Aplaca Señor misericordioso tu justa indignación provocada por nuestros pecados, calma las iras de la tierra, del mar y de los elementos para que no seamos castigados con terremotos, tempestades, pestes, guerras, ni otras calamidades que de continuo nos amenazan.
Líbranos
Salvador nuestro amorosísimo, de todo mal y peligro en la vida y en la muerte,
y obra el mayor de tus milagros en favor nuestro, haciendo que te amemos y te
sirvamos de tal suerte en este mundo, que merezcamos verte y gozar de ti en el
cielo, donde con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas Dios, Uno y Trino,
en infinita gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
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