Oraciones para cada día de la novena del 16 al 24 de diciembre
Por: P. Luis Martínez de Velasco F. SSSC | Fuente:
Catholic.net
PARA COMENZAR (PARA TODOS LOS
DÍAS)
En el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. Con la intercesión de
la Santísima Virgen María, de su esposo San José y de nuestros ángeles de la
Guarda, vamos a meditar en la presencia de Dios lo que pasó en los días
anteriores al nacimiento del Niño Jesús.
Que el
Espíritu Santo nos ilumine y nos fortalezca para que esta novena de Navidad,
con su propósito de mejora diario, nos haga parecernos un poco más a la Sagrada
Familia.
PRIMERO
(REFLEXIÓN)
Cuando va
a nacer un niño hay que prepararle la ropa y la cuna.
Como San
José era carpintero, fabricó la cuna más bonita, con la mejor madera que tenía,
para el Niño Dios.
La Virgen
María, alternando con los trabajos de la casa, pasó mucho tiempo tejiendo y
bordando los pañales y vestidos. Poniendo siempre en todo lo que hacía el
inmenso cariño que tenía a su hijo.
Todos los
hombres tenemos que trabajar porque Dios ha querido que nos ganemos la vida y
ayudemos a que los demás sean felices. El principal trabajo de los niños es
estudiar y hacer los deberes. Cuando trabajamos o estudiamos pensando en
agradar a Jesús, a Dios le gusta mucho. Pero nuestro trabajo debe estar bien
hecho.
Si lo
dejamos para última hora, cuando ya no hay tiempo, o si está hecho de cualquier
manera por nuestra culpa, no se lo podemos ofrecer a Dios, porque sería como un
insulto.
El regalo
de este primer día de la novena para el Niño Dios será trabajar o estudiar con
más empeño, como lo hicieron la Virgen María y San José.
DÍA SEGUNDO (REFLEXIÓN)
Con todo
ya preparado para recibir al Niño Dios lo mejor posible, San José y la Virgen
María recibieron la noticia de que debían viajar a Belén.
Fue una
gran contrariedad porque los viajes eran entonces muy molestos. Sin embargo, no
protestaron. Enseguida se pusieron a preparar las cosas para salir cuanto
antes.
Aquel
cambio de planes, como a todo nos sucede cuando nos mandan algo que no nos
gusta, les costó trabajo. Pero como ellos sabían que al obedecer a quien lo
había ordenado estaban obedeciendo a Dios, no pusieron mala cara y obedecieron
rápidamente.
Sin
obediencia no puede haber orden. Pero no debemos hacer lo que nos mandan solo
para no tener problemas. Hemos de obedecer porque así le demostramos a Dios que
le amamos. Como Jesús, que obedeció toda su vida desde que era Niño hasta que
murió en la cruz.
En este
segundo día de la novena, podemos preparar la venida del Niño Dios obedeciendo
siempre a la primera, sin que nos digan las cosas dos o tres veces, y con
alegría.
Así nos
pareceremos a Jesús, a María y a José.
DÍA TERCERO (REFLEXIÓN)
Mientras
la Virgen María y San José viajaban hacia Belén, a veces conversaban entre sí y
a veces caminaban en silencio. Cuando estaban callados, hablaban por dentro con
el Niño Dios y le agradecían todas las cosas buenas que nos iba a traer a los
hombres. También le decían al Niño Dios con el corazón, sin que se oyesen las
palabras, que le querían mucho.
Las oraciones
vocales como el Padrenuestro y el Avemaría son muy buenas, porque nos ayudan a
pedirle lo que se debe y nos facilitan el rezar juntos. Pero para hablar con
Dios no hace falta siempre que se nos oiga. Él nos escucha en todo momento
porque sabe lo que pasa en nuestro corazón y en nuestra mente.
Debemos
procurar hablar con Dios, muchas veces a lo largo del día: cuando trabajamos o
hacemos nuestros deberes, al caminar por la calle, cuando jugamos o cuando
descansamos.
Nuestra
vida es un camino cuyo final es el cielo. Si lo recorremos hablando con Jesús,
con María y con José, se nos hará muy agradable y el tiempo se pasará volando.
Hoy, que
vivimos el tercer día de la Novena, recordando el viaje de San José y de la
Virgen, podemos proponernos hablar muchas cosas con Dios por dentro a lo largo
de todo el día.
DÍA CUARTO (REFLEXIÓN)
De vez en
cuando, en el camino hacia Belén, la Virgen María y San José tenían que
detenerse y descansar. San José, que era más fuerte y tardaba más en casarse,
se preocupaba de que la Virgen estuviera lo mejor posible. Los dos hablaban del
Niño Dios y descansaban porque no pensaban en sí mismos. A todos nos pasa que
cuando estamos cansados nos cuesta pensar en los demás. Nos olvidamos de que
los otros -papá, mamá, los hermanitos- también están cansados porque han
trabajado mucho. Y entonces, pensando solo en nosotros, queremos que se
molesten ellos en lugar de ayudarles para que descansen. De este modo nos
ponemos de mal genio y lo dañamos todo; porque ni estamos contentos nosotros,
ni dejamos en paz a los demás. Sobre todo en casa, acordándonos de la Virgen
María y de San José, hemos de ayudar a que todos estén contentos. Son muchas
las cosas que se pueden hacer; por ejemplo: no gritar, pedir las cosas por
favor, perdonar a quienes han hecho algo que no nos gusta, etc. Algo parecido
podemos ofrecerle al Niño Jesús en este cuarto día de la Novena.
DÍA QUINTO (REFLEXIÓN)
Cuando la
Virgen María y San José llegaron a Belén, se encontraron con que no había
ningún alojamiento en el pueblito, ya que eran muchos los que habían llegado
para empadronarse.
San José
lo pasó mal porque el Niño Dios ya podía nacer en cualquier momento y él, que
le hacía las veces de padre, no tenía dónde recibirle. Sin embargo, no se
desanimó, pues sabía que Dios estaba preparando todo para que se cumpliese su
Santa Voluntad.
La
Voluntad de Dios es siempre mejor que la nuestra. Como es un Padre buenísimo,
que nos quiere más que nadie, siempre dispone lo mejor para nosotros. A veces
no lo vemos hasta que pasa el tiempo. Y algunas cosas no las entenderemos del
todo mientras no lleguemos al Cielo.
En esos
momentos en que nos cuesta lo que Dios quiere porque no comprendemos que sea lo
mejor, hemos de tener fe como la tuvieron la Virgen y San José. Debemos repetir
en esos casos lo que seguramente diría San José: “Hágase,
Señor, Tu Voluntad, que siempre es lo mejor para todos y para mí”.
Como lo peor del mundo es rebelarse contra la Voluntad de Dios y lo mejor es
amarla, ofrezcámosle hoy al Niño Jesús todas las contrariedades que nos vengan
a lo largo del día. Si las recibimos por amor al Niño Dios, tendremos mucha
alegría y nos pareceremos a San José y a la Virgen María.
DÍA SEXTO (REFLEXIÓN)
Había en
Belén una posada cuyo dueño, con tantos viajeros, estaba haciendo muy buen
negocio. Como el Niño Dios ya debía nacer en poco tiempo, San José intentó que
recibieran allí a la Virgen María, que estaba muy cansada por el viaje. Pero el
dueño de aquella casa grande no quiso molestarse en buscarles ni siquiera un
rincón en su posada y los dejó en la calle. Fue muy triste que aquel hombre no
venciera su egoísmo, ya que, además de hacer sufrir a la Sagrada Familia, se
quedó sin ser el primer adorador del Niño Jesús. Todo lo que hacemos a los
demás, sea bueno o sea malo, es como si se lo hiciéramos al mismo Jesucristo,
porque El así ha querido que sea. Por eso, las personas egoístas que no tienen
corazón ni para Dios ni para los necesitados, van por un camino pésimo. Si no
se corrigieran, perderían al Niño Jesús para siempre. Por el contrario, cada
vez que, con la ayuda de Dios, vencemos esa tendencia mala a querer todo para
nosotros, Jesús, María y José nos bendicen y nos dan un beso. Hoy podemos
hacerle al Niño Jesús un regalo más valioso que el oro: no escoger lo mejor
para nosotros sino dejarlo para mamá, para papá, o para alguno de nuestros
hermanitos.
DÍA SÉPTIMO (REFLEXIÓN)
Como en
Belén nadie les dio alojamiento, San José no tuvo más remedio que acomodar a la
Virgen María en un sitio que nadie quería: en un
lugar donde pasaban la noche los animales de un campesino. Barrió con unas ramas secas el suelo, puso unas
cobijas sobre la paja para que se acostara la Virgen, encendió un fuego y
preparó algo de comida. Con el fuego también se calentó el ambiente. Así San
José, con las pocas cosas que tenía, poniendo mucho cariño, consiguió para la
Virgen María y para el Niño Dios un sitio pobre, pero limpio y lleno de amor.
Es muy fácil caer en la trampa de pensar que con lo que tenemos no podemos
hacer bien las cosas, que si tuviéramos mejores juguetes, otros hermanitos, o
más dinero, todo iría muy bien. Cuando se cae en esta trampa se vuelve uno
envidioso. Entonces se empieza a pensar que a los otros hermanitos les tratan
mejor, o que les dan las mejores cosas y los dulces más ricos. La envidia es
muy mala. Fue la que hizo que Caín matara a su inocente hermano Abel en la
primera familia que hubo sobre la tierra. Y Dios maldijo al asesino. En el
séptimo día de la novena, nuestro presente para el Niño Dios puede ser
contentarnos con lo que nos dan y no tener envidia de ningún hermanito o
amiguito. Cuando Jesús nos vea que nos parecemos a San José nos dará lo mejor:
su cariño.
DÍA OCTAVO (REFLEXIÓN)
En aquel
lugar que había sido antes destinado a los animales, mientras la Virgen parecía
dormir sobre aquellas pajas, San José se sentó junto al fuego con la intención
de pasar la noche en vela. Contemplando la llama, meditó sobre cómo se
encontraría el Niño Dios cuando naciera en aquel establo. Por una parte, tenía
ganas de llorar por lo mal que se habían portado los de Belén. Pero por otra
parte, como sabía que muchos cambiarían cuando conociesen a Jesús, y se
arrepentirían de verdad de su mala vida, también sentía gozo pensando en lo
poco que ya faltaba. Luego pensó en sí mismo, como todo le parecía poco para el
Hijo de Dios, decidió esperarle repitiéndole muchas veces que lo amaba. Pero
pudo más el cansancio y se quedó dormido. Es muy bueno que todas las noches,
antes de acostarnos, examinemos cómo nos hemos portado durante el día. Pero
para ello hemos de ser valientes y no tener miedo a decirnos la verdad aunque
nos cueste. Los que dicen siempre la verdad son los que más agradan a Jesús,
que se hizo hombre para decírnosla a todos. Los niños embusteros, aunque sus
mentiras no sean muy grandes, se alejan de Jesús y no le quieren. Para borrar
todas las mentiras que hemos dicho, en este penúltimo día de la novena,
procuremos esperar al Niño Dios repitiéndole muchas veces que lo amamos.
DÍA NOVENO (REFLEXIÓN)
La Virgen
María despertó a San José para que pudiese adorar, antes que nadie, al Niño
Dios. Cuando la Virgen le tocó el hombro, San José quiso enseguida ayudar en lo
que hiciera falta, pero casi al instante comprendió que el nacimiento de Jesús
había sido milagroso. Vio que la Virgen María, más guapa que nunca porque ya
era Madre sin dejar de ser Virgen, tenía en sus brazos al Niño Jesús dormidito
y envuelto en pañales. San José no dijo nada. Ni siquiera, para no despertar al
Niño, se atrevió a cogerle. Se puso de rodillas y lloró sin poder contener la
emoción y la dicha. La Virgen le dejó que se desahogara y luego le entregó al
Niño, mientras Ella preparaba el desayuno. San José tenía unas ganas enormes de
apretar a Jesús junto a su pecho y comérselo a besos, pero se contuvo. Con solo
verle dormir en sus brazos, se sintió el hombre más feliz del mundo. De pronto
se oyeron las voces y los cantos de los pastores que venían llenos de
impaciencia buscando al Niño Jesús. San José, después de entregar al Niño a la
Virgen para que lo acostara en el pesebre, salió al encuentro de los pastores y
se enteró de lo que les habían dicho los ángeles. Después les llevó junto al
Niño y todos contemplaron lo lindo que era. Ya hemos llegado al final de la
Novena. Lo que nos queda es felicitar a la Virgen María, a San José y a todos
los hombres que ama el Señor. Y también repetirle al Niño Dios que le queremos
mucho, mucho, porque ha nacido para darnos el Cielo.
PARA TERMINAR (PARA TODOS LOS DÍAS)
Se reza
un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria. Después repiten todos juntos tres
veces: Jesús, José y María. Os doy el corazón y el alma mía.
VILLANCICOS
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