El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo.
Por: P. Juan J. Ferrán | Fuente: Catholic.net
Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida
experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista
que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde
su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de
abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que
quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.
Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y
le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión
de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece
que siempre está comprometido en esta lucha.
Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública.
Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos
que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se
dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la
mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los
demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en
definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta
invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su
pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.
"Él se levantó y le siguió" (Mt
9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar
el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no
regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de
Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: "Se
levantó", como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida
pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar
algo propio, personal. Y "le siguió", es
decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros
valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta
decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se
había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de
remordimiento.
"No he venido a llamar a justos sino a
pecadores" (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer
en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos
preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y
pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: "No
necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a
aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no
sacrificio" (Mt 9, 10-13).
Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y
cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se
enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se
extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían
aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que
ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil
sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos
mismos que se consideraban justos.
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