En Dios encontramos la fuente verdadera
Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
El manantial
tiene una belleza única, la que corresponde a un inicio limpio, fresco y
prometedor.
El manantial, desde ese inicio, sostiene una corriente de agua. Con más o menos fuerza, avanza entre rocas y bosques, desciende hacia los valles, en busca de la mar.
Los manantiales hablan de sencillez, de transparencia, de pureza, de
vida. Animan la existencia de quienes dependen de su fuerza y de sus riquezas.
En el
mundo del espíritu hay manantiales que generan esperanza, que renuevan amores,
que mantienen viva esa fe que salva.
Son
manantiales que alimentan corazones, que lavan ideas engañosas, que elevan las
mentes al recuerdo de los orígenes y las impulsan hacia la meta eterna.
"Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí, como
dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7,37 38; cf. Jn 4).
"A orillas del torrente, a uno y otro margen, crecerán toda clase
de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se
agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque este agua viene del
santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina" (Ez 47,12 13).
En un mundo enturbiado y oscurecido por tantas ideas engañosas, por
tantas pasiones egoístas, por tantas avaricias y tantas envidias, necesitamos
abrirnos a los manantiales del espíritu, a las aguas que ofrecen vida
verdadera.
Tras los
largos días del invierno, un manantial ha empezado a brotar en las alturas.
Agua nueva sale de la tierra porque antes vino del cielo. Ese agua simboliza la
vida que mana del costado de Cristo en el Calvario para limpiar pecados y para
hacernos hijos en el Hijo...
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