JOHN
EDWARDS EVANGELIZA HOY A CIENTOS DESDE PEW MINISTRIES CON EL COMPAÑERISMO Y LA
VIRTUD
A punto de perder su matrimonio, pensando en el
suicidio y atrapado en la pesadilla de las drogas, fue detenido por la DEA... y
entre rejas le esperaba una propuesta de Dios.
Cerca de cumplir los 45
años, John Edwards se
define como felizmente casado con Ángela, padre de Jacob y dos gemelas, Caitlin
y Allyson y, sobre todo, como "un
discípulo de Jesucristo".
Pero como ha relatado
recientemente, "no siempre fue así".
Nacido en Midtown (Memphis),
recuerda como una de sus grandes pasiones acudir a su iglesia bautista y pasar
allí el mayor tiempo posible con su familia y amigos.
Pero al cumplir los 18 años y
empezar la universidad, la estabilidad emocional que le proporcionaba su
entorno, su propia iglesia y su propio grupo de amigos desapareció.
Tenía que comenzar solo,
preguntándose cuál sería el nuevo lugar en el que encajar. Recuerda que finalmente se decidió por una fraternidad
universitaria. Y
también que el día que la visitó por primera vez como miembro sería también el
último en pisar una iglesia durante años.
"EN
LO MÁS BAJO": LSD, MARIHUANA Y COCAÍNA
La historia que sigue es similar
a la que han relatado multitud de películas y series, pero consecuencias reales
y sin final feliz.
Edwards lo probó todo, desde el LSD hasta pastillas y marihuana.
Recuerda especialmente la noche en que tomó "una
de las peores decisiones" de su vida al probar la cocaína.
Al principio, lo vivió como algo
inocente, una novatada. "Podíamos beber mucho,
salir de noche, era algo divertido. Pero como muchas cosas que empiezan
pareciendo inocentes, no siempre lo son".
John tenía dinero suficiente como
para permitirse "el lujo" para sí
mismo y también para sus amigos. Invitaba a alcohol, gasolina y
drogas, pero la escena pronto dejó de ser agradable.
"Todo acabó
girando siempre en torno a dónde consumíamos, dónde conseguiríamos las drogas,
en qué casa lo haríamos… pronto nos separamos", explica.
Enganchado, pero solo de nuevo, recuerda
aquel momento como "el punto
más bajo" en el que
podía estar, consumiendo unos 20 gramos de cocaína y 30 cervezas al día.
MATRIMONIO,
FAMILIA Y ACERCAMIENTO A LA FE
"Pero Dios me
visitó una noche cuando entré a un bar y conocí a Ángela. Ella trajo
ese `algo´ a mi vida cuando necesitaba a alguien que se preocupara realmente
por mí. Desde esa noche salimos, ella me aguantó y nos casamos poco después", recuerda.
Aquel fue su primer acercamiento
al catolicismo. Pero él creía que "las
drogas pararían, que se irían solas, que decirle `sí´ a alguien para toda la
vida solucionaría los problemas"… y no fue así.
Comenzaron a llegar los hijos. Primero Jacob, al que "adoraba". Años
después llegarían Caitlin y Allyson y Ángela,
buscando llevar la fe a su marido, le perseguía para ir a misa en familia. Él,
como cada domingo por la mañana, solo quería que pasase el tiempo… y la resaca.
Pero un día, en 2011, decidió ir
a la parroquia de San Francisco, dirigida por el mediático sacerdote Larry
Richards. Emocionado por su llamado a la acción, la
virilidad y la virtud, empezó a
leer sus libros y pareció que durante un par de semanas había cambiado de vida…
"pero las drogas volvieron".
PRIMERA
RECAÍDA: "QUIERO QUE DIOS CAMBIE MI VIDA"
Y lo hicieron con fuerza. Relata
que, aunque no lo hacía a propósito, ni si quiera parecía importarle el hecho
de tener hijos o una esposa maravillosa.
"Mi madre
murió y lo único que me hizo sentir mejor fueron las drogas y el alcohol. No
sentía nada. Me quedaba despierto hasta tarde, bebiendo entre 15 y 18 cervezas
cada noche, fumando cigarrillos y consumiento cocaína", relata.
Una de esas noches sintió algo
raro. "Plap, plap, plap, plap… el corazón
empezó a palpitar violentamente. Pero no quería despertar a Ángela y que me
encontrara así porque sabía que podía dejarme… Pensé que iba a morir".
John Edwards entró a una
fraternidad universitaria buscando apoyo y amigos... pero allí fue consciente
de que "muchas cosas que empiezan pareciendo inocentes, no siempre lo
son".
En pleno ataque, pensó en rezar y
se dirigió a Dios prometiendo que si le salvaba, no volvería a consumir. Todo
volvió a la normalidad. Se acostó y, por segunda vez, tomó la
resolución de confesarse y recuperar su vida,
entonces "fuera de control".
"Le dije al
sacerdote que era un mal padre, un marido terrible, inmaduro y que no sabía cómo
cambiar y ser diferente. Quiero que Dios cambie mi vida", suplicó.
SEGUNDA
CAÍDA, ANTES DE PASCUA Y DETENIDO
La Semana Santa estaba cerca y,
una vez más, parecía que Edwards iba a cambiar de vida. Especialmente tras la
absolución, cuando se sintió vulnerable por primera vez en su vida y decidió romper con sus adicciones y tirarlo todo, la cocaína, el
alcohol…
incluso el tabaco.
Pero cuando llegó el jueves
santo, cayó de nuevo y antes de recoger a su hijo compró un nuevo
cargamento del que consumir. Con lo que no contaba era que la DEA -la
entidad federal que se encarga de combatir el tráfico y el consumo de
drogas en Estados Unidos- le seguía. Segundos después, quedaba detenido y caminaba a prisión.
"Nunca
olvidaré esa puerta gigante con barrotes, entrar y darme la vuelta mientras la
puerta se cerraba lentamente con ese ruido característico", relata.
No paraba de pensar que su vida
había terminado, a dónde iba a ir, cómo había llegado hasta ahí o qué pasaría
con su mujer y sus hijos. "¿Qué he hecho? ¿Qué
he hecho? ¿Qué he hecho?", se repetía. Y entonces, las palpitaciones volvieron, llevándole al borde de la
desesperación y a pensar incluso en acabar con su
propia vida.
UN
MENSAJE DE DIOS: "AHORA TIENES UNA NUEVA VIDA"
"Entonces
sucedió lo más extraño. Estaba allí sentado y de repente me invadió la calma.
Nunca había sentido algo así y me invadió el pensamiento de que no podía hacer
nada salvo sentarme hasta que me dejasen ir", recuerda.
Edwards solo pasó unos días en
prisión. Pero con esa celda cerrándose tras de sí por última vez, supo que
había sucedido algo más relevante que salir de
la cárcel.
"Recuerdo
mirar hacia atrás, en la celda, donde Jesús acababa de hablar a mi corazón.
Recuerdo haber pensado que lo tenía solo a él y me decía `lo intentaste, tu
vida ha terminado, ahora tienes una nueva vida y te vas a ir de aquí conmigo´", relata.
Edwards acabó detenido
por la DEA, a punto de perder su matrimonio. Entre rejas, un mensaje de Dios le
motivó a cambiar de vida para siempre... y dedicársela a él.
Aquel día era Pascua de
Resurrección. En lo que parecía toda una analogía evangélica, Edwards se
reconcilió con su padre cuando le recibió de su retención, le pidió perdón por
sus errores y decidió acudir a una iglesia que visitó años atrás.
"DIOS
QUIERE QUE TE DIGA QUE TODO VA A SALIR BIEN"
Tras la experiencia entre rejas,
no dudó en entrar a misa y probar… y nuevamente, sucedió algo inexplicable: "Me levanté después de la Misa para irme y de
repente, sentí una mano en mi hombro. No conocía a nadie allí. Me di la vuelta
y dije `padre´, y me dijo: 'Hola, John'. Recordó mi nombre, me había conocido
una vez cinco años antes. Y dijo: 'No sé por qué tu familia no está aquí, pero
Dios quiere que te diga que todo va a estar bien. John, disfruta tu
día, feliz Pascua'".
Fue el suceso que necesitó para
tomar una resolución definitiva. "Voy a
recuperar mi vida y a entregártela, Señor", prometió.
Su siguiente paso fue enfrentarse
cara a cara con su adicción. Fue su padre el que le llevó al centro, pero
lo que no esperaba era ver allí a Ángela. Él la miró de arriba abajo,
atónito e incrédulo al escuchar que no iba a dejarle pasar solo por
aquella situación.
Treinta días después, no quedaba
nada del viejo Edwards. Se había desintoxicado, dejo las drogas y el alcohol y empezó
a redirigir su día a día.
NUEVO
MENSAJE, AHORA A UN DEDICADO EVANGELIZADOR
Una mañana, entró a la Iglesia y
Dios terminó por "cambiar" su vida
y le permitió "ver la belleza de la
Eucaristía. Sentí que estaba hablando a mi corazón, como dándome el regalo
de conocer las claves para seguir a Cristo".
John se confesó, comenzó a
frecuentar la comunión y supo que podía ser una mejor persona. Desde
entonces, dedica su vida por entero a su familia, a su fe y la
evangelización a través de
varios apostolados. Se cuentan por cientos las personas a las que desde
entonces sigue llegando a través de Just a Guy in the Pew, que dirige. Su apostolado
tiene como fin ayudar a edificar en cada parroquia
grupos de hombres que se sirvan de apoyo mutuo
en la vida de la gracia y la lucha contra el pecado a través de cuatro pilares:
la adoración, el compañerismo y la camaradería, la
entrega y la formación.
Concluye con un mensaje a otros
hombres que pueden ser víctima de las adicciones o la debilidad,
invitándoles a "convertirse en los hombres por los que Él
murió, para que sean lo que
necesitan su familia e hijos y lo que todos necesitamos, porque nos necesitamos
los unos a los otros".
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