¡Vengan y coman! ¡No se queden con hambre! Dios Padre nos sirve el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan celestial.
Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan
vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la
vida del mundo". Empezaron entonces los judíos a discutir entre ellos y a
decir: "¿Cómo puede éste darnos la carne a comer?". Díjoles, pues,
Jesús: "En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del
Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros. El que de Mí
come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en
el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía
verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en
Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre
viviente, vivo por el Padre, así el que me come, vivirá también por Mí. Este es
el pan bajado del cielo, no como aquel que comieron los padres, los cuales
murieron. El que come este pan vivirá eternamente". Esto dijo en
Cafarnaúm, hablando en la sinagoga. Jn 6, 51-59
La eucaristía es un banquete. ¡Vengan y coman! ¡No
se queden con hambre! Es un banquete en el que Dios Padre nos sirve el
Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de su propio Hijo, hecho Pan
celestial. Pan sencillo, pan tierno, pan sin levadura...Pero ya no es pan, sino
el Cuerpo de Cristo. ¡Vengan y coman! Sólo
se necesita el traje de gala de la gracia y amistad con Dios, si no, no podemos
acercarnos a la comunión, pues “quien come el
Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación”, nos dice San
Pablo (1 Cor 11, 27).
La eucaristía es sacrificio, donde se renueva y se actualiza la Muerte de
Cristo en la Cruz para restablecer la amistad del hombre con Dios, reparar la
ofensa que el hombre hizo a Dios, y volver a unir cielo y tierra, y darnos así
la salvación y el rescate. ¡Muramos también
nosotros con Él para después resucitar con Él!
La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Lo dice bien claro Jesús hoy en el
Evangelio: “El que come de este pan vivirá
eternamente”.
Por tanto, la eucaristía no es sólo fuerza y alimento para el camino, como
experimentó Elías, que comió ese pan que le ofreció Dios, prefiguración de lo
que sería más tarde la eucaristía, y Elías recobró fuerza, vigor, ánimo y
aliento y siguió caminando cuarenta días y cuarenta noches.
La eucaristía no es sólo para el presente. Es también prenda de la gloria
futura. ¿Qué significa esto: “El que come de este
pan vivirá eternamente”?
Esto no quiere decir que el recibir la eucaristía nos ahorre la muerte
corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de todo un día
moriremos.
Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte eterna, lejos de Dios, en el
infierno.
Este pan
de la eucaristía nos libra de esta muerte y nos da la vida inmortal. Todo
alimento nutre según sus propiedades. El alimento de la tierra alimenta para el
tiempo. El alimento celestial, Cristo eucaristía, alimenta para la vida eterna.
Valga esta comparación: la eucaristía es como esa
vacuna preventiva que nos vamos poniendo en esta vida terrena para no morir en
nuestra alma y alcanzar la vida eterna. Nos va fortaleciendo el
organismo espiritual como anticipo para que no se enferme con muerte eterna.
El pan de la eucaristía nos acompaña en nuestro camino por este desierto que es
el mundo. Nos alimenta. Nos da fuerza, como le pasó a Elías. Pero cesará una
vez alcanzada la meta del cielo. Una vez que hayamos llegado al cielo ya no
necesitamos de este Pan, pues tendremos la presencia saciativa de Dios, cara a
cara, sin velos y sin misterios.
Aquí vemos a Dios a través del velo de la fe: vemos pan, pero creemos que es
Dios, saboreamos pan, pero creemos que es Dios.
Pero hay más; la eucaristía no sólo nos acompaña en nuestra peregrinación al
cielo llenándonos de fuerza, ánimo y aliento... sino que, en cierto modo, ya
desde ahora siembra algo de “Cielo” en
nuestro interior, porque en la eucaristía recibimos a Cristo sufriente y
glorioso.
En cuanto paciente y sufriente, Jesús nos aplica el fruto de su Pasión: el
perdón de los pecados, la reconciliación con el Padre. En cuanto glorioso, nos
comunica el germen de su Resurrección: una vida
nueva, inmortal, feliz y eterna con Dios... Cristo con su Resurrección
destruyó la muerte. Y nosotros al comulgar comemos el Cuerpo glorioso de Cristo
que penetra en nuestro ser, comunicándonos la vida nueva, la vida eterna, la
vida inmortal.
Por esta razón, algunos Santos Padres de la Iglesia llamaron a la eucaristía
remedio de inmortalidad. San Ireneo, por ejemplo, dice: “Así como el grano de trigo cae en la tierra, se descompone, para
levantarse luego, multiplicarse en espigas y alimentarnos... así nuestros
cuerpos, alimentados por la eucaristía y depositados en la tierra, donde
sufrirán la descomposición, se levantarán un día y se revestirán de
inmortalidad”.
El hecho de que la eucaristía sea la primicia y el comienzo de nuestra
glorificación y resurrección, explica su intrínseca relación con la segunda
venida del Señor.
Porque el día en que el Señor vuelva, al fin de la historia, ese día la
eucaristía se habrá vuelto innecesaria, así como todos los sacramentos, que son
como velos a través de los cuales con la fe vemos a Dios, su presencia, su
huella, su caricia... Ya no se necesitarán, cuando venga Jesús al final de la
historia, porque veremos a Dios cara a cara, sin velos y sin misterios.
Ya en el cielo no necesitamos comulgar a Dios en el pan, ni en el vino. La
comunión con Dios en el cielo será de otra manera: directamente,
no a través de velos.
¡Cómo nos gustará saber cómo estaremos y viviremos
en el cielo con Dios! Imagínate lo más hermoso y consolador de aquí en
la tierra, rodeado de buenas amistades, en charla franca, amena, limpia,
consoladora... y elévalo no a la enésima potencia, sino eternamente. No pasan
las horas, porque en el cielo no hay tiempo. No hay cansancio ni sueños, porque
en el cielo no se sufren esos condicionamientos. No hay enojos ni discusiones,
no hay envidias ni borracheras ni desenfrenos... Todo allá es puro y
eternamente feliz.
¿CREEMOS ESTO?
Pues bien, la eucaristía es un cachito de cielo. Se nos abre un resquicio de
cielo para que ya lo deseemos ardientemente, desde acá en la tierra.
¿Qué les parece si hoy vivimos la misa, la
eucaristía de otra manera? Más profunda, más íntimamente... mirando
hacia esa eternidad de Dios que nos aguarda, y que la eucaristía nos promete ya
como prenda futura. “Quien coma de este pan vivirá
eternamente”. Amén.
P. Antonio Rivero LC
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