¿Qué hacemos con nuestros dones?
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del
Padre Nicolás Schwizer
No creo que la parábola de los talentos, (Mateo 25, 14-30; Lucas 19,11-28), se
relacione con el mundo financiero. Ni creo que se preste a una utilización
pedagógico-moral, en el sentido de que hay que negociar con los talentos, las
capacidades, la inteligencia y la voluntad. Porque pienso que aquí no se trata
de dones naturales y mucho menos de dones materiales. Más bien me parece que
Cristo se refiere a aquellas riquezas sobrenaturales que Él mismo nos ha dejado
al irse. El oro, las riquezas son sus dones, sus gracias.
Con esto no queremos decir que un artista no deba desarrollar su genio y que
cada uno de nosotros no deba hacer funcionar la fantasía y poner a trabajar las
capacidades naturales de las que está dotado. Pero no es necesario referirse a
la parábola para llegar a estas conclusiones de sentido común.
Aquí se trata del hombre nuevo, del hombre redimido en Cristo. Se trata de su
capacidad de aprovechar y hacer trabajar los dones recibidos: su fe, su
esperanza, su caridad, su apertura a la palabra de Dios, su vida de oración, su
disponibilidad al Espíritu, su amor mismo que caracteriza nuestra relación con
Cristo.
Y la pregunta es, entonces: ¿Qué hemos hecho? ¿Y
qué estamos haciendo? ¿Dónde hemos sembrado la palabra, a quién hemos
contagiado con nuestra fe, a que personas hemos puesto en pie con nuestra
esperanza, cuánto amor y amistad hemos dado, de qué actos de coraje nos hemos
hecho protagonistas bajo la fuerza del Espíritu?
Cualquier ambiente puede convertirse en lugar donde “se
negocie” este oro, estos dones. Hasta los bancos - en la parábola se
dice precisamente que hay que dirigirse a los banqueros. Sí, un cristiano puede
y debe entrar también en un banco. Para difundir la palabra, para dar
testimonio, naturalmente. No para depositar lingotes de oro. No existen
situaciones y lugares cerrados a la presencia cristiana.
El espectáculo más deprimente es el que ofrece un cristiano que esconde su
talento, que enmascara su fe, disimula su pertenencia a Cristo, sepulta la
palabra sofocándola bajo un montón de palabrería, no la deja convertirse en
vida, en amor, en grito de justicia y de verdad.
No se trata de guardar, sino de sembrar. La rendición de cuentas ha de hacerse
sobre los frutos. No es cuestión de una simple restitución. El dinero guardado
intacto se convierte en motivo de condenación, no en elemento de salvación.
Ningún cristiano puede presentarse ante su Señor y decir, como el siervo
negligente y holgazán: “Aquí tienes lo tuyo. No lo
he tocado para nada. No lo he malversado”. El discípulo fiel tiene que
anunciar: “Ha cambiado todo gracias a tu don. Lo
tuyo se ha hecho mío, se ha hecho nuestro, se ha hecho de todos”.
Y el “y escondí en tierra tu talento”” ¿acaso no es
el miedo al riesgo, el riesgo de creer, el riesgo de luchar, el riesgo de
trabajar por el Reino y, sobre todo, el riesgo de amar? Quien ama tiene
derecho a exigir mucho. Dios tiene derecho a pedir riesgo, coraje,
responsabilidad.
La relación con Dios no es una relación servil, reducida a una miserable
contabilidad de números. Siendo una relación de amor, la contabilidad puede ser
solamente desproporcionada y ajena a los cálculos razonables.
Queridos hermanos, el Evangelio de hoy nos pide no esperar la vuelta del Señor
cruzados de brazos, sino nos invita a trabajar fielmente con los dones
recibidos, para que produzcan frutos abundantes, maravillosos. Cuidémonos, por
eso, de no ser descalificados al final de nuestra vida por el Juez Divino como
siervos flojos, inútiles, cobardes o indiferentes.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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