MURIÓ SIN VER RECONOCIDA SU LABOR, UN DECISIVO EXPERIMENTO DE CASI UNA DÉCADA
Christopher Lambert interpretó a Gregor Mendel en
'El jardinero de Dios' (2009) de Liana Marabini
Un monje agustino, Gregor Mendel (1822-1884),
es el padre de la genética. Desarrolló un único
experimento durante siete años (más dos de análisis matemático de los datos
obtenidos) para demostrar la herencia de los rasgos y formular sus leyes. Fue
un pionero a quien apoyó la comunidad de su monasterio e ignoró la comunidad
científica. Un estadístico y demógrafo, Roberto Volpi,
cuenta la intrahistoria de este hallazgo en Il Foglio.
LA
PACIENCIA DE GREGOR MENDEL: EL PRECURSOR DE LA GENÉTICA QUE PERMANECIÓ EN LA
SOMBRA
El botánico alemán Joseph Gottlieb Koelreuter (1733-1806)
ya estaba en el buen camino antes de finales del siglo XVIII. Había
cruzado claveles blancos con rojos, lo que había resultado en
plantas híbridas con flores rosas, el color intermedio entre el blanco y el
rojo, que en la siguiente generación produjeron descendencia con flores rosas,
pero también blancas y rojas como los colores de los dos progenitores. En otras
palabras: mientras que los híbridos de la primera
generación solo tenían un color intermedio entre los dos colores originales,
los híbridos de la segunda generación tenían incluso tres colores: el color
intermedio y los colores de partida, los de los padres. Asombroso.
Para la época.
Se detuvo en este punto. Fue
abatido y hundido por las críticas de la escuela holística
alemana, que sostenía que las
partes individuales de un organismo en sí mismas no significaban nada y, por
consiguiente, los cruces entre plantas con posibilidades diferentes y
alternativas para un mismo carácter (como el color) no tenían sentido, si es
que -puesto que entonces pensaban en términos de la teoría de la
fijación de las especies- no eran
moralmente reprobables. En la escuela holística había gente como Hegel y Goethe,
lo que demuestra que incluso los genios se embarcan a veces en batallas de
retaguardia.
MENDEL,
MONJE Y BIÓLOGO
Cuando Mendel llegó
al monasterio de Brno [actual Chequia] en 1843, a la edad de 21 años,
perseguido por apuros económicos que no le permitían continuar sus estudios,
otros investigadores habían constatado un hecho fundamental para la
genética, que aún no se llamaba así por la buena razón de que todavía no
existía, pero que en cierto modo estaba allanando el camino: en los experimentos de hibridación de plantas, los
caracteres de los padres reaparecían también en la
descendencia de los híbridos. Pero no estaba claro en qué proporciones, ni
cómo, ni por qué.
El monje agustino
Gregor Mendel, padre de la ciencia de la genética.
Ordenado sacerdote
en 1847, cuando adoptó el nombre
de Gregor,
Mendel mostró enseguida un gran interés por las ciencias naturales, en
particular por la biología y
su parte más experimental de la hibridación. Pero suspendió el examen para
obtener el diploma de profesor de Biología.
Visto retrospectivamente, ese
fracaso fue un acierto, porque el monasterio de Brno, interesado en el tema, no
dudó en enviarle a la Universidad de Viena donde, en un ambiente abierto e iluminado
por las mentes más brillantes de la época, aprendió todo lo que había que aprender
sobre la teoría celular de los organismos vivos, la teoría atómica en
química y, en particular, sobre los métodos experimentales para intentar
explicar la evolución de la materia orgánica.
DE
INVESTIGADOR A ABAD
Regresó al monasterio de Brno,
donde en 1856 inició un monumental plan experimental para comprender los misterios aún profundos
de la fecundación, es decir, la transmisión de rasgos de padres a hijos y de
éstos a la siguiente generación: precisamente el punto central
de la genética, incluida la humana.
En 1859, tres años después del
inicio de los experimentos de Mendel, se publicó La evolución de las especies, de Charles Darwin. ¡Tales eran los
tiempos que corrían! Y empezaban a estar maduros para un gran salto
adelante también en el campo de la hibridación
vegetal, que era entonces el verdadero "terreno de juego" para comprender la
transmisión de los caracteres; lo que a su vez significaba, aunque aún no se
supiese, esa palabra mágica que abría las puertas al futuro de las ciencias de
la vida: la genética.
Por supuesto, los cultivadores y
agricultores hibridaban injertando una planta en el cuerpo de otra, y del mismo
modo, no miraban la teoría sino la utilidad y, de forma aún más pragmática, el
bolsillo. Buscaban un mayor rendimiento y, si era posible, una calidad aún
mejor. Por qué y por cuál conjunto de factores y causas era posible a veces obtener determinados
resultados por esa vía híbrida que levantaba la cosecha era una cuestión que
competía a otros. A los científicos, a los catedráticos. Mejor aún, a los genios.
¿Gregor Mendel era
un genio? Según sus contemporáneos, era una
figura mediocre.
Cuando, después de la universidad en Viena, se presentó por segunda vez al
examen para que le permitieran enseñar en la escuela secundaria, fue rechazado sin
piedad, aunque consiguió al menos ser profesor sustituto. Y esto no es nada,
porque de los resultados de su experimento, del que hablaremos, no se
molestaron ni en entender lo básico. La Sociedad de
Ciencias Naturales de Brno
no les dedicó ni un mínimo comentario.
No tuvo más remedio que
resignarse. Pero no inmediatamente. Primero habló con el que quizá fuera el
mayor botánico del país, Karl Wilhelm von Nägeli,
para intentar que el esfuerzo de tantos años de trabajo no fuese condenado al silencio.
Y aceptó sus sugerencias, hasta el punto de embarcarse en un programa para
producir híbridos de varias especies, una actitud que, sin embargo, no le valió el
reconocimiento de Nägeli. Fue entonces cuando se retiró, también porque fue
elegido abad del monasterio en
1868.
UN
EXPERIMENTO LARGO Y PORTENTOSO
No hizo nada más en el ámbito de
la ciencia, ni escribió nada más de importancia después de las sesenta y tantas
páginas que le llevó explicar, en un artículo titulado tan modestamente como no
se podía, Experimentos de hibridación en
plantas, el resultado conseguido tras siete largos años de un único, poderoso y concluyente experimento. Páginas que representan para la genética lo que
las páginas, muchísimas más, que El origen
de las especies representan
para la teoría de la evolución.
Pero el genio de Darwin quedó
claro de inmediato. El de Mendel ni siquiera fue considerado. Tendrían que
pasar casi cuarenta años, cuando el nuestro llevaba
veinte muerto, para que la ciencia redescubriera aquellos
resultados a los que Mendel llegó con un adelanto sobre los tiempos que resultó
ser fatal para él.
La razón se dice pronto, aunque
la ciencia sea sorda por ese oído, porque es una lección incómoda. La obra de
Darwin era fácil de leer, a pesar de su tamaño; no así la de Mendel, mucho más
corta. La obra de Darwin requería atención pero era fácil de entender, la de
Mendel no. Darwin desarrolló su teoría en prosa. Mendel la plasmó en números, crudos y duros y para nada fáciles de interpretar.
Nunca 'hubo
partido' entre ambos. Darwin, en los altares, aunque también pasó por
sus vicisitudes. Mendel, en el polvo. Incluso hoy, la brecha es inmensa. Darwin
es patrimonio universal, una especie de David de Miguel Ángel de la ciencia y la cultura. Mendel, un
tema para especialistas. Así que Mendel volvió a rezar,
a cultivar plantas, pero sin ninguna intención científica, solo
en beneficio de los monjes y del monasterio: a tomar la temperatura, mañana y
tarde, como siempre había hecho en su buen retiro, el monasterio de Brno, del
que no volvió a sacar la cabeza y donde murió en 1884, a los 62 años.
Los monjes, que lo
apoyaron en todo, lo entendían; los científicos, que se lo negaban todo, no. Puede parecer
extraño, pero en el caso de Mendel así están las cosas.
LAS
LEYES DE MENDEL
De acuerdo, pero entonces, ¿qué
había hecho el bueno de Mendel que fuera tan extraordinario que mereciera más
de lo que obtuvo en vida, que fue, literalmente, un
gran cero? Hizo un experimento, se dijo. Uno, porque lo que vino después
fueron bagatelas para intentar complacer a ese Nägeli que no tenía fe en sus
logros. Pero a años luz de todo lo experimental que se había hecho hasta
entonces en el campo de la hibridación y, todo sea dicho, de la biología.
Desde luego, no fue casualidad
que Thomas Hunt Morgan (1866-1945), antiguo profesor de Biología de
la Universidad de Columbia y director de los Laboratorios de Biología del
Instituto Tecnológico de California en Pasadena, calificara el de Mendel como "el mayor descubrimiento científico en el campo de
la biología de los últimos 500 años" en un discurso conmemorativo
pronunciado en Roma en 1936. El descubrimiento de nada menos que las leyes de la herencia de los caracteres en la combinación de variedades vegetales.
Plantas en las que esos caracteres se presentaban de forma diferente.
Iniciado en 1856, el experimento
-consistente en varios recorridos
experimentales enlazados en un diseño único y orgánico- no concluyó hasta siete años después, en 1863,
pero se tardó otros dos años en ordenar, organizar,
interpretar y resumir los resultados,
culminando en un informe final de investigación que se presentó en 1865 en dos
sesiones a la Sociedad de Ciencias Naturales de Brno sin que la autorizada
asamblea de sus miembros enarcase una sola ceja y un año más, para ser
puntillosos, antes de aparecer en 1866 en las Actas de dicha sociedad.
Diez años en total. La paciencia de Mendel. Siete años enteros de experimentación
en el monasterio de Brno, donde los monjes le habían proporcionado toda la
tierra y el descanso que necesitaba para cruzar variedades de pisum, el guisante, la planta que había
elegido como base de sus experimentos.
Y ya aquí asoma su genio. En
efecto, el pisum tenía
muchas variedades, y Mendel no quiso detenerse en absoluto en un experimento
del tipo que hacía Koelreuter con los claveles -un solo carácter, el color,
para solo dos variedades de la planta: de flores blancas
o rojas-, demasiado limitado, incapaz de proporcionar generalizaciones útiles
para establecer una teoría. Pues era nada menos que una teoría de la herencia de los caracteres lo que pretendía
el tranquilo monje Johann Gregor Mendel. También eligió el pisum porque los rasgos eran claramente
evidentes en las distintas variedades de la planta (eligió 22 de las 34
variedades conocidas de pisum) y
seguían siéndolo a pesar de las vicisitudes del clima.
Pero la manifestación del genio
puro se produce en la puesta a punto de un diseño experimental que tendrá un
planteamiento y una cantidad tales que se prestará, según las intenciones
explícitas de Mendel, a un análisis
estadístico riguroso de
los resultados para establecer irrefutablemente su fiabilidad. Mendel sabe que
aquí radica, sobre todo, la debilidad de los numerosos investigadores que
han creído tomar atajos que, sin embargo, no existen. Si se quiere llegar a
resultados concluyentes, hay que recoger muchos datos, hay que realizar
experimentos a gran escala.
UNA SENCILLA
EXPLICACIÓN DEL EXPERIMENTO DE MENDEL.
Y he aquí la paciencia de Mendel:
siete años para un único megaexperimento,
tantos años como experimentos -siete, de hecho- en los que se divide el diseño
experimental, un experimento para cada una de las siguientes características del pisum: la forma de las semillas, el color de las semillas, el
color de los tegumentos de las semillas, la forma de las vainas, el color de
las mismas, la distribución de las flores a lo largo del tallo de la planta, la
longitud del tallo.
Mendel cruza plantas en las que
cada uno de estos siete caracteres, que son binarios, se presenta de las dos
formas alternativas para evaluar en qué proporciones aparecen en los cruces y,
posteriormente, en las generaciones que resultan de estos cruces (híbridos). Son las leyes de la herencia.
El monje describe así una de
estas leyes, la de la dominancia: "En cada uno
de los siete cruces, el carácter del híbrido se parece tanto a una de las
formas parentales que la otra escapa por completo a la observación". Llamó dominantes a los caracteres
que aparecen y recesivos a los que "retroceden o desaparecen completamente en los
híbridos". Entre la forma arrugada y la redondeada de la semilla
-el primer carácter examinado-, es la redondeada la que aparece en los cruces,
mientras que la otra no, se esconde, retrocede. Pero reaparece. En la segunda
generación de híbridos Mendel descubrió que existe una relación 3:1 entre
caracteres dominantes y recesivos. Por cada cuatro plantas una tendrá,
siguiente el ejemplo, semillas arrugadas; tres tendrán semillas redondas.
Mendel conoce la existencia de
factores responsables de las diferentes manifestaciones de tal o cual carácter.
De momento factores,
no genes. Los genes vendrán más tarde, y
Mendel morirá antes de descubrirlos. Pero se contenta con el concepto de
factores, reconociendo que la manifestación de los caracteres se cumple gracias
a la acción de fuerzas/sustancias químico-biológicas en las plantas que él no tiene forma de
observar directamente.
CONCLUSIONES
TEMPRANAS, PACIENCIA PARA JUSTIFICARLAS BIEN
Pero los resultados, tal como se
publicaron en las Actas de la Sociedad Biológica de Brno del año
1866, son sorprendentemente claros
e inequívocos, según Ronald Aymer Fisher (1890-1962), padre de la inferencia estadística (esto es, ese complejo de teoría y análisis
estadístico que permite atribuir un resultado experimental a la acción de
factores sistemáticos puestos bajo observación en el experimento -como el
principio activo de un medicamento-, más que al azar). Fisher, en pocas
palabras, sospechaba, y escribió sobre ello en 1936, algún ajuste benévolo
(pero en absoluto distorsionador y menos aún decisivo)
de los resultados para hacerlos más coherentes con las conclusiones. Muchos lo
sospecharon.
Quien esto escribe cree que
Fisher tenía razón. Pero una razón que en cierto modo honra a Mendel. De hecho,
demostraría su rigor. Mendel llevó a cabo un experimento que duró siete años.
Pero la forma en que lo planteó le dejó todo claro mucho antes. Tuvo la
paciencia de esperar. Quería ofrecer al mundo y a la ciencia resultados incuestionables. Y lo
consiguió. Aunque tuvieron que pasar cuatro décadas desde que terminó el
trabajo que le haría inmortal para que alguien, tres
investigadores diferentes por separado, olfateara al menos esa
inmortalidad.
Traducción de Verbum
Caro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario