miércoles, 31 de enero de 2024

EL SISTEMA PREVENTIVO DE SAN JUAN BOSCO Y LA EDUCACIÓN EN FAMILIA

El sistema preventivo de la educación de los niños consiste ante todo en vigilar, orientar, guiar, aconsejar y corregir a los niños y jóvenes poniéndoles en la imposibilidad de faltar.

Por: Mercedes Palet Fritschi | Fuente: cristianidad

En la obra y vida de san Juan Bosco se encuentran muchas orientaciones y consejos educativos de gran actualidad psicológica y educativa para una consideración de la educación cristiana (en la familia) que atienda las aspiraciones y las necesidades y circunstancias propias de la infancia y de la primera juventud.

Pero, además, san Juan Bosco, profundo conocedor del alma infantil (especialmente del alma del niño varón), propone muchas indicaciones que siguen manteniendo una vigencia extraordinaria, incluso cuando se tiene en cuenta la época en la que fueron propuestas a los jóvenes y educadores de su tiempo. Más allá de la atención a cuestiones de la formación e instrucción de los niños y jóvenes y de su crecimiento psicomoral, las enseñanzas de san Juan Bosco en materia educativa persiguen un fin declarado: el de desplegar un programa de santidad juvenil. Para san Juan Bosco –y en ello parecía seguirle de modo muy especial Juan Pablo II–, «el Señor ama de un modo muy especial a los jóvenes» (1). De ese especialísimo amor por la juventud del que san Juan Bosco vivamente participaba nacen una serie de consideraciones y advertencias que, también por su profundidad y acierto psicológicos, se hacen también especialmente prácticos en el ámbito educativo de la familia.

En su obra El joven cristiano san Juan Bosco parte del convencimiento de que «la salvación del cristiano depende ordinariamente de los años de juventud» (2). Por esta razón, el máximo empeño y atención educativos de padres, educadores y maestros deben concentrarse en esta primera época de la vida, en la que niños y jóvenes están «aún a tiempo de hacer muchas obras buenas» (3). Pero es en las mismas condiciones de la infancia y de la juventud en las que el santo descubre las dos mayores circunstancias de carácter más psicológico que el demonio suele aprovechar para alejar a los jóvenes de la virtud. La primera, la tentación de hacer creer a niños y jóvenes que la vida cristiana, la vida de santidad, sea una vida melancólica y privada de toda diversión y placer (4). Por eso, según san Juan Bosco, el primer lazo que suele tender el demonio a niños y jóvenes consiste en ponerles «delante de los ojos la imposibilidad de mantenerse en el difícil camino de la virtud» por la falta de placeres y de diversión (5). Y la segunda, la de que niños y jóvenes tienden por naturaleza a considerar que gozarán de una larga vida y que, por lo mismo, en el futuro siempre dispondrán de oportunidades para rectificar los errores cometidos en la actualidad. Pero a esa tendencia el santo la llama «falsa esperanza de larga vida» que, si bien es natural y un signo de la vitalidad propia de la juventud, no por ello deja de ser aprovechada por el enemigo del alma (y en nuestros días más que nunca fomentada por la superficialidad de la vida mundana) para tentar al joven con la falsa esperanza de poder posponer indefinidamente el ejercicio de las buenas obras.

San Juan Bosco, sin olvidar nunca que la educación de la juventud es un arte difícil (6), presenta un método de vida alegre y fácil, pero suficiente para que los niños y los jóvenes puedan llegar a ser el consuelo de sus padres, el honor de la patria, buenos ciudadanos en la tierra y, después, moradores felices del cielo (7).

Veamos seguidamente los puntos fundamentales en los que se basa este «sistema preventivo» para constatar que de una manera especial competen y son muy congruentes con la vida de familia, muy especialmente gracias al ejemplo de vida y virtud de los padres.

Para san Juan Bosco ese difícil arte de educar se centra, por una parte, en la promoción y el fomento de una serie de acciones y actitudes que un joven necesita para alcanzar la virtud:
1- Conocimiento de Dios
2- La obediencia a sus padres y educadores
3- El respeto a los lugares sagrados y a los ministros del Señor
4- La lectura espiritual y la Palabra de Dios
5- La devoción a María Santísima (8)

Por otra parte, según san Juan Bosco, en el evitar y huir de una serie de circunstancias y situaciones:
1- El ocio
2- Las malas compañías
3- Las malas conversaciones
4- El escándalo (9)

La promoción y fomento de estas acciones y actitudes tiene, originalmente, su lugar natural y principalísismo en la familia, «Iglesia doméstica», porque el amor de los padres dispone y habilita el corazón del hijo para la recepción del bien y de las verdades que los padres le comunican (10). Para san Juan Bosco la educación se expresa con aquel lenguaje del amor que va conquistando el corazón del discípulo y ejerciendo sobre él gran influencia, permitiendo al niño, al educando, aquel conocimiento experimental simple y vital por el cual el niño se nutre de quien le dice las cosas y de quien se las muestra. Se trata de un conocimiento que comporta una unión intencional del niño muy especialmente con sus padres, pero también con los educadores buenos por la que, además, queda vinculado a aquel que le dice qué y cómo son las cosas y que, por naturaleza, tiene su lugar propio de adquisición: la familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer (11).

* * *

En su obra El joven cristiano, san Juan Bosco incluye, finalmente, algunos consejos prácticos para la vida concreta y para la vida espiritual de niños y jóvenes que son también de gran interés y manifiestan, nuevamente, el profundo conocimiento que el santo tenía de las muchas necesidades pero también de la vitalidad y del deseo de bien propios de la psicología infantil y juvenil.

Las virtudes principales propias de la infancia y de la primera juventud son, según san Juan Bosco, la piedad y la oración, la obediencia y la pureza, por un lado; y, por el otro, algunas virtudes particulares propias de la templanza y de la fortaleza que los niños más mayores y los jóvenes particularmente necesitan para huir sobre todo de las tentaciones del ocio y de las malas compañías (12). Esas virtudes son el estudio (13), la modestia, el ejercicio en las artes «mecánicas y liberales», el trabajo doméstico, el juego y un adecuado ejercicio físico y, también, el ayuno para los niños más mayores.

Y todo ello bajo la guía y el concurso de la gracia divina, pues, además de corregir y ordenar las inclinaciones desordenadas y fomentar y ordenar las buenas desde la más tierna infancia, sobre todo, lo que la educación persigue es «iluminar el entendimiento y fortalecer la voluntad con las verdades sobrenaturales y los medios de la gracia, sin la cual no es posible dominar las pervesas inclinaciones y alcanzar la debida perfección educativa de la Iglesia» (14). Huyendo por ello de todo naturalismo pedagógico que «de cualquier modo excluya o merme la formación sobrenatural cristiana en la instrucción de la juventud»; y huyendo además de todo método de educación que «se funde, total o parcialmente, en la negación o en el olvido del pecado original y de la gracia, y, por consiguiente, sobre las solas fuerzas de la naturaleza humana» (15). Es por esta razón que san Juan Bosco insiste repetida y encarecidamente en la necesidad de la recepción frecuente de los sacramentos de la confesión y de la eucaristía.

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El método educativo de san Juan Bosco se fundamenta en lo que él llama el «sistema preventivo». Este sistema «consiste en dar a conocer las prescripciones y reglamentos de un instituto y vigilar después de manera que los alumnos tengan sobre sí el ojo vigilante del director o de los asistentes, los cuales como padres amorosos, sirvan de guía a toda circunstancia, den consejos y corrijan con amabilidad; que es como decir: consiste en poner a los niños en la imposibilidad de faltar» (16).

El «sistema preventivo» de la educación de los niños consiste ante todo en vigilar, orientar, guiar, aconsejar y corregir a los niños y jóvenes poniéndoles en la «imposibilidad de faltar».

Es un sistema que emana principalmente de la caridad, la cual «no se identifica con un movimiento sentimental lleno de bondad, sino que se apoya completamente en la experiencia natural de la bondad de Dios»(17), y que «descansa por entero en la razón, en la religión y en el amor; y excluye, por consiguiente, todo castigo violento y procura alejar aun los suaves» (18). Ello no quiere decir que sea un sistema que no se sirva de la corrección, porque «no hay educación cristiana sin corrección, como no hay caridad sin verdad» (19).

Desde la perspectiva del padre y del educador llama mucho la atención esa clave educativa que san Juan Bosco propone como síntesis de su método preventivo: «poner a los niños en la imposibilidad de faltar». Ello sólo es concebible desde una actitud vigilante que, desde la experiencia del amor de Dios, «descubre la violencia y la fuerza del mal y del pecado y los modos insospechados en que penetra en las almas; el educador vela, vigila, cela el bien de las almas y no condesciende con la iniquidad» (20).

Las razones por las que san Juan Bosco entiende que el sistema preventivo es «del todo preferible» denotan el conocimiento profundo y acertadísimo que el santo tenía de la psicología infantil, pero, a la vez, ponen de relieve las actitudes principales de la educación de los hijos en el seno de la familia cristiana.

Esas razones son, en primer lugar, la ligereza infantil. «La razón fundamental [que hace preferible el sistema preventivo] es la ligereza infantil, por la cual fácilmente se olvidan los niños de las reglas disciplinarias y de los castigos con que van sancionadas. A esa ligereza se debe el que, a menudo, un jovencito sea culpable de una falta y merecedor de un castigo al que no había nunca prestado atención y del que no se acordaba en el momento de cometer la falta y que ciertamente hubiera evitado, si una voz amiga se lo hubiera advertido» (21). Se trata de una ligereza infantil que no busca (siempre) intencionadamente cometer la falta, ni mucho menos, el mal. Es una ligereza causada sobre todo por la inmadurez y la falta de experiencia, que son propias de la infancia, y que desembocan rápidamente en la «inevitable distracción e imprudencia» (22). San Juan Bosco veía en esta inexperiencia, en esta falta de organización de la vida psíquica, en la falta de reflexión y de instrucción la causa de que (especialmente) los niños abandonados a sí mismos se dejen arrastrar ciegamente al desorden.

En la sociedad y el modo superficial de vida de nuestros días son muchos los niños y jóvenes que quedan expuestos a ese «quedar abandonados a sí mismos» y a manos de elementos que impactan directamente en el alma infantil, generando un torbellino de perniciosas imágenes y percepciones en la memoria infantil, que dificultan en gran medida la reflexión y la instrucción. En el seno de la familia cristiana, por la acción educativa de los padres, por la instrucción moral y cristiana, se inicia y promociona aquel debate interior que es necesario para el discernimiento moral de los propios actos y sin cual no es posible aquella reflexión que, con la adquisición ordenada de una experiencia enriquecedora, permitirá la emisión de un juicio prudente sobre sí mismo.

En segundo lugar, por la tendencia natural del niño a la alegría, a la diversión, al juego y al placer. A san Juan Bosco no se le escapaba que «es algo muy difícil lograr que los jovencitos tomen gusto a la oración. A su edad tan voluble, les hace parecer aburrida y, también, enormemente pesada cualquier cosa que requiera una gran atención mental» (23). Esa tendencia infantil a la diversión y al juego hace aparecer demasiado «difícil» y «aburrida» una vida espiritual seria (24). Y, sin embargo, según san Juan Bosco, para hacerse bueno se necesitan «sólo» tres cosas: alegría, estudio y piedad (25). Para san Juan Bosco la alegría asume un significado religioso y no sólo porque la alegría es signo de virtud consumada, sino además porque la hace coincidir con la santidad (26).

El cuidado y la atención a una alegría sana, a juegos y diversiones oportunas, llenas de risas, de ruido y de mucho movimiento es muy propia de la actitud educativa de san Juan Bosco y resultan esencialmente orientativos en el modo educativo de la familia. «Debe darse a los alumnos amplia libertad de saltar, correr y gritar a su gusto» (27). Para educar a los hijos es necesaria la alegría. La vida cotidiana de familia, y muy particularmente la familia cristiana, con sus fiestas y tradiciones religiosas y particulares es el lugar adecuado para el crecimiento en la alegría que es propia del cristiano. Algunas características propias de la edad infantil, como son la vitalidad interior, la aguda impresionabilidad y receptibilidad de los niños son, además, nuevas razones que llevan a san Juan Bosco a preferir el «sistema preventivo» y a insistir en el cuidado de una alegría sana y de una vida de piedad adecuadas desde la más tierna infancia, porque «la juventud, hasta que no se hace esclava de los vicios, se detiene sólo de pasada en las otras cosas, pero las máximas religiosas, y sobre todo las máximas eternas, producen la más viva impresión» (28).

En tercer lugar, san Juan Bosco prefiere el «sistema preventivo» porque supone un sistema de amorosa vigilancia correctiva (29) que, en la medida de lo posible, intenta evitar que el niño se sienta avergonzado por la falta cometida y busca «ganarle el corazón» (30).

El niño no sólo tiene que ser amado por sus padres y educadores, sino que, para que a su vez pueda amar y aceptar con amor el bien que se le propone y se le ejemplariza, tiene que saberse amado (31). «La educación requiere para su integridad de una relación personal. El educando sólo se forma ante alguien, y no ante algo. El educador sólo educa a alguien» (32).
Puesto que el principal agente de la educación es el educando mismo, el niño y el joven, de este saberse amado depende en gran manera que la educación alcance su fin, que es enseñar a vivir bien, para que el hombre tenga en sí mismo vida plenamente humana, en un auténtico vivir efusivo, donante (33). Por eso, la educación «ha de hacer posible esa apertura y encuentro con los demás hombres y con Dios» (34).

Hay que recordar, en este sentido, que san Juan Bosco insistía en que el educador, debe «vivir consagrado a sus educandos y no aceptar nunca ocupaciones que le alejen de su cargo; aún más: ha de encontrarse siempre con sus alumnos», y «no dejarles nunca solos» (35). La insistencia del Santo en este punto es notable: «El educador es una persona consagrada al bien de sus discípulos, por lo que debe estar pronto a soportar cualquier contratiempo o fatiga con tal de conseguir el fin que se propone; a saber, la educación moral, intelectual y ciudadana de sus alumnos» (36).

Para san Juan Bosco la práctica del «sistema preventivo» está completamente apoyada en la caridad teologal y, por consiguiente, [solamente la familia cristiana], solamente el cristiano puede practicar con éxito el sistema preventivo. «Razón y religión son los medios de que ha de valerse el educador, enseñándolos y practicándolos si desea ser obedecido y alcanzar su fin». Razón y religión sostenidas y alimentadas por la vida de sacramentos, «la confesión y la comunión frecuentes y la misa diarias son las columnas que deben sostener el edificio educativo».

En nuestros días tan llenos de confusión y deterioro educativos es más importante que nunca recordar que la educación o es cristiana o no es educación. «Es, por tanto, de la mayor importancia no errar en materia de educación, de la misma manera que es de la mayor trascendencia no errar en la dirección personal hacia el fin último, con el cual está íntima y necesariamente ligada toda la obra de la educación. Porque, como la educación consiste esencialmente en la formación del hombre tal cual debe ser y debe portarse en esta vida terrena para conseguir el fin sublime para el cual ha sido creado, es evidente que así como no puede existir educación verdadera que no esté totalmente ordenada hacia este fin último, así también en el orden presente de la Providencia, es decir, después que Dios se nos ha revelado en su unigénito Hijo, único que es camino, verdad y vida (Jn 14, 6), no puede existir otra completa y perfecta educación que la educación cristiana».

1 S. JUAN BOSCO, El joven cristiano, Obras fundamentales, BAC, 1995, p. 511.
2 S. JUAN BOSCO, Ibid., p. 512.
3 S. JUAN BOSCO, Ibid., p. 511.
4 S. JUAN BOSCO, Ibid., p. 508
5 S. JUAN BOSCO, Ibid., p. 524.
6 S. JUAN BOSCO, El sistema preventivo de la educación de la juventud, Obras fundamentales, BAC, 1995, p. 561.
7 Cf . S. JUAN BOSCO, El joven cristiano, Obras fundamentales, BAC, 1995, p. 509.
8 Cf. S. JUAN BOSCO, Ibid., pp. 510-518 y p. 526.
9 Cf. S. JUAN BOSCO, Ibid., pp. 518-522.
10 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica I-II, q. 28, a. 5, advertencia única: Al amor pueden atribuírsele cuatro efectos próximos, a saber: la licuefacción o derretimiento, la fruición, el desfallecimiento y el fervor. […] Ahora bien, pertenece al amor que el apetito se haga adecuado para recibir el bien que se ama, en cuanto lo amado está en el amante, según se ha dicho (q.1 a.2). […] En cambio, la licuefacción o derretimiento comporta un reblandecimiento del corazón, que le hace hábil para que en él penetre el bien amado.
11 Cf. PALET, M., La familia educadora del ser humano, Scire, Barcelona, 2000, p. 136-137.
En este contexto merece especial mención la insistente atención que san Juan Bosco presta a la cuestión del ocio desordenado y a las peligrosas consecuencias que éste conlleva, pues, especialmente en relación con los niños y jóvenes, lo entiende como el «padre de todos los vicios». El joven cristiano, Obras fundamentales, BAC, 1995, p. 528.
Sobre todo de la historia y de la geografía.
12 PIO XI, Divini illius magistri, 44.
13 PIO XI, Divini illius magistri, 45.
14 S. JUAN BOSCO, El sistema preventivo de la educación de la juventud, Obras fundamentales, BAC, 1995, p. 562.
15 AMADO, A., La educación cristiana, Editorial Balmes, 1999, p. 120.
16 S. JUAN BOSCO, Ibid., p. 562.
17 AMADO, A., Ibid., p. 120: «La corrección es, por parte de quien tiene autoridad, o del hermano, poner al otro en la verdad. En la educación cristiana se habla, consiguientemente, de corrección fraterna, de corrección entre hijos de un mismo Padre. La corrección está movida por el amor y el que no corrige a sus hijos, los odia. La verdadera corrección no deja al hombre solo sino que lo acompaña hacia la verdad. La caridad como motivo y fin de la educación cristiana no instituye un sistema correccional a base de penas y castigos, sino que busca la corrección fuerte del que odia el mal».
18 AMADO, A., Ibid., pp. 120-121.
19 S. JUAN BOSCO, El sistema preventivo de la educación de la juventud, op. cit., p. 562.
20 BRAIDO, P., El sistema educativo de Don Bosco. Prevenir, no reprimir, CCS, Madrid, 2001, p. 220.
21 BRAIDO, P., Ibid, p. 221.
Para san Juan Bosco la vida espiritual, ya desde la infancia, tiene un claro carácter de seriedad. Si bien el santo sabe de la propensión al juego y a la diversión propios de los niños, no les exime por ello de ciertas responsabilidades morales de acuerdo con su edad y por eso advierte muy seriamente a los educadores y especialmente a los confesores de los niños: «Pienso que las confesiones de muchos jóvenes no pueden regirse por las normas de la teología. Generalmente no se dan cuenta de las faltas cometidas desde los ocho a los doce años; y si un confesor no trata particularmente, de sondear e interrogarles, no recapacitan sobre ello y van adelante así construyendo sobre un falso terreno», en BRAIDO, P., El sistema educativo de Don Bosco. Prevenir, no reprimir, CCS, Madrid, 2001, p. 224, citando a san Juan Bosco en MB, p. 404 Ed. Esp, p. 347. En esta misma línea de preocupación por los inicios de la reflexión espiritual en los niños santo Tomás de Aquino advierte gravemente que «antes de llegar a los años del discernimiento la falta de edad, que impide el uso de la razón, le excusa (a uno) de pecado mortal; por lo tanto, le excusará mucho más del pecado venial si comete algo que por su género sea tal. Más cuando hubiere empezado el uso de la razón, no es excusable de la culpa del pecado venial y mortal. Pero lo primero que entonces le ocurre pensar al hombre es deliberar acerca de sí mismo. Y si en efecto se ordenare a sí mismo al fin debido, conseguirá por la gracia la remisión del pecado original. Mas si, por el contrario, no se ordenare a sí mismo al fin debido, en cuanto es capaz de discernimiento en aquella edad, pecará mortalmente no haciendo lo que está en sí. Y desde entonces no habrá en él pecado venial sin el mortal, a no ser que después todo le fuere perdonado por la gracia».
22 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica I-II, q. 89, a. 6, in c.-
23 S. JUAN BOSCO, Ibid., Vida de Francisco Besucco, p. 300.
24 S. JUAN BOSCO, Ibid., Santo Domingo Savio, p. 186: «Que sepas que aquí nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres».

25 S. JUAN BOSCO, El sistema preventivo de la educación de la juventud, Obras fundamentales, BAC, 1995, p. 563.
26 BRAIDO, P., El sistema educativo de Don Bosco. Prevenir, no reprimir, CCS, Madrid, 2001, p. 223. «Si, pues, habéis de ser verdaderos padres de vuestros alumnos, es preciso que tengáis corazón de padres y jamás uséis la represión y el castigo sin razón, sin justicia, sino solamente como quien tiene que resignarse a ello por necesidad y para cumplir un doloroso deber», carta de S. JUAN BOSCO escrita en 1883 y citada por AMADO, A., Ibid., pp. 120.
27 S. JUAN BOSCO, El sistema preventivo de la educación de la juventud, op. cit., p. 561.
28 Cf. AMADO, A., Ibid., p. 121.
29 Cf. AMADO, A., Ibid., p. 22.
30 Cf. AMADO, A., Ibid., p. 20.
31 Cf. AMADO, A., Ibid., p. 21.
32 S. JUAN BOSCO, Ibid, p. 563.
33 S. JUAN BOSCO, Ibid, p. 565.
34 S. JUAN BOSCO, Ibid, p. 563.
35 S. JUAN BOSCO, Ibid, p. 563.
36 PIO XI, Divini illius magistri, 5.

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