¿Era, entonces, necesario derramar la sangre para la reconciliación de los hombres?
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
A veces nos preguntamos si Cristo tenía que derramar su sangre para salvarnos
del pecado y de la muerte.
La
pregunta encuentra una respuesta en la Carta
a los Hebreos, cuando claramente se dice que no hay remisión de los
pecados sin derramamiento de sangre: Cristo, con su sacrificio, anula el pecado
(Hb 9,22 y 26).
Un texto anónimo, quizá del siglo
XVII, aborda el tema con palabras que conservan una actualidad sorprendente.
Primero lanza la pregunta: “¿Era, entonces, necesario derramar la sangre para la
reconciliación de los hombres?”.
Luego
ofrece su respuesta: “Respondo diciendo que era
necesario que el hombre viese, con sus propios ojos, el amor. Y no hay amor más
grande que el de dar la vida (cf. Jn 15,13)”.
La conclusión resulta natural: “Observa, por lo tanto, que no puede haber amor sin derramamiento de sangre; no hay manifestación perfecta de Dios sin sacrificio”.
El texto anónimo llega incluso
más lejos: “¡Oh maravilla inefable! ¡No es el
hombre quien ofrece un sacrificio a Dios, sino Dios quien sacrifica a su Hijo
para saciar el hambre de amor del hombre!”
El amor de Dios Padre, por lo
tanto, se ha manifestado plenamente en ese sacrificio que hacemos presente,
como Iglesia, cada vez que nos reunimos y celebramos la Eucaristía.
En cada misa vemos, tocamos,
incluso comemos y bebemos, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nos desvelan la
locura del Amor de un Dios que busca y llama a cada uno de sus hijos.
Por eso, con toda la Iglesia,
damos continuamente gracias al Padre porque nos ha manifestado todo su Amor a
través de la Sangre del Cordero que quita el pecado del mundo y nos regala,
generosamente, la vida eterna.
(Los
textos aquí citados del autor anónimo del siglo XVII están tomados de este
volumen: Maestro di San Bartolo, Abbi a cuore il Signore, San
Paolo, Cinisello Balsamo 2020, pp. 266-267).
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