
ello la realización de su ideal; pero su padre (que al casarse había tomado el
nombre de Boisy) tenía destinado a su primogénito a una carrera secular, sin
preocuparse de sus inclinaciones. A los 14 años, Francisco fue a estudiar a la
Universidad de París que, con sus 54 colegios, era uno de los más grandes
centros de enseñanza de la época.
Su padre le había enviado al colegio de Navarra, a donde iban los hijos de las
familias de Saboya; pero Francisco, que temía por su vocación, consiguió que
consintiera en dejarle ir al Colegio de Clermont, dirigido por los jesuitas y
conocido por la piedad y el amor a la ciencia que reinaban en él. Acompañado
por el Padre Déage, Francisco se instaló en el hotel de la Rosa Blanca de la
calle St. Jacques, a unos pasos del Colegio de Clermont. Francisco se propuso
un Plan de Vida durante su estadía en el colegio. Se propuso dedicarse a hacer
lo que tenía que hacer: prepararse bien para el futuro.
Desde el principio, guiado, por su director, el Padre Déage, se trazó un
programa de acción: Cada semana confesarse y
comulgar. Cada día atender muy bien a las clases y preparar las tareas y
lecciones para el día siguiente. Dos horas diarias de ejercicios de equitación,
de esgrima, de baile.
La debida mezcla entre los ejercicios de piedad y las artes gimnásticas le
fueron consiguiendo un aire de elegancia y respetabilidad. Era alto, gallardo y
bien presentado. Enemigo de los lujos, pero siempre decorosamente presentado.
En las reuniones de gente de refinada elegancia era el invitado preferido,
porque a la vez de ser muy sencillo y sin rebuscamientos inútiles, era "la cultura personificada".
Más tarde, cuando sea Obispo, la gente exclamará: "en
las reuniones sociales se porta con la santidad de un digno ministro de Dios, y
en las ceremonias religiosas se porta con la elegancia del más exquisito de los
caballeros". Y al preguntarle alguien el por qué, respondió: "Cuando estoy en la alegría de una fiesta social me
imagino estar revestido de ornamentos de Obispo, y me comporto con la dignidad
que esto exige. Y cuando estoy celebrando una ceremonia religiosa me imagino
estar en la más exquisita y refinada reunión, y trato de comportarme con la
educación y urbanidad que en estos casos se exige".
Pronto se distinguió en retórica y en filosofía; después se entregó
apasionadamente al estudio de la teología. Cada día estaba más decidido a
consagrarse a Dios y acabó por hacer voto de castidad perpetua, poniéndose bajo
la protección de la Santísima Virgen. Pero no por ello faltaron las pruebas.
LA MÁS TERRIBLE TENTACIÓN DE SU JUVENTUD:
Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil. Sin embargo,
Francisco supo alejarse de toda ocasión peligrosa y de toda amistad que pudiera
llevarle a ofender a Dios y logró conservar así el alma incontaminada y
admirablemente pura. Francisco tenía 18 años.
Su carácter era muy inclinado a la ira, y muchas veces la sangre se le subía a
la cara ante ciertas burlas y humillaciones, pero lograba contenerse de tal
manera que muchos llegaban hasta imaginarse que a Francisco nunca le daba mal
genio por nada. Pero entonces el enemigo del alma, al ver que con las pasiones
más comunes no lograba derrotarlo, dispuso atacarlo por un nuevo medio más
peligroso y desconocido.
Empezó a sentir en su cerebro el pensamiento constante y fastidioso de que se
iba a condenar, que se tenía que ir al infierno para siempre. La herejía de la
Predestinación, que predicaba Calvino y que él había leído, se le clavaba cada
vez más en su mente y no lograba apartarla de allí. Perdió el apetito y ya no
dormía. Estaba tan impresionantemente flaco y temía hasta enloquecer. Lo que
más le atemorizaba no eran los demás sufrimientos del infierno, sino que allá
no podría amar a Dios.
El Señor permitiéndole la tentación le da la salida. El primer remedio que
encontró fue decirle al Señor: "Oh mi Dios,
por tu infinita Justicia tengo que irme al infierno para siempre, concédeme que
allá yo pueda seguirte amando. No me interesa que me mandes todos los suplicios
que quieras, con tal de que me permitas seguirte amando siempre";
esta oración le devolvió gran parte de paz a su alma.
Pero el remedio definitivo, que le consiguió que esta tentación jamás volviese
a molestarle fue al entrar a la Iglesia de San Esteban en París, y arrodillarse
ante una imagen de la Santísima Virgen y rezarle la famosa oración de San
Bernardo:
"Acuérdate Oh piadosísima Virgen María, que jamás oyó decir que hayas
abandonado a ninguno de cuantos han acudido a tu amparo, implorando tu
protección y reclamando tu auxilio. Animado con esta confianza, también yo
acudo a ti, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados , me
atrevo a comparecer ante tu soberana presencia. No desprecies mis súplicas,
Madre del Verbo Divino, antes bien, óyelas y acógelas benignamente. Amén"
Al terminar de rezar esta oración, se le fueron como por milagro todos sus
pensamientos de tristeza y de desesperación y en vez de los amargos
convencimientos de que se iba a condenar, le vino la seguridad de que
"Dios envió al mundo a su Hijo no para condenarlo, sino para que los pecadores
se salven por medio de Él. Y el que cree no será condenado" (Juan 3:17).
Esta prueba le sirvió mucho para curarse de su orgullo y también para saber
comprender a las personas en crisis y tratarlas con bondad.
ESTUDIANTE DE UNIVERSIDAD:
En el 1588, partió para la ciudad italiana de Padua; su padre le había dado la
orden de estudiar abogacía, doctorarse en derecho. Francisco fue obedeciendo a
su padre. Estudiaba derecho durante cuatro horas diarias para poder llegar a
ser abogado. Otras cuatro horas estudiaba Teología, la ciencia de Dios, porque
tenía un gran deseo: llegar a ser sacerdote.
Durante su estadía en Padua, dice el mismo Francisco, que lo que más le ayudó
fue la amistad y dirección espiritual de ciertos sacerdotes jesuitas muy sabios
y muy santos. Le ayudó mucho la lectura de un libro, que le acompañará durante
su vida por 17 años, escrito por el Padre Scupoli llamado: "El Combate Espiritual". Lo leía todos
los días y sacaba gran provecho de su lectura.
San Francisco
hizo un detallado plan de vida para preservarse durante su estadía en Padua, y
se propuso hacer lo siguiente:
1) Cada mañana hacer el Examen de previsión: que consistía en ver que trabajos, que personas o
actividades iba a realizar en ese día, y planear como iba a comportarse ante
ellos.
2) A mediodía visitar el Santísimo Sacramento y
hacer el Examen Particular: examinando su defecto dominante y viendo si había
actuado con la virtud contraria a él, (durante 19 años su examen particular
será acerca del mal genio, de aquel defecto tan fuerte que era su inclinación a
encolerizarse).
3) Ningún día sin Meditación: Aunque fuese por media hora, dedicarse a pensar en los
favores recibidos por el Señor, en las grandezas de Dios, en las verdades de la
Biblia o en los ejemplos de los santos.
4) Cada día rezar el Santo Rosario: no dejarlo de rezar ningún día de su vida, promesa que
siempre cumplió.
5) En su trato con los demás ser amable pero
moderado.
6) Durante el día pensar en la Presencia de
Dios.
7) Cada noche antes de acostarse hacer el Examen
del día: decía, "recordaré si empecé mi
jornada encomendándome a Dios. Si durante mis ocupaciones me acordé muchas
veces de Dios para ofrecerle mis acciones, pensamientos, palabras y
sufrimientos. Si todo lo que hoy hice fue por amor al buen Dios. Si traté bien
a las personas. Si no busqué en mis labores y palabras darle gusto a mi amor
propio y a mi orgullo, sino agradar a Dios y hacer bien a mi prójimo. ¿Si supe
hacer algún pequeño sacrificio?, ¿Si me esforcé por estar fervoroso en la oración?
y pediré perdón al Señor por las ofensas de este día, haré propósito de
portarme mejor en adelante; y suplicaré al cielo que me conceda fortaleza para
ser siempre fiel a Dios; y rezando mis tres Avemarías me entregaré
pacíficamente al sueño. Firmado: Francisco de Sales, Padua 1589.
Así Francisco, mantuvo protegido su corazón todo el tiempo en el que estuvo
estudiando en Padua y a los 24 años obtuvo el doctorado en leyes, y fue a
reunirse con su familia en el castillo de Thuille, a orillas del lago de Annecy.
Ahí llevó durante 18 meses, por lo menos en apariencia, la vida ordinaria de un
joven de la nobleza. El padre de Francisco tenía gran deseo de que su hijo se
casara cuanto antes y había escogido para él a una encantadora muchacha,
heredera de una de las familias del lugar. Sin embargo, el trato cortés, pero
distante, de Francisco hicieron pronto comprender a la joven que este no estaba
dispuesto a secundar los deseos de su padre.
El santo declinó, por la misma razón, la dignidad de miembro del senado que le
había sido propuesta, a pesar de su juventud.
Hasta entonces Francisco sólo había confiado a su madre y a su primo Luis de
Sales y a algunos amigos íntimos, su deseo de consagrarse al servicio de Dios.
Pero había llegado el momento de hablar de ello con su padre. El Señor de Boisy
lamentaba que su hijo se negara a aceptar el puesto en el senado y que no
hubiese querido casarse, pero ello no le había hecho sospechar, ni por un
momento, que Francisco pensara en hacerse sacerdote.
La muerte del deán del capítulo de Ginebra hizo pensar al canónigo Luis de
Sales en la posibilidad de nombrar a Francisco para sustituirle, lo cual haría
menos duro el golpe para el padre del santo. Con la ayuda de Claudio de
Granier, obispo de Ginebra, pero sin consultar a ningún miembro de la familia,
el canónigo explicó el asunto al Papa, quien debía hacer el nombramiento y, a
vuelta de correo, llegó la respuesta del Sumo Pontífice que daba a Francisco el
puesto. Este quedó muy sorprendido ante la dignidad con que le distinguía el
Papa, pero se resignó a aceptar ese honor que no había buscado, con la
esperanza de que su padre accedería así más fácilmente a su ordenación.
Pero el Señor de Boisy era un hombre muy decidido y pensaba que sus hijos le
debían una obediencia absoluta. Francisco tuvo que recurrir a toda su
respetuosa paciencia y su poder de persuasión para convencerle de que debía
ceder.
Por fin vistió la sotana el día mismo en que obtuvo el consentimiento de su
padre, y fue ordenado sacerdote 6 meses después, el 18 de diciembre de 1593. A
partir de ese momento, se entregó al cumplimiento de sus nuevos deberes con un
celo que nunca decayó. Ejercitaba los ministerios sacerdotales entre los
pobres, con especial cariño; sus penitentes predilectos eran los de cuna humilde.
Su predicación no se limitó a Annecy únicamente, sino a otras muchas ciudades.
Hablaba con palabras sencillas, que los oyentes le escuchaban encantados, pues
no había en sus sermones todo ese ornato de citas griegas y latinas tan común
en aquellos tiempos, a pesar de que Francisco era doctor. Pero Dios tenía
destinado al santo emprender, en breve, un trabajo mucho más difícil.
A LA CONQUISTA DE LOS
CALVINISTAS; LA MISIÓN DE CHABLAIS.
Las condiciones religiosas de los habitantes del Chablais, en la costa sur del
lago de Ginebra, eran deplorables debido a los constantes ataques de los
ejércitos protestantes, y el duque de Saboya rogó al Obispo Claudio de Granier
que mandase algunos misioneros a evangelizar de nuevo la región. El Obispo
envió a un sacerdote de Thonon, capital del Chablais; pero sus intentos
fracasaron. El enviado tuvo que retirarse muy pronto. Entonces el Obispo
presentó el asunto a la consideración de su capítulo, sin ocultar sus
dificultades y peligros. De todos los presentes, Francisco fue quien mejor
comprendió la gravedad del problema, y se ofreció a desempeñar ese duro
trabajo, diciendo sencillamente: "Señor, si
creéis que yo pueda ser útil en esa misión, dadme la orden de ir, que yo estoy
pronto a obedecer y me consideraré dichoso de haber sido elegido para
ella". El Obispo aceptó al punto, con gran alegría para Francisco.
Pero el Señor de Boisy veía las cosas de distinta manera y se dirigió a Annecy
para impedir lo que él llamaba "una especie de
locura". Según él, la misión equivalía a enviar a su hijo a la
muerte. Arrodillándose, a los pies del Obispo le dijo: "Señor,
yo permití que mi primogénito, la esperanza de mi casa, de mi avanzada edad y
de mi vida, se consagrara al servicio de la Iglesia; pero yo quiero que sea un
confesor y no un mártir". Cuando el Obispo, impresionado por el
dolor y las súplicas de su amigo, se disponía a ceder, el mismo Francisco le
rogó que se mantuviese firme: "¿Vais a hacerme
indigno del Reino de los Cielos? -preguntó- Yo
he puesto la mano en el arado, no me hagáis volver atrás".
El Obispo empleó todos los argumentos posibles para disuadir al Sr. de Boisy,
pero éste se despidió con las siguientes palabras: "No
quiero oponerme a la voluntad de Dios, pero tampoco quiero ser el asesino de mi
hijo permitiendo su participación en esta empresa descabellada. ...yo jamás
autorizaré esta misión".
Francisco tuvo que emprender el viaje, sin la bendición de su padre, el 14 de
Septiembre de 1594, día de La Santa Cruz. Partió a pie, acompañado solamente
por su primo, el canónigo Luis de Sales, a la reconquista del Chablais.
El gobernador de la provincia se había hecho fuerte con un piquete de soldados
en el castillo de Allinges, donde los dos misioneros se las ingeniaron para
pasar las noches a fin de evitar sorpresas desagradables. En Thonon quedaban
apenas unos 20 católicos, a quienes el miedo impedía profesar abiertamente sus
creencias. Francisco entró en contacto con ellos y los exhortó a perseverar
valientemente. Los misioneros predicaban todos los días en Thonon, y poco a
poco, fueron extendiendo sus fuerzas a las regiones circundantes.
El camino al castillo de Allinges, que estaban obligados a recorrer, ofrecía
muchas dificultades y, particularmente en invierno, resultaba peligroso. Una
noche, Francisco fue atacado por los lobos y tuvo que trepar a un árbol y
permanecer ahí en vela para escapar con vida. A la mañana siguiente, unos
campesinos le encontraron en tan lastimoso estado que, de no haberle
transportado a su casa para darle de comer y hacerle entrar en calor, el santo
habría muerto seguramente. Los buenos campesinos eran calvinistas. Francisco
les dio las gracias en términos tan llenos de caridad, que se hizo amigo de
ellos y muy pronto los convirtió al catolicismo.
En el 1595, un grupo de asesinos se puso al asecho de Francisco en dos
ocasiones, pero el cielo preservó la vida del santo en forma milagrosa.
El tiempo pasaba y el fruto del trabajo de los misioneros era muy escaso. Por
otra parte, el Sr. de Boisy enviaba constantemente cartas a su hijo, rogándole
y ordenándole que abandonase aquella misión desesperada. Francisco respondía
siempre que si su Obispo no le daba una orden formal de volver, no abandonaría
su puesto. El santo escribía a un amigo de Envían en estos términos: "Estamos apenas en los comienzos. Estoy decidido a
seguir adelante con valor, y mi esperanza contra toda esperanza está puesta en
Dios".
San Francisco hacía todos los intentos para tocar los corazones y las mentes
del pueblo. Con ese objeto, empezó a escribir una serie de panfletos en los que
exponía la doctrina de la Iglesia y refutaba la de los calvinistas. Aquellos
escritos, redactados en plena batalla, que el santo hacía copiar a mano por los
fieles, para distribuirlos, formarían más tarde el volumen de las "controversias". Los originales se
conservan todavía en el convento de la Visitación de Annecy. Aquí empezó la
carrera de escritor de San Francisco de Sales, que a este trabajo añadía el
cuidado espiritual de los soldados de la guarnición del castillo de Allinges,
que eran católicos de nombre y formaban una tropa ignorante y disoluta.
En el verano de 1595, cuando San Francisco se dirigía al monte Voiron a
restaurar un oratorio a Nuestra Señora, destruido por los habitantes de Berna,
una multitud se echó sobre él, después de insultarle, y le maltrató.
Poco a poco el auditorio de sus sermones en Thonon fue más numeroso, al tiempo
que los panfletos hacían efecto en el pueblo. Por otra parte, aquellas gentes sencillas
admiraban la paciencia del santo en las dificultades y persecuciones, y le
otorgaban sus simpatías. El número de conversiones empezó a aumentar y llegó a
formarse una corriente continua de apostatas que volvían a reconciliarse con la
Iglesia.
Cuando el Obispo Granier fue a visitar la misión, 3 o 4 años más tarde, los
frutos de la abnegación y celo de San Francisco de Sales eran visibles. Muchos
católicos salieron a recibir al Obispo, quien pudo administrar una buena
cantidad de confirmaciones, y aún presidir la adoración de las 40 horas, lo que
había sido inconcebible unos años antes, en Thonon. San Francisco había
restablecido la fe Católica en la provincia y merecía, en justicia, el título
de "Apóstol del Chablais".
Mario Besson, un posterior obispo de Ginebra ha resumido la obra apostólica de
su predecesor en una frase del mismo San Francisco de Sales a Santa Juana de
Chantal: "Yo he repetido con frecuencia que la mejor manera de predicar
contra los herejes es el amor, aun sin decir una sola palabra de refutación
contra sus doctrinas". El mismo Obispo Mons. Besson, cita al Cardenal Du
Perron: "Estoy convencido de que, con la ayuda
divina, la ciencia que Dios me ha dado es suficiente para demostrar que los
herejes están en el error; pero si lo que queréis es convertirles, llevadles al
Obispo de Ginebra, porque Dios le ha dado la gracia de convertir a cuantos se
le acercan".
SAN FRANCISCO DE SALES,
OBISPO:
Monseñor de Granier, quien siempre había visto en Francisco un posible
coadjutor y sucesor, pensó que había llegado el momento de poner en obra sus
proyectos. El santo se negó a aceptar, al principio, pero finalmente se rindió
a las súplicas de su Obispo, sometiéndose a lo que consideraba como una
manifestación de la voluntad de Dios. Al poco tiempo, le atacó una grave
enfermedad que lo puso entre la vida y la muerte. Al restablecerse fue a Roma,
donde el Papa Clemente VIII, que había oído muchas alabanzas sobre la virtud y
las cualidades del joven sacerdote decano, pidió que se sometiese a un examen
en su presencia. El día señalado se reunieron muchos teólogos y sabios.
El mismo Sumo Pontífice, así como Baronio, Bernardino, el cardenal Federico
Borromeo (primo del santo) y otros, interrogaron al santo sobre 35 puntos
difíciles de teología. San Francisco respondió con sencillez y modestia, pero
sin ocultar su ciencia. El Papa confirmó su nombramiento de coadjutor de
Ginebra, y Francisco volvió a su diócesis, a trabajar con mayor ahínco y
energía que nunca.
En 1602 fue a París donde le invitaron a predicar en la capilla real, que
pronto resultó pequeña para la tal multitud que acudía a oír la palabra del
santo, tan sencilla, tan conmovedora y tan valiente. Enrique IV concibió una
gran estima por el coadjutor de Ginebra y trató en vano de retenerle en
Francia.
Años más tarde, cuando San Francisco de Sales fue de nuevo a París, el rey
redobló sus instancias; pero el joven obispo se rehusó a cambiar su diócesis de
la montaña, su "pobre esposa", como
él la llamaba, por la importante diócesis -"la
esposa rica"- que el rey le ofrecía. Enrique IV exclamó: "El Obispo de Ginebra tiene todas las virtudes, sin
un solo defecto".
A la muerte de Claudio de Granier, acaecida en el otoño de 1602, Francisco le
sucedió en el gobierno de la diócesis. Fijó su residencia en Annecy, donde
organizó su casa con la más estricta economía, y se consagró a sus deberes
pastorales con enorme generosidad y devoción. Además del trabajo
administrativo, que llevaba hasta en los menores detalles del gobierno de su
diócesis, el santo encontraba todavía tiempo para predicar y confesar con
infatigable celo. Organizó la enseñanza del catecismo; él mismo se encargaba de
la instrucción de Annecy, y lo hacía en forma tan interesante y fervorosa, que
las gentes del lugar recordaban todavía, muchos años después de su muerte,
"el catecismo del obispo".
La generosidad y caridad, la humildad y clemencia del santo eran inagotables.
En su trato con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; pero
sabía emplear la firmeza cuando no bastaba la bondad.
En su maravilloso "Tratado del Amor de
Dios" escribió: "La medida del amor es amar sin medida". Supo
vivir lo que predicaba.
Con su abundante correspondencia alentó y guió a innumerables personas que
necesitaban de su ayuda. Entre los que dirigía espiritualmente, Santa Juana de
Chantal ocupa un lugar especial. San Francisco la conoció en 1604, cuando
predicaba un sermón de cuaresma en Dijón. La fundación de la Congregación de la
Visitación, en 1610, fue el resultado del encuentro de los dos santos.
El libro "Introducción a la Vida Devota" nació
de las notas que el santo conservaba de las instrucciones y consejos enviados a
su prima política, la Sra. de Chamoisy, que se había confiado a su dirección.
San Francisco se decidió, en 1608, a publicar dichas notas, con algunas
adiciones. El libro fue recibido como una de las obras maestras de la ascética,
y pronto se tradujo en muchos idiomas.
En 1610, Francisco de Sales tuvo la pena de perder a su madre (su padre había
muerto años antes). El santo escribió más tarde a Santa Juana de Chantal: "Mi corazón estaba desgarrado y lloré por mi buena
madre como nunca había llorado desde que soy sacerdote". San
Francisco habría de sobrevivir por nueve años a su madre, nueve años de
inagotable trabajo.
ÚLTIMOS MESES Y MUERTE DEL
SANTO:
En 1622, el duque de Saboya, que iba a ver a Luis XIII en Aviñón, invitó al
santo a reunirse con el en aquella ciudad. Movido por el deseo de abogar por la
parte francesa de su diócesis, el obispo aceptó al punto la invitación, aunque
arriesgaba su débil salud un viaje tan largo, en pleno invierno.
Parece que el santo presentía que su fin se acercaba. Antes de partir de Annecy
puso en orden todos sus asuntos y emprendió el viaje como si no tuviera
esperanza de volver a ver a su grey. En Aviñón hizo todo lo posible por llevar
su acostumbrada vida de austeridad; pero las multitudes se apiñaban para verle
y todas las comunidades religiosas querían que el santo obispo les predicara.
En el viaje de regreso, San Francisco se detuvo en Lyon, hospedándose en la
casita del jardinero del convento de la Visitación. Aunque estaba muy fatigado,
pasó un mes entero atendiendo a las religiosas. Una de ellas le rogó que le
dijese qué virtud debía practicar especialmente; el santo escribió en una hoja
de papel, con grandes letras: "Humildad".
Durante el Adviento y la Navidad, bajo los rigores de un crudo invierno,
prosiguió su viaje, predicando y administrando los sacramentos a todo el que se
lo pidiera. El día de San Juan le sobrevino una parálisis; pero recuperó la
palabra y el pleno conocimiento. Con admirable paciencia, soportó las penosas
curaciones que se le administraron con la intención de prolongarle la vida,
pero que no hicieron más que acortársela.
En su lecho repetía: "Puse toda mi esperanza
en el Señor, y me oyó y escuchó mis súplicas y me sacó del foso de la miseria y
del pantano de la iniquidad".
En el último momento, apretando la mano de uno de los que le asistían
solícitamente murmuró: "Empieza a anochecer y
el día se va alejando".
Su última palabra fue el nombre de "Jesús".
Y mientras los circundantes recitaban de rodillas las Letanías de los
agonizantes, San Francisco de Sales expiró dulcemente, a los 56 años de edad,
el 28 de Diciembre de 1622, fiesta de los Santos Inocentes. Había sido obispo
por 21 años.
DESPUÉS DE SU MUERTE:
A la misma hora en que falleció San Francisco de Sales, en la ciudad de
Grenoble estaba Santa Juana de Chantal orando por él, cuando oyó una voz que
decía: "Ya no vive sobre la tierra", pero
era poca inclinada a creer en favores extraordinarios, no creyó que fuese un
aviso de la muerte del santo. Cuando le llegaron con la noticia, comprendió que
aquella voz era cierta y durante todo el día y la noche no podía parar de
llorar la muerte del Santo.
El día 29 de Diciembre la ciudad entera de Lyon fue desfilando por la humilde
casita donde había muerto el querido santo. Y era tanto el deseo de la gente de
besarle las manos y los pies, que los médicos no lograban llevarse el cadáver
para hacerle la autopsia.
-La hiel: Dice monseñor Camus que al sacarle la
hiel la encontraron convertida en 33 piedrecitas, señal de los esfuerzos tan
heroicos que había tenido que hacer para vencer su temperamento tan inclinado a
la cólera y al mal genio y llegar a ser el santo de la amabilidad.
-Reliquias: Todos en Lyon querían un recuerdo
del santo: sus ropas fueron partidas en miles de
pedacitos para darle a cada cual alguna reliquia.
-El corazón: dentro de un estuche de plata fue
llevado el corazón del gran Obispo al convento de las Hermanas de la Visitación
en Lyon, y guardado allí como un tesoro.
-Expuesto al público: Una vez embalsamado, el
cuerpo de Monseñor Francisco de Sales fue vestido con sus ornamentos
episcopales y trasladado en un ataúd para sus funerales en la iglesia de la
Visitación. Estuvo expuesto para veneración de los fieles por dos días.
Cuando la noticia llegó a Annecy, tomó a todos por sorpresa y después de un
silencio general, todos lloraban a su querido obispo.
Inmediatamente que llegó su cadáver a Annecy y fue sepultado, empezaron a
ocurrir milagros por la intercesión del santo, lo que llevó a La Santa Sede a
abrir su causa de Beatificación en 1626.
¿QUÉ SUCEDIÓ EL DÍA QUE
ABRIERON SU TUMBA?:
En 1632 se hizo la exhumación del cadáver de Francisco de Sales para saber cómo
estaba. Abrieron su tumba los comisionados de la Santa Sede acompañados de las
monjas de la Visitación. Cuando levantaron la lápida, apareció el santo igual
que cuando vivía. Su hermoso rostro conservaba la expresión de un apacible
sueño. Le tomaron la mano y el brazo estaba elástico (llevaba 10 años de
enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.
Toda la ciudad desfiló ante su santo Obispo que apenas parecía dormido. Por la
noche cuando todos los demás se hubieron ido, la Madre de Chantal volvió con
sus religiosas a contemplar más de cerca y con más tranquilidad y detenimiento
el cadáver de su venerado fundador. Más a causa de la prohibición de las
autoridades no se atrevió a tocarle ni a besar sus hermosas manos pálidas.
Pero al día siguiente los enviados de la Santa Sede le dijeron que la
prohibición para tocarlo no era para ella, y entonces se arrodilló junto al
ataúd, se inclinó hacia el santo, le tomó la mano y se la puso sobre la cabeza
como para pedirle una bendición. Todas las hermanas vieron como aquella mano
parecía recobrar vida y moviendo los dedos, suavemente oprimió y acarició la
humilde cabeza inclinada de su discípula preferida y santa.
Todavía hoy, en Annecy, las hermanas de la Visitación conservan el velo que
aquel día llevaba en la cabeza la Madre Juana Francisca.
San Francisco fue beatificado por el Papa Alejandro VII en el 1661, y el mismo
Papa lo canonizó en el 1665, a los 43 años de su muerte.
En el 1878 el Papa Pío IX, considerando que los tres libros famosos del santo:
"Las controversias"(contra los protestantes); La Introducción a la
Vida Devota" (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo), tanto
como la colección de sus sermones, son verdaderos tesoros de sabiduría, declaró
a San Francisco de Sales "Doctor de la
Iglesia" , siendo llamado "El
Doctor de la amabilidad".
Oración
Glorioso San Francisco de Sales, vuestro nombre
porta la dulzura del corazón mas afligido; vuestras obras destilan la selecta
miel de la piedad; vuestra vida fue un continuo holocausto de amor perfecto lleno
del verdadero gusto por las cosas espirituales, y del generoso abandono en la
amorosa divina voluntad. Enséñame la humildad interior, la dulzura de nuestro exterior, y la imitación
de todas las virtudes que has sabido copiar de los Corazones de Jesús y de
María.
Amén
A Francisco de Sales se le considera también patrón de los sordomundos.
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