ARGÜELLO SE «ENCONTRÓ» A FOUCAULD
REL
RECORRE EL DESIERTO PARA CONOCER LOS VÍNCULOS ENTRE EL CAMINO NEOCATECUMENAL Y
EL SANTO FRANCÉS
"Allí pasé
tres días en la gruta de San Caprasio, solo, sin comer, estudiando a Carlos de
Foucauld, que me dio una nueva forma de vivir en la presencia del Señor"
(Kiko Argüello, 2016).
Son los primeros días del mes de
diciembre y, aunque el invierno está a punto de llegar, el termómetro del coche
marca 15 grados en el exterior. El cielo de Farlete luce añil, espléndido, como
si camináramos de forma inexorable hacia la temporada de verano. Recorro
entonces la calle principal de esta localidad, emplazada a poco más de media
hora de Zaragoza (Aragón), en las faldas de la Sierra de Alcubierre, en el lunático -por su forma- y místico -por su alma- desierto de Los
Monegros.
Llego hasta el final del pueblo y
me topo con el Santuario de Nuestra Señora de la
Sabina. Allí dice la tradición que se le apareció la
Virgen a un pastor, sobre uno de estos árboles tan típicos de toda la comarca.
No es una simple ermita, es cierto, de hecho, tiene atrio, un
bello camarín con la venerada talla, cofradía propia, cripta, sala capitular, vivienda para el sacerdote y hasta un albergue
para alojar peregrinos y romeros.
Este lugar sirvió,
precisamente, como noviciado internacional de
los Hermanitos de Jesús durante 20 años. Llegados a Farlete en 1956, su anterior
noviciado estaba en Argelia -donde vivió y murió Carlos de Foucauld-, pero,
durante la guerra franco-argelina, fue asesinado uno de sus miembros y
decidieron salir de allí. Uno de los hermanitos, brigadista internacional en la
Guerra Civil, conocía a la perfección la zona, donde el frente de Aragón se
estabilizó casi dos años -el escritor Orwell pasó por aquí y tiene hasta una ruta con su nombre-, y propuso Los Monegros como una buena
alternativa.
Poco después de su llegada, los
hermanitos comenzaron a excavar cuevas a las que retirarse y vivir tiempos de "desierto". De allí surgieron cuatro
eremitorios (Elías, San Juan Bautista, María Magdalena y Santiago), además de
una cueva comunitaria y una casita en el bosque. Uno de estos lugares sería
nuestro destino final: la cueva en la que Kiko Argüello, coiniciador del Camino
Neocatecumenal, se "encontró"
un día con el gran santo francés Carlos de Foucauld (1858-1916), canonizado por el Papa en 2022.
«POBRES
ENTRE LOS POBRES»
Junto a La Sabina, un camino de tierra se abre paso
por su margen derecho. Al fondo, en lo alto del todo, se dejan intuir las
cuevas de San Caprasio, a unos 834 metros sobre el nivel del mar. Para
completar la etapa, un poco de comida, varias botellas de agua, unos apuntes y
un par de libros que me servirán de documentación. Escritos espirituales de Charles
de Foucauld: Ermitaño del Sáhara y El Kerigma. En las chabolas con
los pobres, que cuenta
el origen del Camino Neocatecumenal en
las barracas de Palomeras Altas de Madrid.
Aunque, si con algo cargaré,
durante los más de nueve kilómetros que hay de camino hasta el eremitorio de
San Caprasio, es con una pregunta, que, además, será la que trate en todo
momento de resolver: ¿qué tuvo de especial aquel
santo francés para cautivar de esa manera tan fuerte al joven pintor leonés?
Tras unos primeros metros sobre
el llano, la pendiente empieza a escalar de forma suave pero constante, y, casi
sin darse cuenta, uno se encuentra cada vez más alto. El sol impacta sin reparo
en nuestras cabezas, diría que se siente hasta calor. Unos cuantos arbustos por
aquí y otros por allá salpican una gran alfombra
ondulada color ocre también llamada el desierto de Los Monegros. El
gigantesco vacío por el que pasó un día el iniciador de una de las realidades
más importantes de la Iglesia universal.
En una breve pausa de avituallamiento, abro mi
libro y comienzo a leer:
"A un teólogo
dominico le habían concedido una beca para buscar puntos de contacto entre el
arte protestante y el arte católico, ante la inminente celebración del Concilio
Vaticano II (...). Antes de iniciar el viaje a través de Europa y para
prepararlo, el dominico me quiso llevar al desierto de Los Monegros, a Farlete,
donde se encontraban los Pequeños Hermanos de Carlos de Foucauld. Fuimos y
estuvimos una semana de retiro, preparándonos para el viaje. En aquel desierto,
que es bellísimo y tiene varias grutas (…). Me acuerdo de que estuve allí tres
días en la cueva de San Caprasio, ayunando. Allí conocí la vida de
Foucauld. Hablé con el padre Voillaume -fundador de los hermanitos- y quedé
muy impresionado de la vida oculta de la Familia de Nazaret y del gran amor de
Carlos de Foucauld a la presencia real de Cristo. En
Tamanrasset (Argelia) se pasaba horas solo ante el Santísimo Sacramento".
A esta altura de la etapa, el
camino se va llenando de "meandros", y
lo que estaba tan cerca parece ahora que no llega nunca. Un par de motoristas,
de los de campo a través, se cruzan con nosotros y nos saludan al pasar. En lo
alto del "farallón", la ermita de
San Caprasio, dedicada a un pastor que llegó un día a la determinación de
querer ser monje, tomó su cayado y lo arrojó todo
lo lejos que le permitieron sus fuerzas, yendo a caer en la Sierra de
Alcubierre. En el lugar donde se posó empezó a manar agua, y luego
se levantó una capilla.
Cuanto más cerca estamos de hacer
cumbre, más se suceden los recodos, y resulta un tanto descorazonador. Son
casi las tres de la tarde y no hemos comido, así que nos instalamos
plácidamente en unas rocas que afloran de la tierra y sacamos unos bocadillos
preparados con esmero. La imagen es de gran belleza, un extenso mar de
cerros suavemente redondeados acompaña en el horizonte a la ermita de San
Caprasio.
Terminamos de comer, aprovecho para sacar mis apuntes,
y me pongo a leer:
"Los vínculos
entre Carlos de Foucauld y Kiko Argüello son varios y profundos, y van desde el
momento de su conversión, a la intuición de la vida oculta en medio de los
pobres, del modo de estar como 'pobres entre los pobres', hasta el
'sueño' de una capilla para la adoración en el Monte de las
Bienaventuranzas". ¡Parece que he descubierto lo que buscaba!
"El primer
vínculo entre ambos es el grito, la súplica a Dios en el momento de la crisis
existencial: 'Dios mío, si existes, haz que te conozca', es la invocación más famosa de
Carlos de Foucauld -que pasó de una juventud marcada por el
desenfreno y la increencia a la búsqueda constante y genuina de la presencia de
Dios-.
'¡Si existes, ven,
ayúdame, porque ante mí tengo la muerte!', es la
oración de Kiko Argüello. El propio Kiko dice: 'Me preguntaba: ¿Quién soy yo? ¿Por qué existen las injusticias en el
mundo? ¿Por qué las guerras?… Me alejé de la Iglesia hasta el punto de
abandonarla totalmente. Había entrado en una crisis profunda buscando el
sentido de mi vida… Estaba muerto interiormente y
sabía que mi final, tarde o temprano, sería el suicidio'.
Y, por medio del filósofo de la
intuición, Henri Bergson, Kiko recibió una 'primera
luz' de la existencia de Dios. Entró en su habitación y se puso a gritar
a este Dios que no conocía. 'Le grité: ¡Ayúdame!
¡No sé quién eres!. Y, en ese momento, el Señor tuvo misericordia de mí,
porque tuve una profunda experiencia de encuentro con el
Señor que me sorprendió. Recuerdo que estaba llorando amargamente, las lágrimas
caían, las lágrimas fluían…'.
Pareciera como si la providencia
se hubiera empeñado en asemejar los caminos existenciales de estas dos figuras
tan cruciales para la Iglesia Católica. Una primera etapa vital de falta de fe
y entrega total al mundo y un posterior encuentro con Dios
que cambiaría sus vidas, y la de tantos otros, para siempre –de la espiritualidad de Carlos de Foucauld
han salido al menos 19 familias distintas de laicos, sacerdotes, religiosos y
religiosas y el Camino Neocatecumenal está presente en más de 130 países, con
un total de 30.000 comunidades, y con un millón y medio de hermanos en 6800
parroquias de todo el mundo-.
EN
SILENCIO A LOS PIES DE CRISTO
La etapa empieza a hacerse
fatigosa, llevamos más de una hora andando y, haciendo cálculos, si no nos
damos prisa, puede que al volver se nos haga de noche. Mientras hablo con mi
acompañante escuchamos un ruido. Es una pickup blanca que está hasta arriba de barro.
Desaceleramos la marcha y nos ponemos en el lado del conductor para hablar con
él. Vamos a preguntarle si queda mucho para llegar. El hombre, que tendrá poco
más de cuarenta años, nos propone que atravesemos el sotobosque, pero, en un gesto de generosidad, nos dice que nos lleva hasta arriba. Es
cazador y el GPS le indica que tiene a varios de sus perros por esa misma zona.
Tras unas empinadísimas cuestas
estamos por fin en el destino, junto a la ermita de San Caprasio. El buen
samaritano se despide de nosotros y nos regala un último favor, que llegará a
ser fundamental, nos indica cómo bajar la montaña por un camino alternativo,
que ahora pienso, fue bastante kamikaze. Se lo
agradecemos y caminamos rumbo a las cuevas. La vista desde allí es
sobrecogedora. Por
un momento, me siento como Moisés en el monte Nebo, y, como él, rezo para poder
entrar en la tierra prometida, que, en este caso, es volver al coche sanos y
salvos. Caminamos unos metros entre la pared y el precipicio. Bajamos unas
escaleras de hierro y llegamos al balcón natural donde están excavadas las
cuevas.
Los primero que hacemos al llegar
es entrar en el que fuera el refectorio de los hermanitos. Todavía permanece en el centro la mesa donde comían, incluso
hay algún colchón roído para el que quiera quedarse a meditar en esta especie
de Abuna Yemata versión española -impresionantes iglesias etíopes excavadas en la roca-. El lugar está bien cuidado y tiene hasta un
libro de visitas. Estampamos unas frases de recuerdo y leo de nuevo mis
apuntes:
"Kiko,
escuchando un discurso del Papa Juan XXIII, tuvo la intuición de que la
renovación de la Iglesia vendría a través de los pobres. 'Convencido de esto y
de que Jesucristo se identifica con los pobres y miserables de la tierra, lo
dejé todo y a todos. También mi prometedora carrera de pintor y me fui a vivir
a las chabolas. En Carlos de Foucauld encontré la fórmula para vivir: una
imagen de San Francisco, una Biblia –que sigo llevando conmigo porque la leo
todos los días– y una guitarra… De Carlos de Foucauld aprendí la imagen de la
vida oculta de Cristo, estar silenciosamente a los pies de Cristo, rechazado
por la humanidad, destruido, ser el último y estar ahí a sus pies'.
Es más, cuando Kiko
fue a las barracas de Palomeras Altas, fue siguiendo las huellas de Carlos de
Foucauld en la vida oculta de Cristo.
Cuenta Kiko: 'No fui allí para enseñar a leer y escribir a aquella
gente, ni para hacer asistencia social y ni siquiera para predicar el
Evangelio. Me fui allí para ponerme al lado de Jesucristo. Carlos de Foucauld
me había dado la fórmula para vivir en medio de los pobres como un pobre,
silenciosamente. Este hombre supo vivir una presencia silenciosa de testimonio
entre los pobres. Tenía como ideal la vida oculta que Jesús vivió treinta años
en Nazaret, sin decir nada, en medio de los hombres. Ésta era la espiritualidad
de Carlos de Foucauld: vivir en silencio entre los pobres. Foucauld
me dio la fórmula para realizar mi ideal monástico: vivir como pobre entre los
pobres, compartiendo su casa, su trabajo y su vida, sin pedir nada a
nadie y sin hacer ninguna cosa especial. Jamás pensé montar una escuela o un
dispensario o algo por el estilo. Sólo quería estar entre ellos compartiendo su
realidad'.
Este momento será constitutivo y
esencial para el posterior anuncio del kerygma, que acompañará toda la
evangelización del Camino Neocatecumenal: Dios nos ama y
sale a nuestro encuentro, hasta lo más profundo de nuestro ser pecadores, de nuestro ser 'últimos', para salvarnos. En esta
intuición de Carlos de Foucauld, que Kiko hace suya, tiene fundamento su
experiencia de Jesucristo y su misión".
Pasados unos minutos, salimos
para conocer el lugar más importante de las cuevas. Antes de llegar, en un
pequeño hueco en la pared, que parece destinado para hacer fuego, en el
hollín, alguien ha raspado un Sagrado Corazón, emblema de Carlos
de Foucauld. Unos pasos más allá,
en el "pináculo" del monte, una
puerta de madera da acceso al oratorio donde el iniciador del Camino
Neocatecumenal descubrió un día al santo francés. Dos bancos esculpidos en la
roca flanquean la nave central, que está reforzada con troncos de madera a modo
de correa que le dan un aire muy acogedor. Hay un icono de La Trinidad de
Rublev, unos pocos rosarios y un sagrario, que se encuentra vacío.
En el silencio más absoluto que uno bien pudiera
imaginar, escuchando casi únicamente nuestro propio palpitar, me pongo a leer:
"Varias veces
Kiko ha recordado que hay tres santos –y los tres franceses– que lo llevaron a
las chabolas: Teresita de Lisieux, Isabel de la Trinidad y Carlos de Foucauld.
En el mensaje que la Virgen le dará: 'Hay que hacer comunidades cristianas como
la Sagrada Familia de Nazaret que vivan en humildad, sencillez y alabanza. El
otro es Cristo', la humildad está representada por San Carlos
de Foucauld, la sencillez por Santa Teresita del Niño Jesús y la
alabanza por Santa Isabel de la Trinidad.
Hagamos presente
ahora una inspiración que se llegaría a cumplir 50 años después y que es muy
profunda. Kiko mismo la explicó durante una convivencia: 'Nosotros hemos
realizado un sueño, que en el Monte de las Bienaventuranzas haya una capilla
para la presencia real y permanente de la Santa Eucaristía. El Camino
Neocatecumenal tiene como imagen la Sagrada Familia de Nazaret y hemos visto
con sorpresa que estamos muy cercanos a Carlos de Foucauld que quiso, tuvo la
intuición, la misión de la vida oculta de Nazaret… Ahora, aquí, inauguraremos
una capilla. Foucauld pensó comprar este sitio porque sentía de Dios que en el Monte
de las Bienaventuranzas tenía que haber una capilla con la
presencia constante de la Santa Eucaristía, día y noche.
El hermano Carlos
pasaba largas horas de oración contemplativa ante el tabernáculo. En sus
escritos espirituales se ve este deseo, esta pasión por estar cerca de la
presencia de Cristo. Precisamente con relación a esto, escribió: 'Creo que es
mi deber esforzarme por adquirir un lugar del Monte de las Bienaventuranzas,
para asegurar su propiedad a la Iglesia, cediéndola después a los Franciscanos,
y también el de esforzarme por construir un altar donde, perpetuamente, se
celebre la misa cada día y
esté presente Nuestro Señor'.
EL
SUEÑO DE CARLOS DE FOUCAULD
Sobre esta intención, el santo
reflexionó y rezó mucho. Él estaba profundamente convencido de que su vocación
de 'imitar lo más perfectamente posible a nuestro
Señor Jesús, en su vida oculta', con una consagración más radical y
definitiva, la recibiría aquí, en el Monte de las
Bienaventuranzas.
El sueño de Carlos de Foucauld se
hizo realidad durante la Pascua de 2008, cuando en el Centro Internacional Domus Galilaeae,
gestionado por el Camino Neocatecumenal y situado en la parte superior del
Monte de las Bienaventuranzas (Korazim – Galilea), se inauguró una
capilla con la presencia constante de la Santa Eucaristía, día y noche,
para la adoración perpetua del Santísimo. Lugar que
queda reflejado en el Lago de Galilea, embellecido por la predicación del
Sermón de la Montaña y por el sueño de Carlos de Foucauld que se sella con la
misión evangelizadora de la Iglesia".
Nuestro tiempo en las cuevas de
San Caprasio -en este lugar tan señalado para la historia reciente de la
Iglesia-, va llegando a su fin. Cierro mi libro y leo algo en
un pequeño cuadro que descansa a los pies del sagrario. Y, en silencio, repito para adentro:
"Padre mío, me
abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y
en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus
manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y
porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con
infinita confianza, porque Tu eres mi Padre ("Oración de abandono", de Carlos de Foucauld).
Echo la vista hacia adelante... y
un sol escurridizo atraviesa la linterna del Santuario de Nuestra Señora de la
Sabina, dejando un espectáculo que hasta el hombre más
valioso nunca sería capaz de recrear. Echo la mirada hacia atrás... y las cuevas de San
Caprasio se van escondiendo en el horizonte cada vez un poco más.
Entonces, levanto la mano, y,
como brindando un toro a la inmensidad, me digo: Bendito seas, oh
'hermano universal', y bendito sea tu santo, dulce y estrepitoso fracaso. Porque tú, que dejabas siempre un plato vacío para tu
'compañero', hoy cuentas con miriadas de hijos... que, gracias a ti, saben que
solo en el madero uno encuentra el descanso... ¡el verdadero!
Por Juan Cadarso
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