Ángelus del Papa en el V domingo del tiempo ordinario. 8 febrero 2015
Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El
Evangelio de hoy (Mc 1, 29-39) nos presenta a Jesús, que después de haber
predicado en la Sinagoga, cura a tantos enfermos. Predicar y curar: ésta es la actividad principal de
Jesús en su vida pública. Con la predicación Él anuncia el Reino de Dios y
con las curaciones demuestra que nos está cerca, que el Reino de Dios está en
medio de nosotros.
Jesús,
una vez entrado en la casa de Simón Pedro, ve que su suegra está en cama con la
fiebre; inmediatamente le toma la mano, la cura y la hace levantar. Luego del
ocaso, cuando terminado el sábado la gente puede salir y llevarle a los
enfermos, sana a una multitud de personas afectadas por enfermedades de todo
tipo: físicas, psíquicas y espirituales.
Jesús,
venido al mundo para anunciar y salvar a cada hombre y a todos los hombres
muestra una particular predilección por aquellos que están heridos en
el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, lo
endemoniados, enfermos y marginados, revelándose medico de
almas y cuerpo, buen Samaritano del hombre”. Es el
verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús
sana.
Tal
realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a
reflexionar sobre el sentido y el valor de
la enfermedad. A
esto nos llama la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos
el próximo miércoles 11 de febrero, memoria liturgica de la Beata Virgen María
de Lourdes. Bendigo las iniciativas preparadas para esta Jornada, en particular
la Vigilia que tendrá lugar en Roma en la
tarde del 10 de febrero. Y aquí me detengo para recordar al Presidente del
Pontificio Consejo para los Enfermos, para la salud, Mons. Zygmunt Zimowski,
que es muy amado en Polonia. Una oración para él, por su salud, porque ha sido
él que ha preparado esta jornada y él nos acompaña desde su sufrimiento en este
día. Una oración para Mons. Zimowski.
La obra salvífica de
Cristo no se termina con su persona y en el arco de su vida terrena, esta
continúa mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios por los hombres.
Jesús, enviando en misión a sus discípulos, les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los
enfermos (cfr. Mt 10,7-8). Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha
considerado la asistencia a los enfermos parte
integrante de su misión.
“Los pobres y los enfermos estarán siempre con ustedes”, enseña Jesús, (cfr. Mt 26,11) y la Iglesia continuamente los
encuentra por su camino, considerando a las personas enfermas como un
camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y para servirlo.
Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la
carne de Cristo.
Esto
sucede también en nuestros tiempos, cuando no obstante los múltiples progresos
de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas suscitan fuertes
interrogantes acerca del sentido de la enfermedad y del dolor y sobre el porqué
de la muerte. Se trata de preguntas esenciales, a las cuales la acción pastoral
de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo ante los ojos el
Crucifijo, en el cual aparece todo el misterio salvífico de Dios Padre, que por
amor de los hombres no ha ahorrado a su propio hijo (cfr. Rm 8, 32).
Por lo
tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la Palabra de Dios
y la fuerza de la gracia a aquellos que sufren y a cuantos los asisten,
familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se cumpla cada
vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, con
ternura. La Iglesia madre, a través de nuestras manos, acaricia nuestros
sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.
Recemos a María,
“Salud de los enfermos”, para que toda persona en la enfermedad pueda
experimentar, gracias a la atención de quien le está cerca, la potencia del
amor de Dios y la consolación de su ternura materna.
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