VICENTE BORRAGÁN MATA PUBLICA «LA FUERZA DE DIOS SE REALIZA EN LA DEBILIDAD»
El testimonio y el anuncio son signos distintivos
de la nueva evangelización.
¿Por qué Dios elige a los
instrumentos más débiles y pequeños para manifestar su
proyecto? ¿Qué tenía de especial el pueblo de Israel para que Dios lo hiciera
suyo? ¿Cómo es que Jesús vino al mundo para
rescatar lo que estaba perdido y enfermo? ¿Qué quiere decir San
Pablo con su frase: “Mi poder se perfecciona en la debilidad”?
¿Y por qué Dios siempre se apoya, a lo largo de la historia, en un “pequeño
resto” para seguir con su obra? ¿Hemos convertido la vida cristiana en una
religión de obras y renuncias, de sacrificios y de mortificaciones para tratar
de conseguir la salvación y la vida eterna, pero con poca vida espiritual y
de alabanza a Dios? ¿Es esperanzador el futuro de la Iglesia
católica?
Estos y otros muchos
interrogantes contesta el dominico Vicente Borragán Mata en su libro La
fuerza de Dios se realiza en la debilidad (VozdePapel),
que aparece ahora en librerías tras el impacto que tuvo su anterior
libro: De la
ley a la gracia (Vozdepapel).
El padre Borragán OP lleva más de
cuarenta años viviendo y transmitiendo la Gratuidad de Dios como profesor de Sagrada Escritura y
predicador en los grupos de la Renovación
Carismática Católica. Ha
escrito treinta libros, entre los que destaca Todo es gracia (San Pablo), La gratuidad: el gran desafío de la vida cristiana (San
Pablo) o La Renovación Carismática:
una experiencia de gratuidad (San Pablo), entre
otros.
Con él hablamos en una extensa entrevista de todos
estos temas…
-VICENTE,
EN TU LIBRO SEÑALAS QUE DIOS TIENE UN ESTILO CONCRETO QUE SE PUEDE CONTEMPLAR A
LO LARGO DE LA REVELACIÓN, Y ES QUE SIEMPRE ELIGE A LO HUMILDE E INSIGNIFICANTE
DE LA TIERRA…
-Esa es una de las grandes
sorpresas que nos llevamos al ponernos en contacto directo con la palabra de
Dios. Se ha dicho que la Biblia no es un libro de teología, es decir, que hable
de Dios, sino de antropología, es decir, que habla del hombre. En efecto, Dios
no ha entrado en nuestra historia haciendo una exhibición de su poder y de su
fuerza, sino de su amor y de su gracia. Se ha
volcado sobre esa pequeña criatura para hacer en ella una preciosa historia de
salvación.
ȃl ha dado grandes capacidades a muchos hombres para dominar la tierra,
pero sus preferencias no van hacia ellos, sino hacia los pequeños, es decir, a
los que no pueden aportar nada. No son los poderosos ni los guerreros, ni los
fuertes ni los sabios, ni siquiera los más justos y observantes de la ley los
que llaman su atención, sino los más pequeños
y desvalidos. Esa es
la paradoja que nos asalta a cada paso de nuestro camino: el Dios grande se vuelca sobre lo pequeño, el
Todopoderoso sobre los débiles, el Todo sobre la nada, el que todo lo tiene y
todo lo puede sobre los que no tienen nada ni pueden nada; los humildes son
enaltecidos, los orgullosos y los poderosos son abatidos; unos suben, otros
bajan; unos ganan, otros pierden.
»El Señor todopoderoso se sirve, casi siempre, de instrumentos
débiles para
manifestar su proyecto y sus planes en favor de los hombres. ¿Por qué será? ¿Qué tendrán los pobres, los débiles y los
pequeños para atraer de ese modo su mirada? Se diría que esas son sus
manías: amar a los más insignificantes de sus
hijos.
»Ese lenguaje no puede ser debido al azar, sino que expresa el estilo de proceder de Dios.
Se le reconoce desde el principio hasta el final, desde la creación hasta la
consumación. El Grande y Todopoderoso tiene una auténtica debilidad por lo que
es pequeño e insignificante, por aquellos que no han sido favorecidos ni por
las riquezas, ni por su valor, ni por su inteligencia, ni por su grandeza, ni
por sus distintas habilidades, sino que pasan por la vida sin llamar la
atención de nadie. Así ha sido en todo momento: el
Dios inmenso se preocupa de los pequeños, venda los corazones rotos, ensalza a
los humildes, sana las heridas de sus fieles, sacia de pan a los hambrientos,
endereza a los encorvados, rompe las cadenas de los prisioneros, da vista a los
ciegos, protege a los huérfanos y a las viudas, libra a los explotados de las
manos opresoras, cambia el sayal de luto por vestidos de fiesta, hace pasar al
desdichado del dolor a la alegría, de la muerte a la vida...
»Su manera de llevar nuestra historia no transita por las sendas del
poder y del éxito, sino de la debilidad. Dios no utiliza los caballos y las armas
para hacer realidad sus planes y proyectos, ni escoge a los hombres más
inteligentes y poderosos para llevarlos a cabo, sino a los pobres y a los
pequeños, a los humildes y a los oprimidos. Ese es el estilo de Dios. Ese es el
Dios que descubrimos a lo largo de todas las páginas de la Biblia.
-ES
UN POCO CONTRADICTORIO QUE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN ESTÉ CONSTRUIDA A BASE
DE “MATERIALES” CARENTES DE FUERZA, ¿NO?
-Contradictorio para nosotros,
pero no para Dios. Por el
contrario, eso es lo más coherente con el proyecto de Dios, de tal manera que
esa figura de barro que es el hombre, jamás podrá convertirse en protagonista
de esta historia de salvación, que el Señor le ha preparado. Los profetas ya lo
expresaron con toda la claridad: “Mi gloria no la
cedo a nadie”. Precisamente por eso Dios no ha querido que el
hombre fuera demasiado fuerte, de tal manera que pudiera
atribuirse a sí mismo su propia salvación.
»Seguramente por eso, nos ha querido darnos una soberana lección desde el
principio para mostrarnos que la salvación no depende de nuestras obras,
esfuerzos y sacrificios, sino que Él es el único que puede
salvarnos. Si nos hubiera encomendado la obra de la salvación a
nosotros mismos, estaríamos irremediablemente perdidos. ¿Quién hubiera podido conseguir la salvación eterna por sus propias
fuerzas?
-¿CÓMO
ES QUE DIOS ELIGIÓ A UN PUEBLO INSIGNIFICANTE, COMO EL JUDÍO, QUE NO ERA
VIRTUOSO, NI PODEROSO, NI RICO, NI INFLUYENTE, NI SABIO, NI RELIGIOSO…?
-Seguramente por la misma razón.
Dios no eligió a los grandes pueblos de la humanidad para que llevaran a cabo
el plan de salvación concebido para el hombre, porque en ese proyecto el hombre
no es más que un comparsa. Si hubiera encargado ese proyecto a los grandes
imperios de la humanidad, el hombre hubiera dejado de ser un actor
secundario, para convertirse en el protagonista de una historia que le supera
por entero.
»Precisamente por eso escogió un pueblo insignificante, sin ningún poder
ni influencia, una “chusma”, como dice el
libro del Levítico. Dios se lo dijo bien claro a su pueblo: “No os he elegido por vuestro valor, ni por vuestro
número, ni por vuestra fuerza”. Entonces, ¿qué
es lo que vio el Señor en él? No vio nada. Eso fue lo que vio: su nada. Eso fue lo que
amó: su nada. En él no había nada de amable ni de admirable. Sólo pequeñez
e insignificancia. ¿Cómo pudo seducirle un pueblo
así? Era un esclavo, un pordiosero, un pueblo sin nombre. Pero
Dios lo miró cuando nadie lo miraba, y lo amó cuando
nadie lo amaba. Lo escogió
pequeño y débil para poder manifestar en él su gloria y su gracia. Con esa
nada, el Señor quiso hacer una obra grandiosa: lo
convirtió en su propiedad personal entre todos los pueblos de la tierra, en
un reino de sacerdotes y en una nación santa.
Una escena de 'Los Diez
Mandamientos' (1956), de Cecil B. DeMille, con la infidelidad del pueblo judío
al olvidar a Dios que les había liberado y adorar al becerro de oro.
»¿Quién lo hubiera podido imaginar? Aquel pueblo había sido elegido para ser el testigo del Dios verdadero
al mundo entero. ¿No se exponía Dios a un fracaso
total? Pero así son las cosas de Dios. Muchas veces me he preguntado: ¿por qué eligió Dios ese pueblo, esa tierra, esos
hombres, esa lengua, ese tiempo? ¿Por qué no otro pueblo, otra tierra, otro
tiempo, otros hombres? Dios eligió al pueblo que quiso, la tierra
que quiso, los hombres que quiso y el tiempo que quiso….
»Con ese pueblo y con esos hombres ha llevado a cabo su plan de salvación
para toda la humanidad. Dios no necesita ni del valor ni de las espadas para
construir esa historia. Sus ojos se posan siempre sobre los más débiles y
desvalidos, sobre los que no cuentan nada a los
ojos de los poderosos. ¿Se puede decir de un modo más claro cuáles son las
preferencias de Dios? De esa manera su pueblo jamás pudo gloriarse de
nada, porque sabía que todo lo había recibido del Señor.
-¿SE
PUEDE DECIR QUE CON LA ELECCIÓN DE ABRAHÁN Y SU PUEBLO, DIOS INAUGURÓ UNA FORMA
PARTICULAR DE RELACIONARSE CON EL HOMBRE?
-El hombre puede llevar viviendo
en la tierra unos dos millones de años. Según el segundo relato de la creación
del libro del Génesis, las relaciones de Dios con los primeros padres fueron de
una gran intimidad al principio. Dios paseaba con ellos por el jardín al
atardecer del día. Pero desde la salida del hombre del paraíso Dios guardó
un silencio eterno.
¿Cómo habrán sido las relaciones de Dios con el hombre y del hombre con Dios
durante cerca de dos millones de años? No lo sabemos. Seguramente, el
hombre trató de hacerse agradable a los ojos de los dioses por medio de sacrificios de toda
clase.
»Pero, en un momento determinado, unos 1850 años antes de la venida de
Jesús al mundo, Dios salió de su “ocultamiento” y
“comenzó a dar la cara”, es decir, a
levantar el velo que cubría su rostro, a hacerse presente entre nosotros. Así
comenzó la historia de la salvación de la manera más sencilla. Dios no eligió a
un guerrero, ni a un gran sabio, sino a un pobre
pastor, de edad avanzada, casado con una mujer estéril, sin hijos ni
descendencia, que no
hubiera dejado ni rastro de su paso por la tierra. ¿Qué
proyecto duradero podría hacerse con un hombre así? Pero, un buen
día, mientras pastaba con su rebaño de ovejas y vacas, oyó una voz que le
llamaba por su nombre y que le decía: “Sal de tu
tierra, sal de tu casa, déjalo todo, vete a la tierra que yo te indicaré… de ti
haré una gran nación… y en ti serán bendecidas todas las familias de la
tierra”. Allá, en la lontananza se podía entrever ya un final feliz para la
historia humana: la maldición sería cambiada por una bendición, la estepa por
el paraíso, la muerte por la vida sin fin…
»Dios no entró en nuestra historia imponiéndose con su poder, sino del
modo más natural, sin hacer ostentación de su fuerza. Dios comenzó a construir
su obra con los materiales más sencillos. Con Abrahán comenzó una historia al revés. Fue una
revolución en las relaciones de Dios con el hombre. El Señor mantuvo con el
viejo patriarca una relación personal, de tú a tú: se hizo
el Dios de la casa, el Dios de la familia, el Dios del clan, el Dios de todas
sus andanzas, el Dios de las promesas y de los juramentos, el Dios de la
esperanza para todos los hombres, en una palabra, se hizo un Dios cercano y
entrañable, con el cual no había protocolos de ningún tipo. Fue el
comienzo de la gran historia de la salvación. La esperanza de una salvación
universal se abría de par en par desde ese momento: bendición para todas
las familias de la tierra, es decir, para todos los hombres…
-EN
LAS PRIMERAS BIENAVENTURANZAS QUE PROCLAMA JESÚS NO SE HABLA DE DISPOSICIONES
DE LOS HOMBRES RESPECTO A DIOS, SINO LO CONTRARIO: DE LAS DISPOSICIONES DE DIOS
CON RESPECTO A ELLOS…
-La respuesta a esta pregunta
exigiría una explicación bastante larga. Debería partir, en todo caso, del
análisis del vocabulario de las bienaventuranzas, tal como aparece en San Mateo y
en San Lucas… San Mateo habla de siete o de ocho
bienaventuranzas, San Lucas sólo de cuatro. Pero no es sólo el número lo que
les diferencia, sino también el vocabulario utilizado. San Mateo redactó la primera bienaventuranza en estos
términos: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos”. San Lucas, por el contrario, lo hizo de otra manera: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino
de Dios”. Algo parecido sucede a propósito de la bienaventuranza de los
hambrientos. San Mateo la redactó en estos términos: “Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados”; San
Lucas, por el contrario lo hizo en estos términos. “Bienaventurados
los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados”. San Mateo habla de
pobres de espíritu, San Lucas sólo habla de pobres; San Mateo habla de
hambrientos y sedientos de justicia, san Lucas sólo de los que tienen hambre.
Hay una diferencia notable en la redacción de esas dos bienaventuranzas. ¿Cómo saldrían esas palabras de boca de Jesús? ¿Hablaría
de pobres o de pobres de espíritu, de hambrientos de justicia o sólo de
hambrientos? Eso es lo que ha condicionado la interpretación que se ha
dado de estas bienaventuranzas.
»La tradición constante de la Iglesia ha interpretado la primera
bienaventuranza dando a la palabra pobreza un sentido espiritual. Los pobres de los que se habla en ella serían
esos “pobres de Yahvé”, de los que tanto se
habla en el Antiguo Testamento, de esos pobres que se reconocen como pobres y
viven como pobres ante el Señor. Por tanto, esos pobres serían proclamados
bienaventurados por Jesús por sus disposiciones espirituales, es decir,
porque viven dependiendo en todo momento de Dios, como un esclavo de los ojos de su señor.
»Pero esa interpretación ha sido puesta en cuestión por muchos
especialistas en nuestros días. No es que no sea buena, pero parece que reduce
al minimum la buena noticia
traída por Jesús. En efecto, la palabra pobre tenía un sentido muy amplio
en el mundo en el que vivió Jesús: era aplicada a
los oprimidos, a los enfermos, a los marginados, a los pecadores, en una
palabra, a todos los que ocupaban la parte más baja de la sociedad. ¿Qué eran,
en realidad, esos pobres, esos hambrientos, esos leprosos, esos oprimidos? Nada.
Eran nada. No valían nada a los ojos de los poderosos de este
mundo. Nadie tenía una mirada de
compasión hacia ellos. Precisamente por eso, Dios los miraba con amor y
compasión…
»Jesús no los proclamó dichosos y felices por sus disposiciones
espirituales, es decir, porque fueran buenos y piadosos, sino porque eran lo
que eran: los parias de la sociedad. Eso es lo que aparece de una manera
impresionante en las bienaventuranzas: que las
predilecciones de Dios se dirigen siempre hacia ese cortejo de pobres y
desvalidos, que han llenado en todo momento las páginas de nuestra historia
humana. Ese es precisamente el contraste que aparece en las
bienaventuranzas: no serán los ricos, ni los satisfechos, ni los que ríen, ni
los violentos, ni los guerreros los que ocuparán el primer puesto en el reino
de los cielos, sino los más pobres de nuestra tierra.
»Estamos ante un mundo al revés. El estilo de Dios no había cambiado con
la llegada de Jesús. Sus ojos seguían vueltos en todo momento hacia ese desecho
de la sociedad. ¿Quién se hubiera atrevido a
proclamar bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos y a
los enfermos? Jesús fue el Ungido de Dios en favor de todos los
desgraciados del mundo. Por eso podían alegrarse: porque el Rey estaba en medio
de ellos. Jesús vino a buscar todo lo que estaba perdido. No eran los sanos los que necesitaban del
médico, sino los enfermos; no eran los buenos los que necesitaban un salvador,
sino los pecadores. Los pobres eran los privilegiados de ese reino que estaba
llegando, en el que no se entraba por méritos, sino por gracia. Eso es lo
único coherente con el estilo de Dios a lo largo de toda nuestra historia
humana…
-“DIOS
HA ESCOGIDO A LOS NECIOS PARA CONFUNDIR A LOS SABIOS, Y A LOS DÉBILES PARA
CONFUNDIR LO FUERTE”. HUMANAMENTE UNO PODRÍA PENSAR QUE EN EL CRISTIANISMO NO
HAY FUTURO…
-El futuro del cristianismo
reside precisamente en eso. Lo gravísimo sería que pusiéramos nuestra confianza
en los sabios y en los poderosos de este mundo. Tenemos contraída una deuda muy
grande con los sabios y los científicos, que han logrado construir un mundo
grandioso en muchos sentidos, pero ni todos ellos en conjunto, ni cada uno en
particular, nos han dado razones para aceptar el pecado,
el dolor, la enfermedad y la muerte. Lo más esencial de la vida humana escapa a su
control: el amor, la misericordia, la esperanza.
»Si todo terminara aquí, a dos metros debajo de la tierra, nuestra
esperanza se esfumaría en un momento. Pero el reino de Dios no se construye con
la técnica más refinada. ¿Qué es, en realidad, la
sabiduría de los sabios? ¿Qué es la fuerza de los poderosos de este mundo? Los
sabios hablan de una sabiduría humana, pero hay otra
sabiduría escondida, oculta a sus ojos, que sólo esos necios que conocen y aman
a Jesús pueden compartir con todos los hombres. El hombre
vive de pan, pero no sólo de pan, sino de una Presencia que llena nuestra vida
de amor y de esperanza. Son esos necios los que proclaman que Alguien ha
vencido a la muerte y ha llenado nuestra vida de esperanza. Ellos son los
testigos de un mundo que viene, pero que no puede ser construido con la fuerza
ni con la sabiduría de los hombres.
»Estamos, por decirlo de alguna manera, ante una confrontación cósmica: Dios ha
escogido a los débiles para confundir a los fuertes, a los necios para
confundir a los sabios, a los pobres para poner en evidencia a los ricos. La
debilidad contra la fuerza, lo pequeño frente a lo grande, lo que no cuenta
frente a lo que cuenta, los que no son nada frente a los que se creen los amos
y dueños del mundo… Esta historia de salvación no se construye con las grandes
piedras de los hombres, sino con sencillos adobes de los más débiles de este
mundo…
-HAY
UN PASAJE DEL EVANGELIO QUE PUEDE PARECER CONTRADICTORIO. CUANDO DIOS LE DICE A
SAN PABLO QUE “MI PODER SE PERFECCIONA EN LA DEBILIDAD”…
-Muchos especialistas se
preguntan si San Pablo fue un enfermo crónico, tal como nos deja entrever la
carta a los gálatas. San Pablo pidió al Señor que le liberara de las
dificultades que surgían en su trabajo y que limitaban mucho sus fuerzas. Pero
el Señor le contestó: “Te basta mi gracia. Con ella
te basta. No es necesario que te libere de ese ángel de Satanás. Mi poder
se perfecciona en la debilidad”. Y San Pablo debió entenderlo a la
perfección, por eso pudo exclamar: “Cuando soy
débil, soy fuerte; cuanto más débil, más fuerte, porque entonces actúa en mí la
fuerza y el poder del Señor”. Por tanto, lo
que parecía contrariedad se convirtió en una oportunidad para que Dios hiciera
más libremente su obra.
»Se diría que el Señor necesita de nuestra debilidad más que de nuestra
fuerza, es decir, que no necesita de héroes para hacer su obra, sino que la
lleva a cabo con instrumentos casi siempre inadecuados. Así es como se pone en
plena luz que la obra que realizamos no es
nuestra, sino suya. Con el Señor
todo tiene salida: “Donde yo no llego, llega él;
donde yo no puedo, él puede; cuando nosotros decimos: ¡Se acabó!, Dios nos
dice: Sigue adelante. Yo estoy contigo, yo soy tu fuerza”. Nosotros no
tenemos fuerza para casi nada, pero él es fuerte por nosotros. Con su fuerza
nos basta y nos sobra. En ese sentido todo es trasparente para nosotros:
cuanto más débiles seamos, más fuerte se hace Él en nosotros; cuanto menos
confiemos en nuestras propias fuerzas, más experimentaremos que la obra que
hacemos es suya. Así es como muestra que su fuerza
resplandece en nuestra debilidad.
-VICENTE,
EN EL LIBRO LA FUERZA DE DIOS SE REALIZA EN LA
DEBILIDAD SEÑALAS QUE DIOS SIEMPRE HA LLEVADO SU HISTORIA
DE LA SALVACIÓN A TRAVÉS DE UN PEQUEÑO RESTO, DE PEQUEÑAS MINORÍAS. ¿QUÉ
SIGNIFICA ESTO?
-Significa exactamente eso. Dios
no escogió a los grandes imperios para que impusieran su plan de salvación a
todo el mundo, sino a un pueblo insignificante.
Con ello el Señor manifestó claramente cuáles eran sus intenciones. Para llevar
a cabo su plan de salvación no necesitaba del poder de las armas, ni de los
guerreros, ni de los sabios, ni de los poderosos, sino de lo que no cuenta a
los ojos del mundo. Era una declaración de principios, que ha mantenido a lo largo de toda nuestra
historia. Dios no ha llevado nunca la historia de la salvación por medio de los
poderosos. Nunca ha sentido una atracción especial por los grandes personajes,
sino que ha cimentado toda su acción desde lo pequeño y lo humilde,
donde no aparecen para nada el ruido de las armas, ni la presencia de las
grandes multitudes. Se diría que la primera ley de la revelación ha sido
su querencia por los más pequeños de entre sus hijos.
Vicente Borragán, O.P. es autor
de 'La
fuerza de Dios se realiza en la debilidad'.
»Pero se diría que, junto a esa ley general, corre paralela una segunda
ley. De la misma manera que actúa de un modo especial por medio de los más
pobres y humildes, también lo hace, no por medio de grandes masas, sino de pequeños restos, es decir, de pequeñas minorías. Al Señor no le importa demasiado el número, sino
ese pequeño resto que le sigue humildemente.
»Cuando hablamos del resto siempre nos referimos a la misma realidad.
Israel fue un pueblo pequeño e insignificante, que no contó para nada en el
concierto del mundo. Dios hizo con él una alianza de amor, sellada en sangre. Pero el pueblo elegido nunca estuvo a la altura de
su misión. La infidelidad se
ciñó constantemente a sus costados, abandonó al Señor por los dioses de las
naciones que vivían a su lado y quebrantó sin cesar la alianza pactada. Pero en
medio de ese pueblo infiel siempre quedó un resto
fiel, es decir, un grupo de hombres que no
doblaron las rodillas ante los dioses extranjeros, ni olvidaron la alianza, ni
las promesas, ni los juramentos hechos a los padres. Por medio de ese resto el
Señor fue llevando adelante la historia de la salvación,
concebida desde toda la eternidad.
»Como al varear el olivo siempre queda una aceituna, como al vendimiar
siempre queda algún racimo en las cepas, como al segar la mies siempre queda
alguna espiga, como al cortar un árbol vuelve a brotar la vida del tronco,
así el pueblo de Dios sobrevivió a todas las catástrofes, gracias a ese resto, ese residuo o ese sobrante, que fue el
heredero y el depositario de todas las promesas y de toda la esperanza… Él cargó con todo el peso de la
revelación. Precisamente por eso, la doctrina del resto constituye un elemento
esencial de la esperanza cristiana. Llegarán, ya están aquí, momentos de
dificultades y de apostasías, donde todo se oscurece y parece que se viene
abajo, pero siempre quedará un resto fiel que seguirá creyendo, esperando y
anunciando que lo mejor está por venir y que hay esperanza contra toda
esperanza.
-AFIRMAS
QUE LA IGLESIA SUFRE UNA “PÉRDIDA DEL KERYGMA Y DE LA GRATUIDAD” UNIDO A UNA “CONCEPCIÓN
DE LA VIDA CRISTIANA COMO UNA RELIGIÓN DE HABERES Y DEBERES, DE SACRIFICIOS Y
RENUNCIAS Y MÉRITOS”. ¿ESE ES EL MAL DE LA IGLESIA EN ESTE MOMENTO?
-En este momento y en casi todos
los momentos de su existencia. Dios sabe cómo ha llevado la vida de la Iglesia.
Sólo él lo sabe, y lo respetamos. Pero desde el día en que el
emperador Constantino mandó bautizar a su
ejército, se inauguró una política que ha tenido consecuencias muy graves para
la vida cristiana. En los años posteriores grandes multitudes fueron bautizadas
sin preparación alguna y sin entender muy bien lo que hacían. El cristianismo
entró en una dinámica de relajamiento, que nadie pudo parar. Varias
causas o concausas contribuyeron a ese declive de la vida cristiana: la
deformación de la imagen de Dios, la pérdida del kerygma, es decir, de la
proclamación solemne de Jesús como Señor y Salvador, el lastre del gnosticismo
y del maniqueísmo, del pelagianismo y del semipelagianismo, una idea empobrecida de la gracia, la pérdida de la gratuidad
y la consiguiente moralización de la vida cristiana etc.
'De la ley a la gracia' es el otro libro de
Vicente Borragán publicado por Voz de Papel.
»Se multiplicaron las leyes y las normas, y aparecieron muchas prácticas
piadosas (ayunos y abstinencias, procesiones, triduos y novenas), que han
mantenido un colorido o una cultura cristiana durante muchos siglos, pero
carente de la presencia viva de Jesús. La vida cristiana comenzó a marchar por
un camino muy peligroso. Los fieles cristianos comenzaron a vivir de obras y
sacrificios para tratar de conseguir la vida eterna, y la
gracia pasó a ocupar el puesto de “pariente pobre” en su vida.
Así se produjo un salto infinito de “una religión
de gracia a una religión de obras”, un giro de tal calibre que apenas
podemos hacernos una idea de él. Durante muchos siglos, la predicación de la
Iglesia ha estado llena de llamadas a la conversión y de amenazas de una
condenación eterna para los que no cumplieran los mandamientos del Señor.
»Pero Dios no se siente obligado ni forzado por nada ni por nadie, sino
sólo por su propia fidelidad a sus promesas y por su amor al hombre. En ese
terreno no podemos aportar méritos ni esfuerzos, ya que sólo vivimos de gracia
y por gracia. Eso es lo que tenemos que mantener desde el principio hasta el
final. El mundo de la justicia se mueve siempre en torno a lo tuyo y a lo mío;
te debo, me debes; te doy, me das; la gratuidad, por el contrario, nos abre hacia un mundo donde
las relaciones ya no se mueven ni por el interés ni por el intercambio,
sino por lo absolutamente desinteresado.
»Por eso, desde que la gratuidad aparece en escena, el mundo de las obras
y de los esfuerzos “como medio para conseguir la
perfección y la salvación eterna” se convierte en una “moneda de curso ilegal”, que debería desaparecer
cuanto antes del mercado. No podemos introducir en la gratuidad ningún elemento
extraño que la contamine o la degrade, porque lo gratuito
es innegociable.
»La gracia no puede ser relacionada con verbos como merecer, ganar,
conquistar o alcanzar, porque se repelen mutuamente. Gracia y obras pertenecen
a dos órdenes diferentes: por una parte, el de lo
regalado; por otra, el de lo ganado. Precisamente
por eso la gratuidad ha supuesto un revolcón como jamás hubiéramos podido
imaginar. Seguramente los santos conocieron y
experimentaron la gratuidad, pero la vida cristiana y la teología,
hablando en general, siempre han caminado por las sendas de los esfuerzos por
parte del hombre, más que por las sendas de la gracia. Era necesario un
lenguaje nuevo para ser aplicado a la nueva situación. Se diría que la palabra
gratuidad estaba cortada a medida de esa necesidad.
-¿CREES
QUE VAMOS A UNA IGLESIA DE MINORÍAS, DE PEQUEÑOS RESTOS, DESPOSEÍDA DE PODER E
INFLUENCIA QUE PUEDA REVIVIR DE NUEVO LA FE DE LAS PRIMERAS COMUNIDADES
CRISTIANAS?
-Diría que el mundo no se ha
descristianizado, sino que nunca ha sido convenientemente evangelizado. Sin el
kerygma y sin la gratuidad, hemos hecho de la vida cristiana una religión de
obras y renuncias, de sacrificios y de mortificaciones para tratar de conseguir
la salvación y la vida eterna. El resultado ha sido un abandono casi masivo del
cristianismo. ¿Quién hubiera podido imaginar hace
algunos años un retroceso como el que estamos contemplando en nuestros
días? El declive de la Iglesia es patente.
»La mayoría de los bautizados la ha abandonado y ya no la consideran como
su casa natural. La indiferencia reina por
doquier. Se ha dicho que la Iglesia se enfrenta a una situación de
diáspora planetaria. Me atrevería a decir que el “régimen
de cristiandad”, en el que hemos vivido durante los últimos siglos, ha
desaparecido por completo. El cristianismo sigue vivo, pero ya no hay países
cristianos.
»Parece inevitable que vayamos hacia una Iglesia de
minorías. ¿Cuántos serán en nuestros
días los que creen verdaderamente en Jesús como Señor y Salvador? ¿Cuántos se
confesarán cristianos en los próximos años? Sólo nos quedará un resto
del antiguo mundo cristiano. Pero no será el fin de la Iglesia.
»Tal vez haya sido providencial este abandono masivo del cristianismo,
para tomar conciencia de la necesidad de una nueva evangelización.
En ese sentido, me atrevería a decir que caminamos hacia una Iglesia con menos
presencia social, pero con más testimonio; con menos poder e influencia, pero
con más vida; con menos visibilidad, pero con más atractivo, con menos
bautizados, pero con más convertidos, con menos obras, pero con más gracia. La
Iglesia será menos numerosa, pero más viva. La esperanza
sigue viva. ¿Qué atractivo podría tener una Iglesia composta por mil
doscientos millones de hombres bautizados, si la mayoría viven como si el Señor
no existiera?
»La Iglesia del futuro no dependerá de la fuerza del número, sino
de la fuerza del testimonio. Esa
Iglesia será verdaderamente sal, luz y fermento para el mundo, y seguirá
proclamando, con su sola presencia, que Jesús ha resucitado y que hay esperanza
para estos hombres, que hemos abandonado la casa del Padre y nos hemos hecho
autónomos e independientes…
»La Iglesia no caminará por las sendas del triunfo y del éxito, sino por
la presencia y el testimonio de un pequeño resto, incrustado en el seno de la
humanidad. Los nuevos movimientos eclesiales y
las nuevas realidades que
han surgido a raíz del Concilio Vaticano II son un motivo de esperanza, ya que
en ellos aparece el rostro más alegre de la Iglesia.
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