MOANA Y KATIA CUENTAN CÓMO SUS PRÁCTICAS ESOTÉRICAS ABRIERON LA PUERTA AL DEMONIO
Moana y Katia empezaron desde muy jóvenes a
practicar el ocultismo sin saber el alcance de lo que hacían.
El padre Timothée Longhi es
sacerdote de la Comunidad de las Bienaventuranzas. Durante muchos años fue formador de seminaristas
de esta realidad eclesial. Les transmitió su convicción de que “el sacerdote está hecho para el pueblo de
Dios como el padre está hecho para los hijos”.
Es propio del ministerio
sacerdotal “escuchar”, afirma, y tuvo oportunidad de hacerlo
intensamente cuando fue designado responsable del centro espiritual Le Relais Pascal,
en Sables d’Olonne, en la diócesis francesa de Luçon (Vendée). Solía
oír a diario quince o veinte confesiones de “personas
con grandes sufrimientos”, porque en lugares de retiro como ése “uno asiste a verdaderos nacimientos o renacimientos en
Dios: personas que muy a menudo están en una búsqueda dolorosa y con
las que hay que hacer todo un trabajo de acompañamiento. Hay personas que te
dicen: ‘Usted es mi última oportunidad. O eso o el suicidio’”.
El padre Timoteo es exorcista,
y muchas personas que acuden a él lo hacen por esa razón. Una labor en la que “hay una dimensión de compasión, que es cada vez más
importante. Esas personas tienen una auténtica necesidad de liberación.
El acompañamiento consiste en ayudarlas a retomar el control de su historia y
proponerles un camino de oración y de conversión”.
El padre Timothée
Longhi, es formador de seminaristas, director espiritual y exorcista.
Actualmente, el padre Longhi es
uno de los tres exorcistas de la diócesis de Bayona, cuyo pastor
es el activo y evangelizador obispo Marc
Aillet.
Precisamente como exorcista ha
contribuido al dossier especial sobre El
diablo. El gran olvidado de la religión incluido en el número
363 (noviembre de 2023) de La Nef.
La aportación del padre Timothée
son dos testimonios de sendas mujeres a las que exorcizó, Moana y Katia.
Sus historias, muy distintas,
muestran el extraordinario riesgo que implica la práctica del ocultismo como puerta abierta al demonio.
MOANA
Moana vivió una infancia marcada
por el sufrimiento. A los 3 años perdió a su padre en un accidente y luego su madre de
entregó de tal manera a las drogas y a una “sexualidad
desordenada” que prácticamente no se ocupaba de sus hijos. Al cabo de
ocho años, se suicidó.
Esa realidad terrible se
superponía a otra aún peor: a los 5 años, Moana sufrió un abuso
sexual, y luego lo padeció continuadamente de los 11 a los 18 por
parte de su abuelo materno.
La ruptura interna que todo ello
supuso era campo abonado para lo que vino después: “Unos
amigos de mi familia me expusieron desde muy joven al mundo de lo oculto, hasta
que finalmente yo recurrí personalmente al ocultismo (güija, escritura automática) para
intentar comunicarme con mis difuntos”.
Videncias,
adivinaciones, tarot... Formas de abrirle la puerta al demonio incluso sin ser
consciente de ello.
Tras el nacimiento de su primera
hija, Moana se casó civilmente, y no había pasado mucho cuando a su marido le
diagnosticaron ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Los
médicos le dieron poco tiempo de vida. “A raíz de
esto”, cuenta Moana, que para entonces ya tenía 33 años, “mi tío me invitó a participar en una oración de la Renovación
Carismática. Fue allí donde mi vida cambió”.
Para bien y para mal, matiza ella
misma.
Para bien, porque recibió la fe (“Cristo mismo se manifestó y
yo le consagré mi vida”) y se curó inmediatamente de su adicción al
tabaco.
Para mal, porque “se manifestó un auténtico desencadenamiento de poderes
ocultos: desplazamiento de objetos, fenómenos eléctricos incluso
sobre una televisión apagada, ruidos en las paredes, horribles visiones, el
agua del grifo que salía hacia arriba…”
A pesar de su incipiente
conversión, Moana no había abandonado sus
prácticas ocultistas: “Mantenía relación con un mundo que creía compatible con
mi nueva fe. En ese terrible contexto, sobre todo por la noche, no
podía hacer la señal de la Cruz: una pesada mano invisible me lo
impedía. Llegaron numerosas desgracias: doce abortos espontáneos, bloqueo a
todos los niveles, sobre todo material y económicamente”.
Necesitó años para que su
conversión fuese realmente completa: “Fui
renunciando a todas mis prácticas ocultistas, que por fin se
me revelaron perversas… Gracias a mis nuevos amigos cristianos,
comencé un camino de liberación. En los primeros
tiempos, vivía bloqueos en situaciones de diálogo o de oración. Todo ello no me
impidió proseguir mi vida espiritual con una participación diaria en el oficio
de laudes y frecuente asistencia a misa. Recibí gracias de perdón y de
liberación de los traumas de mi infancia, sobre todo los
relacionados con las violaciones”.
Los años fueron pasando con
muchas dificultades: la enfermedad de
su marido, la difícil educación de sus tres hijos, que
tuvieron problemas con las drogas, el alcohol o la sexualidad desordenada… Llegó
un momento en el que Moana volvió a experimentar, y con más fuerza que antes,
manifestaciones nocturnas, en particular pesadillas y
visiones horribles.
“Un día que ya no
podía más”, recuerda, “me dirigí al padre Timothée para pedir la gracia de una nueva efusión
del Espíritu Santo. Para mi sorpresa, el discernimiento de la oración sugirió
una necesidad de exorcismo más apremiante de lo que yo
pensaba. Comenzaba una nueva etapa de liberación, más difícil todavía”.
Moana vivió signos de posesión
que se fueron precisando a medida que iba haciendo sesiones de exorcismo, a lo
largo de seis años y medio:
"Me desconectaba de la vida, vivía terribles impedimentos para mis
emociones y mis sentidos, no soportaba a mi entorno, no soportaba la luz, no
tenía gusto ni olfato, dejé de lavarme porque la sensación del agua era
terrible, no comía, no dormía, me sentía ocupada por una fuerza
extraordinaria. Mi
vida espiritual estaba totalmente bloqueada: me costaba entrar en una iglesia,
me resultaba imposible rezar, recibir la Eucaristía o el sacramento de la
reconciliación”.
Las sesiones de exorcismo fueron
al principio largas y muy seguidas, y a través de ellas fueron descubriendo
cosas de su vida y de su familia que incluían rituales
satánicos. Asistía a misas de reparación por
esos pecados, pero durante los tres días posteriores a esas misas se
exacerbaban sus problemas interiores. Poco a poco, sin embargo, fue recobrando
el dominio sobre sí misma y en una fiesta del Sagrado
Corazón de Jesús, tras largas horas de exorcismo, pudo volver a comulgar.
Tras más de seis años de
exorcismos periódicos, Moana decidió entregar a Dios su hipersensibilidad y sus
pensamientos negativos, y guiada por el Espíritu Santo empezó a “intentar vivir una actitud de confianza y abandono según
el caminito de Teresa de
Lisieux”.
Ahora que han pasado años de su “liberación”, Moana quiere ser -y de ahí que se
lance a relatar su periplo vital- “testigo
del poder de Dios y de la importancia de elegir bien tu vida”.
KATIA
“Yo fui una niña
que por fuera parecía normal”, empieza contando Katia, “pero siempre me sentí diferente”. Nació en una
familia cuyos miembros tenían dones como el de curación, el de videncia, etc.
Cuando cumplió 10 años, le confirmaron que ella también era poseedora de
esos dones extrasensoriales: “Dominar esas capacidades se
reveló como una tarea compleja que duró años, y cuanto más aprendía, más
evidente se hacía su amplitud”.
Tanto fue así, que Katia se
sintió impulsada “de forma irresistible” a
vender su salón de peluquería para consagrarse totalmente a la práctica del
magnetismo, de las terapias energéticas, de la limpieza de lugares, del
chamanismo: “Constaté que mis dones se desarrollaban de
forma extraordinaria a medida que los practicaba. Adquirí un
auténtico renombre en toda mi región y fuera de ella”.
Tanto se exacerbó su don de
clarividencia, por ejemplo, que le impedía salir de casa: “Escuchaba
continuamente los pensamientos de los demás. Las fuerzas oscuras que me habían atormentado durante
toda mi vida se convertían en un ejército que no me dejaba en paz,
especialmente por la noche, de modo que dormía de día. En varias ocasiones
sentí que Satanás intentaba tomar posesión de mi cuerpo”.
En 'El exorcista', la
madre de la pequeña Regan (interpretada por Linda Blair) ha llevado a cabo
prácticas ocultistas, que han podido estar en el origen de la posesión de su
hija.
Asustada, Katia buscó ayuda: “Siempre me había sentido como atraída por la Iglesia,
aunque no la frecuentaba. Por ello decidí un día consultar a un sacerdote
exorcista, y luego a otro. Pero, para mi gran sorpresa, me
aconsejaron proseguir mis actividades de magnetismo, y sus
oraciones no mejoraron nada mis problemas. Siguiendo el consejo de mi pareja,
pedí una cita con el padre Timothée. Tras varias horas de conversación, el
discernimiento estaba claro: yo había sido sacrificada y ofrecida
a Satanás por una persona de mi familia, involucrada en
la masonería”.
Comprendió que su vida había
estado marcada por un dolor debido a esos poderes preternaturales de
su familia: “Un sufrimiento convertido en un
malestar continuo, una lucha permanente para terminar lo que empezaba,
dificultades de aceptación de mi situación, un aborto espontáneo, numerosas
relaciones tóxicas, malos encuentros, complicaciones sistemáticas en mis
relaciones afectivas, desequilibrio emocional, problemas constantes de sueño,
la persecución de Satán…”
Katia se sometió durante cinco meses a sesiones
de exorcismo: “Todas fueron muy dolorosas, pero a
pesar de todo sentía en mí un cambio profundo. Renuncié a
todas mis prácticas esotéricas y me abrí activamente a la fe católica.
Me alejé de Satanás y me acerqué a Jesús, con quien empecé a hablar.
Tras lo cual, todo sucedió muy rápidamente. Recobré el sueño desde la primera
sesión y mi estado físico y psicológico mejoró progresivamente. Puedo decir
que recobré mi libertad".
Katia hizo la Primera Comunión en
Navidad y recibió la confirmación en Pentecostés: "Ahora
tengo la alegría de vivir la santa misa diaria en mi
parroquia, que es muy viva”.
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