María Santísima viene a nosotros para que encontremos el camino de la Salvación, para que vayamos a Jesús de su mano. Se nos presenta como Madre amorosa, protectora y medianera entre Dios y nosotros.
La nueva
Eva viene a gestarnos nuevamente en el Espíritu Santo.
"Dios
Padre, fuente única de todo don perfecto (Sant1,17) y de toda gracia, al darle
su propio Hijo, le entregó a María todas las gracias. De suerte que -como dice
San Bernardo- en Cristo y con Cristo el Padre le ha entregado hasta su propia
voluntad.
María es
la dispensadora de la gracia. Dios la escogió como tesorera, administradora y
Distribuidora
de todas sus gracias. De suerte que Él comunica su vida y sus dones a los
hombres, con la colaboración de María. Y, según el poder que Ella ha recibido
de Dios –en expresión de San Bernardino–, reparte a quien quiere, como quiere,
cuando quiere y cuanto quiere de las gracias del Padre, de las virtudes del
Hijo y de los dones del Espíritu Santo.
Así como
en el orden natural, todo niño debe tener un padre y una madre, del mismo modo,
en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios
por Padre y a María por Madre. Y quien se jacte de tener a Dios por Padre, pero
no demuestre para con María la ternura y el cariño de un verdadero hijo, no
será más que un impostor, cuyo padre es el demonio...
María ha
formado a Jesucristo, Cabeza de los predestinados. Ella debe, por tanto, formar
también a los miembros de esta Cabeza que son los verdaderos cristianos. Que
una madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la cabeza.
Por consiguiente, quien quiera ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de
verdad (Jn1,14), debe dejarse formar en María por la gracia de Jesucristo.
María está llena de la gracia de Jesucristo para comunicarla en plenitud a los
miembros verdaderos de Jesucristo, que son también hijos de María."
Ana Patricia Ticona Campana
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