PÍO XII
«INGRUENTIUM MALORUM»
SOBRE EL ROSARIO EN LA FAMILIA
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 15 de septiembre de 1951
(...) Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse ya
el próximo mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran acudir con
mayor frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a María
mediante las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año, Venerables
Hermanos, deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo requieren las
necesidades cada día más graves; pues bien conocida Nos es la poderosa eficacia
de tal devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien
puede conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el
santo Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su
origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué plegaria, en efecto, más idónea y más bella que la
oración dominical y la salutación angélica, que son como las flores con que se
compone esta mística corona? A la oración vocal va también unida la
meditación de los sagrados misterios, y así se logra otra grandísima ventaja, a
saber, que todos, aun los más sencillos y los menos instruidos, encuentran en
ella una manera fácil y rápida para alimentar y defender su propia fe. Y en
verdad que con la frecuente meditación de los misterios el espíritu, poco a
poco y sin dificultad, absorbe y se asimila la virtud en ellos encerrada, se
anima de modo admirable a esperar los bienes inmortales y se siente inclinado,
fuerte y suavemente, a seguir las huellas de Cristo mismo y de su Madre. Aun la
misma oración tantas veces repetida con idénticas fórmulas, lejos de resultar
estéril y enojosa, posee (como lo demuestra la experiencia) una admirable
virtud para infundir confianza al que reza y para hacer como una especie de
dulce violencia al maternal corazón de María.
4. Trabajad, pues, con especial solicitud,
Venerables Hermanos, para que los fieles, con ocasión del mes de octubre,
practiquen con la mayor diligencia método tan saludable de oración y para que
cada día más lo estimen y se familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo
cristiano podrá comprender la excelencia, el valor y la saludable eficacia del
santo Rosario.
JUAN XXIII
«GRATA RECORDATIO»
SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO
Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada
el 26 de Septiembre de 1959
Desde los años de Nuestra juventud, a menudo
vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas [1] que
Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre,
dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente
durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias
por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración
y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación
a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de
la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos
saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de
mística corona, en la cual las oraciones del "Pater noster", del
"Ave María" y del "Gloria Patri" se entrelazan con la
meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente
la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de
Jesucristo, nuestro Señor.
JUAN PABLO
II
Meditar con María los
misterios de la Redención rezando el Rosario
(Homilía pronunciada durante la Misa para las
Asociaciones y Movimientos marianos en la plaza de San Pedro, 2 de octubre de
1983)
EL
SALUDO DEL ARCÁNGEL GABRIEL A MARÍA
1. «Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué
saludo aquél...». Hoy, primer domingo de octubre, os saludo a todos los
miembros de los Movimientos marianos, devotos del «Saludo
del ángel» que estáis en Roma con ocasión del Jubileo extraordinario de
nuestra Redención. (�) El Evangelista Lucas dice que María «se
turbó» ante las palabras que le dirigió el arcángel Gabriel en el momento de la
anunciación y «se preguntaba qué saludo era aquél».
Esta meditación de María constituye el modelo
primero de la oración del Rosario. Es la oración de quienes aman el saludo del
ángel a María. Lss personas que rezan el Rosario vuelven a tomar con el
pensamiento y el corazón la meditación de María y rezando meditan «qué saludo era aquel».
EL CONTENIDO
ARCANO DEL MENSAJE
2. En primer lugar repiten las palabras dirigidas a María por
Dios mismo a través de su mensajero.
Las personas que aman el saludo del ángel
a María repiten unas palabras que vienen de Dios. Al rezar el Rosario,
pronunciamos una y otra vez estas palabras. No es ésta una repetición
simplista. Las palabras dirigidas a María por Dios mismo y pronunciadas por el
mensajero divino encierran un contenido arcano.
«Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo...» (Lc 1, 28), «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42). Dicho
contenido está íntimamente vinculado al misterio de la redención. Las palabras
del saludo angélico a María introducen en este misterio y al mismo tiempo
encuentran en él su explicación.
Lo dice la
primera lectura de la liturgia de hoy, que nos remonta al libro del Génesis.
Aquí precisamente, en el trasfondo del primer y al mismo tiempo original pecado
del hombre, anuncia Dios por primera vez el misterio de la redención. Da a
conocer por vez primera su acción en la historia futura del hombre y del mundo.
En efecto, al tentador escondido bajo forma de
serpiente, el Creador habla así:
«Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya: Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar».LA VIRGEN DE NAZARET
3. Las palabras que oye María en la anunciación revelan que ha llegado el
tiempo del cumplimiento de la promesa contenida en el libro del Génesis. Del
protoevangelio pasamos al Evangelio. Está a punto de tener cumplimiento el
misterio de la redención. El mensajero del Dios eterno saluda a la «Mujer»; esta mujer es María de Nazaret. La saluda
en consideración a la «Estirpe» que Ella deberá acoger de Dios mismo. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del
Altísimo te cubrirá con su sombra»... «Concebirás y darás a luz un hijo y le
pondrás por nombre Jesús».
Palabras decisivas ciertamente. El saludo del
ángel a María marca el comienzo de las «obras de
Dios» más grandes en la historia del hombre y del mundo. Este saludo abre de
cerca la perspectiva de la redención.
No es, pues, de extrañar que María se «turbase» después de oír las palabras de este
saludo. La cercanía de Dios vivo produce siempre santo temor. Ni es de
maravillar que María preguntase «qué saludo era aquel». Las palabras del
arcángel la situaron ante un misterio divino inescrutable. Más aún, la
implicaron en la órbita de este misterio. No se puede meramente constatar tal
misterio. Hay que meditarlo de continuo y con profundidad creciente. Pues tiene
fuerza para llenar no sólo una vida, sino también la eternidad.
Y todos los que
amamos el saludo del ángel tratamos de participar en la meditación de María. Y
tratamos de hacerlo sobre todo cuando rezamos el Rosario.
GOZO, DOLOR
Y GLORIA
4. En
las palabras pronunciadas por el Mensajero en Nazaret, María como que vislumbró
en Dios toda su vida en la tierra y en su eternidad.
Pues, ¿por qué
María, al oír que iba a ser Madre de Dios, no responde con entusiasmo
espiritual, sino ante todo con un humilde Fiat: «Aquí está la sierva del Señor,
hágase en mí su palabra»?
¿Acaso no fue porque sintió ya desde entonces el
dolor acuciante del reinar «en el trono de David» que iba a corresponder a
Jesús?
Al mismo tiempo el arcángel anuncia que «su reino no tendrá fin».
En las palabras del saludo angélico a María,
comienzan a desvelarse todos los misterios en que tendrá cumplimiento la
redención del mundo, misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Igual que en el
Rosario.
Al preguntarse María «qué
saludo era aquel», parece como que entra en todos estos misterios y nos
introduce a nosotros en ellos.
Nos introduce en los misterios de Cristo y
juntamente en sus propios misterios. Su acto de meditación en el momento de la
anunciación, abre el camino a nuestras meditaciones durante el rezo del Rosario
y gracias a éste.
EN ORACIÓN
CON MARÍA
5. El
Rosario es la oración en la que, con la repetición del saludo del ángel a
María, tratamos de sacar nuestras consideraciones sobre el misterio de la
redención partiendo de la meditación de la Virgen. Su reflexión iniciada en el
momento de la anunciación prosigue en la gloria de la asunción. Profundamente
inmersa en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la
eternidad María se une, por ser Madre nuestra, a la plegaria de quienes aman el
saludo del ángel y lo expresan en el rezo del Rosario.
En esta oración
nos unimos a Ella como los Apóstoles congregados en el Cenáculo después de la
ascensión de Cristo. Lo recuerda la segunda lectura de la liturgia de hoy
sacada de los Hechos de los Apóstoles. Tras citar los nombres de cada Apóstol,
el autor escribe: «Todos ellos se dedicaban a la
oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María la madre de
Jesús, y con sus hermanos».
Con esta oración
se preparaban a recibir al Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Oraba con ellos María, quien el día de la
anunciación había recibido al Espíritu Santo con plenitud eminente. La plenitud
particular del Espíritu Santo determina en Ella una particular plenitud de
oración. Con esta plenitud singular María ora por nosotros y con nosotros.
Preside maternalmente nuestra oración. Congrega sobre toda la tierra inmensas legiones de los que aman el saludo del ángel, y éstas junto con Ella mientras rezan el Rosario «meditan» el misterio de la redención del mundo. De este modo se prepara la Iglesia sin cesar a recibir al Espíritu Santo, como el día de Pentecostés.
LA ENCÍCLICA DE LEÓN XIII SOBRE EL ROSARIO
6. Se cumple este año el primer centenario de la Encíclica del Papa León
XIII Supremi apostolatus, con la que este gran Pontífice decretó la dedicación
especial del mes de octubre al culto de la Virgen del Rosario. Subrayaba él con
fuerza en este documento, la eficacia extraordinaria de esta oración rezada con
alma pura y devoción, para obtener del Padre celestial, en Cristo y por
intercesión de la Madre de Dios, protección contra los males más graves que
puedan amenazar a la cristiandad y a la misma humanidad, y conseguir así los
supremos bienes de la justicia y la paz entre los individuos y entre los
pueblos.
Con este gesto
histórico, León XIII no hacía otra cosa sino sumarse a los numerosos Pontífices
que le habían precedido -entre ellos San Pío V- y dejaba una consigna a quienes
le iban a seguir en el fomento de la práctica del Rosario. Por ello, también yo
quiero deciros a todos: haced que el Rosario sea «dulce cadena que os una a
Dios» por medio de María.
REZAR TODOS
JUNTOS A LA MADRE DE DIOS
7. Grande
es mi alegría por haber podido celebrar hoy con vosotros la solemnidad
litúrgica de la Reina del Santo Rosario. De esta significativa manera nos
inserimos todos en el Jubileo extraordinario del Año de la Redención. (...)
Juntos todos nos dirigimos con gran amor a la Madre de Dios repitiendo las
palabras del arcángel Gabriel: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo», «bendita tú entre las mujeres».
Y en el centro de la liturgia de hoy
escuchamos la respuesta de María: «Proclama mi alma
la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, / porque ha
mirado la humildad de su sierva. / Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones».
EL ROSARIO,
PLEGARIA EN FAVOR DEL HOMBRE
(Angelus del 2 de octubre, 1983)
1. En
este mes de octubre, consagrado por tradición al Santo Rosario, quiero dedicar
la alocución del Ángelus a hablar de esta plegaria tan entrañable al corazón de
los católicos, tan amada por mí y tan recomendada por los Papas predecesores
míos.
En este Año Santo extraordinario de la
Redención, también el Rosario adquiere perspectivas nuevas y se llena de
intenciones más fuertes y más amplias que en el pasado. Hoy no se trata de
pedir grandes victorias. como en Lepanto y Viena, sino que, más bien, se trata
de pedir a María que nos haga valerosos combatientes contra el espíritu del
error y del mal, con las armas del Evangelio, que son la cruz y la Palabra de
Dios.
La plegaria del
Rosario es oración del hombre en favor del hombre: es la oración de la
solidaridad humana, oración colegial de los redimidos, que refleja el espíritu
y las intenciones de la primera redimida, María, Madre e imagen de la Iglesia:
oración en favor de todos los hombres del mundo y de la historia, vivos o
difuntos, llamados a formar con nosotros Cuerpo de Cristo y a ser, con El,
coherederos de la gloria del Padre.
2. Al considerar las orientaciones espirituales que sugiere el Rosario,
oración sencilla y evangélica (cf. Marialis cultus, 46), volvemos a encontrar
las intenciones que San Cipriano señalaba en el «Padre nuestro». Escribía él: «El Señor, maestro de paz y de unidad, no quiso que
orásemos individualmente y solos. Efectivamente, no decimos: "Padre mío,
que estás en los cielos", ni "Dame
mi pan de cada día". Nuestra oración es
por todos; de manera que, cuando rezamos, no lo hacemos por uno solo, sino por
todo el pueblo, ya que con todo el pueblo somos una sola cosa» (De
dominica oratione, 8).
El Rosario se dirige insistentemente a quien es
la expresión más alta de la humanidad en oración, modelo de la Iglesia orante y
que suplica, en Cristo, la misericordia del Padre. Lo mismo que Cristo «vive siempre para interceder por nosotros» (cf.
Hech 7, 25), también María continúa en el cielo su
misión de Madre y se hace voz de cada hombre y en favor de cada hombre, hasta
la consumación perfecta del número de los elegidos (cf. Lumen gentium,
62). Al rezarle le suplicamos que nos asista
durante todo el tiempo de nuestra vida presente y, sobre todo, en el momento
decisivo para nuestro destino eterno, que será la «hora de nuestra muerte».
El Rosario es
oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a los hombres
para recibir los frutos de la redención.
En este mes de octubre dedicado tradicionalmente al Santo Rosario, quiero recordar a todos que ésta es una oración del hombre para el hombre; es la oración de la solidaridad humana que refleja el espíritu de María, madre e imagen de la Iglesia. El Rosario se dirige a Aquella que es la expresión más alta de la humanidad
EL ROSARIO, MEMORIA CONTINUADA DE LA REDENCIÓN
(Angelus del 9 de octubre, 1983)
1. Entre los muchos aspectos que los Papas, los Santos y los estudiosos han
puesto de relieve en el Rosario, en este Año Jubilar hay que recordar
obligadamente uno. El Santo Rosario es una memoria continuada de la redención,
en sus etapas más importantes: la Encarnación del
Verbo, su Pasión y Muerte por nosotros, la Pascua que El inauguró y que se
consumará eternamente en los cielos.
Efectivamente, al considerar los
elementos contemplativos del Rosario, esto es, los misterios en torno a los
cuales se desgrana la oración vocal, podemos captar mejor por qué esta
guirnalda de Ave ha sido llamada «Salterio de la Virgen». Igual que los Salmos
recordaban a Israel las maravillas del Exodo y de la salvación realizada por
Dios, y llamaban constantemente al pueblo a la fidelidad a la Alianza del
Sinaí, del mismo modo el Rosario recuerda continuamente al pueblo de la Nueva
Alianza los prodigios de misericordia y de poder que Dios ha desplegado en
Cristo en favor del hambre, y lo llama a la fidelidad respecto a sus
compromisos bautismales. Nosotros somos su pueblo, El es nuestro Dios.
2.
Pero este recuerdo de los prodigios de Dios y esta llamada constante a la
fidelidad pasa, en cierto modo, a través de María, la Virgen fiel. La
repetición del Ave nos ayuda a penetrar, poco a poco, cada vez más hondamente
en el profundísimo misterio del Verbo Encarnado y salvador (cf. Lumen gentium,
65), «a través del corazón de Aquella que estuvo
más cerca del Señor» (Marialis cultus, 47). Porque también María, como
Hija de Sión y heredera de la espiritualidad sapiencial de Israel, cantó los
prodigios del Exodo; pero, como la primera y más perfecta discípula de Cristo,
anticipó y vivió la Pascua de la Nueva Alianza, guardando y meditando en su
corazón cada palabra y gesto del Hijo, asociándose a Él con fidelidad
incondicional, indicando a todos el camino de la Nueva Alianza: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5). Hoy,
glorificada en el cielo, manifiesta realizado en Ella el itinerario del nuevo
pueblo hacia la tierra prometida.
3. Que el Rosario, pues, nos sumerja en los
misterios de Cristo, y proponga en el rostro de la Madre a cada uno de los
fieles y a toda la Iglesia el modelo perfecto de cómo se acoge, se guarda y se
vive cada palabra y acontecimiento de Dios, en el camino todavía en marcha de
la salvación del mundo.
LOS MISTERIOS GOZOSOS DEL ROSARIO
(Angelus del 23 de octubre, 1983)
1. El Santo Rosario es oración cristiana, evangélica y eclesial, pero
también oración que eleva los sentimientos y afectos del hombre.
En los misterios gozosos, sobre los que nos
detenemos hoy brevemente, vemos un poco todo esto: la alegría de la familia, de
la maternidad, del parentesco, de la amistad, de la ayuda recíproca. Cristo, al
nacer asumió y santificó estas alegrías que el pecado no ha borrado totalmente.
El realizó esto por medio de María. Del mismo modo, también nosotros hoy, a
través de Ella, podemos captar y hacer nuestras las alegrías del hombre: en sí
mismas, humildes y sencillas, pero que se hacen grandes y santas en María y en
Jesús.
En María, desposada virginalmente con José y
fecundada divinamente, está la alegría del amor casto de los esposos y de la
maternidad acogida y guardada como don de Dios; en María, que solícita va a
Isabel, está la alegría de servir a los hermanos llevándoles la presencia de
Dios; en María, que presenta a los pastores y a los Magos el esperado de
Israel, está la coparticipación espontánea y confidencial, propia de la
amistad; en María, que en el templo ofrece su propio Hijo al Padre celestial,
está la alegría impregnada de ansias, propia de los padres y de los educadores
con relación a los hijos o a los alumnos; en María, que después de tres días de
afanosa búsqueda, vuelve a encontrar a Jesús, está la alegría paciente de la
madre que se da cuenta de que el propio hijo pertenece a Dios antes que a ella
misma.
LOS
MISTERIOS DOLOROSOS DEL ROSARIO
(Angelus del 30 de octubre, 1983)
En este último domingo del mes octubre,
reflexionamos aún sobre Rosario.
En los misterios dolorosos contemplamos en
Cristo todos los dolores del hombre: en El, angustiado, traicionado,
abandonado, capturado aprisionado; en El, injustamente procesado y sometido a
la flagelación; en El, mal entendido y escarnecido su misión; en El, condenado
con complicidad del poder político; en El conducido públicamente al suplicio y
expuesto a la muerte más infamante: en El, Varón de
dolores profetizado por Isaías, queda resumido y santificado todo dolor humano.
Siervo del Padre, Primogénito entre muchos
hermanos, Cabeza de la humanidad, transforma el padecimiento humano en oblación
agradable a Dios, en sacrificio que redime. El es el Cordero que quita el
pecado del mundo, el Testigo fiel, que capitula en sí y hace meritorio todo
martirio.
En el camino doloroso y en el
Gólgota está la Madre, la primera Mártir. Y nosotros, con el corazón de la
Madre, a la cual desde la cruz entregó en testamento a cada uno de los
discípulos y a cada uno de los hombres, contemplamos conmovidos los
padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la obediencia hasta la muerte, y
muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a cada hombre como hermano, para
estar con Ella junto a las innumerables cruces en las que el Señor de la gloria
todavía está injustamente enclavado, no en su Cuerpo glorioso, sino en los
miembros dolientes de su Cuerpo místico.
EN EL
ROSARIO, LAS ESPERANZAS DEL HOMBRE
(Angelus del 6 de noviembre, 1983)
En los misterios gloriosos del Santo
Rosario reviven las esperanzas del cristiano: las
esperanzas de la vida eterna que comprometen la omnipotencia de Dios y las
expectativas del tiempo presente que obligan a los hombres a colaborar con
Dios.
En Cristo resucitado resurge el mundo entero y
se inauguran los cielos nuevos y la tierra nueva que llegarán a cumplimiento a
su vuelta gloriosa, cuando «la muerte no existirá
más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado» (Ap
21, 4).
Al ascender Cristo al cielo, en El se exalta a
la naturaleza humana que se sienta a la diestra de Dios, y se da a los
discípulos la consigna de evangelizar al mundo; además, al subir Cristo al
cielo, no se eclipsa de la tierra, sino que se oculta en el rostro de cada
hombre, especialmente de los más desgraciados: los
pobres, los enfermos, los marginados, los perseguidos...
Al infundir el Espíritu Santo en Pentecostés,
dio a los discípulos la fuerza de amar y difundir la verdad, pidió comunión en
la construcción de un mundo digno del hombre redimido y concedió capacidad de
santificar todas las cosas con la obediencia a la voluntad del Padre celestial.
De este modo encendió de nuevo el gozo de donar en el ánimo de quien da, y la
certeza de ser amado en el corazón del desgraciado.
En la gloria de la Virgen elevada al cielo,
contemplamos entre otras cosas la sublimación real de los vínculos de la sangre
y los afectos familiares, pues Cristo glorificó a María no sólo por ser
inmaculada y arca de la presencia divina, sino también por honrar a su Madre
como Hijo. No se rompen en el cielo los vínculos santos de la tierra; por el
contrario, en los cuidados de la Virgen Madre elevada para ser abogada y
protectora nuestra y tipo de la Iglesia victoriosa, descubrimos también el
modelo inspirador del amor solícito de nuestros queridos difuntos hacia
nosotros, amor que la muerte no destruye, sino que acrecienta a la luz de Dios.
Y, finalmente, en la visión de María ensalzada
por todas las criaturas, celebramos el misterio escatológico de una humanidad
rehecha en Cristo en unidad perfecta, sin divisiones ya ni otra rivalidad que
no sea la de aventajarse en amor uno a otro. Porque Dios es amor.
Así es que, en los misterios del
Santo Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y gloria de Cristo y
su Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas del hombre.
EN
ORACIÓN CON MARÍA, MADRE DEL SEÑOR
(Angelus del 13 de noviembre, 1983)
1. La Iglesia es, ante todo, una comunidad orante. El Pueblo de Dios ha
sido liberado para celebrar el culto del Señor. Toda la vida de los redimidos
debe ser un acto de culto, una liturgia de alabanza, un sacrificio agradable a
Dios.
La transformación de nuestra vida y del mundo en sacrificio de alabanza
no es obra nuestra, sino del Señor. Uniéndonos a Cristo-Sacerdote, a su
sacrificio y a su oración, nosotros con todo el universo nos convertimos en una
ofrenda al Señor.
Los creyentes son esencialmente una comunidad
litúrgica: en el templo, en las casas, en la vida ejercitan el oficio
sacerdotal. Los Hechos de los Apóstoles, al presentar los rasgos fundamentales
de la Iglesia primitiva, ponen de relieve la importancia que en ella tenía la
«oración»: «Perseveraban en oír la enseñanza de los
Apóstoles, y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración...
Diariamente acudían unánimemente al templo, partían el pan en las casas...
alabando a Dios» (Act 2, 42. 46-47). Y también: «Todos
éstos perseveraban unánimes en la oración... con María, la Madre de Jesús» (Act
1, 14).
2. En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no
sólo en los orígenes de la fe, sino en todo tiempo.
«Así aparece Ella en la visita a la madre del
Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de
humildad, de fe, de esperanza: tal es el Magníficat, la oración por excelencia
de María, él canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exultación
del Antiguo y del Nuevo Israel» (Exhortación Apostólica de Pablo VI Marialis cultus, 18). María aparece
virgen en oración en Caná, virgen en oración en el Cenáculo. «Presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la
Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su
misión de intercesión y salvación. Virgen orante es también la Iglesia, que
cada día presenta al Padre las necesidades de sus hijos, alaba incesantemente
al Señor e intercede por la salvación del mundo» (ib. 181).
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