TEVEN A RICHARDS VIVIÓ COMO MUJER 8 AÑOS... DEJARLO FUE «LO MÁS DIFÍCIL» QUE HA HECHO EN SU VIDA
Steven A. Richards vivió como mujer durante ocho
años, víctima del lobby transgénero: hoy destapa sus verdaderos objetivos.
Durante ocho años, Steven A.
Richards vivió como una mujer. Desde pequeño tuvo un listado de
afecciones que, al no ser tratadas -como sucede en muchos otros casos- desembocaron
en una profunda disforia de género. La experiencia, relata en su blog, le dejó “delirante, paranoico
y enfermo”. Hoy sabe que nunca podrá ser el que era y advierte a todos los
públicos sobre la perversión trans.
Especialmente, sobre su verdadero
objetivo, “la autoaniquilación”.
El calvario de Steven comenzó a los 14 años, con unos problemas que le sepultaron uno
detrás de otro hasta casi sumirle en la locura.
Primero fueron las agresiones que sufrió su madre cuando
él era pequeño. Después llegó el acoso y abuso sexual en la escuela. Llegó el turno del diagnóstico del TOC y del autismo.
Y finalmente, el autoconvencimiento de que, aunque “nunca
había participado en una pelea”, como hombre blanco era “directamente responsable de la opresión que sufrieron
las mujeres y personas de color”.
"ME
ODIABA POR SER HOMBRE Y BLANCO"
“Creía que haber
nacido en mis circunstancias me convertía en un monstruo, que todos los hombres
eran malvados y que todas las mujeres eran virtuosas”, relata. Definitivamente, estaba “aterrorizado” por
los efectos que la testosterona generaba día tras día en su cuerpo de manera
irremediable.
Con 15 años, estaba convencido de
que su cuerpo era su “enemigo”. También
lo era “del mundo” y se declaró transexual.
“Me odiaba y quería
castigarme a mí mismo. No podía dejar de ser blanco, pero tal vez si podría
dejar de ser hombre”, relata. El primer paso fue acabar
con “el veneno” que corría por su propio
cuerpo, la testosterona.
“Cuando estás
siendo envenenado, cuando tu alma misma está en peligro, harías cualquier cosa
para detenerlo. Y para mí es lo que significó la transición. No tenía ningún
motivo para querer ser mujer, excepto de que [creía que] las mujeres eran
mejores que los hombres”, menciona.
SUS
PATOLOGÍAS Y TRUAMAS, ¿CULPA DE LA SOCIEDAD TRANSFÓBICA?
Con 15 años comenzó
a tomar Lupron, un quimioterápico usado para detener la
pubertad. A los 16, comenzó a tomar estrógeno sintético.
LEJOS DE FUNCIONAR,
TODO EMPEORÓ.
“La medicación me
hizo sentir peor, no mejor. No podía pensar con claridad. Empecé a
faltar a la escuela. Desarrollé migrañas crónicas. Me dolían los
huesos. Empecé a tener tendencias suicidas y casi no pude
graduarme de la escuela secundaria”, relata.
La comunidad LGBT que Steven
creía que se dedicaría a ayudarle solo le dijo que aquellos problemas eran “manifestaciones de disforia de género y estrés de las
minorías”.
“El empeoramiento
de mi salud no tuvo nada que ver con mi rechazo a mi cuerpo e identidad o los
medicamentos experimentales que estaba tomando; todo fue culpa de la sociedad
transfóbica”, relata con ironía.
Los “especialistas”
médicos transmitieron a sus padres un mensaje: Steven era trans, y lo
mejor que podía hacer era completar la transición.
LA
PEOR DECISIÓN DE SU VIDA
Pero él era demasiado joven para
entender lo que hacía, “no sabía a lo que
estaba renunciando” y, por ahora, aún no había tomado “la peor decisión” de
su vida.
Pese a que cada vez se sentía
peor, paralizar la transición significaría que su cuerpo se masculinizaría y
esto le aterraba. Con 19 años, ya ni si quiera le importaba ser
mujer. Solo deseaba acabar con el odio a sí mismo con que se despertaba cada mañana.
Y decidió realizarse una
orquiectomía o lo que es lo mismo, “una
castración”: “Quería que me extirparan los testículos, la fuente de
testosterona, la fuente del veneno y símbolo de todo lo que odiaba”.
Pero los resultados no fueron los
esperados. “La euforia que me habían prometido no
se materializó. Mutilarme a mí mismo no me hizo una persona
completa, solo mutilada”, recuerda.
Dos años después fue consciente
de la realidad: “La transición nunca me iba a
curar. No pude obligarme a creer la mentira de nuevo”.
Decidió abandonar el proceso,
años después de saber que se arrepentía profundamente de lo que había hecho con
su cuerpo.
LOS
EFECTOS SECUNDARIOS DE LA TRANSICIÓN, DE POR VIDA
A día de hoy, Steven continua teniendo pesadillas donde
se ve corriendo y gritando pidiendo que arreglen su cuerpo y que vuelva a ser
como era. Durante años después de la operación, sufrió una “disonancia cognitiva severa” en
la que su realidad y sus creencias sobre el resultado de su operación entraban
en un conflicto cada vez mayor.
“Finalmente tuve
que admitir lo que había ocurrido. No me había curado, me había arruinado y
nunca recuperaré lo que perdí. Me he vuelto completamente dependiente de la
industria farmacéutica para la testosterona artificial, que nunca será tan
buena como la real. Aceptar lo que perdí ha sido lo más difícil
que he hecho”, lamenta.
Actualmente, desde su blog, sus
redes sociales y en colaboraciones con otros medios como Washington Examiner se
dedica a destapar las verdaderas intenciones de los lobbies de género y la
llamada "transición".
EL
OBJETIVO FINAL DEL LOBBY LGBT
Esta, explica, "nace de la ideología, el odio hacia uno mismo, el
trauma y la manipulación por parte de extraños en internet. Los
adolescentes homosexuales, los autistas, las personas con discapacidad mental y
las víctimas de violencia sexual son los más afectados. Los
inversores farmacéuticos y cirugía plástica se están enriqueciendo con
la carnicería, la mutilación y la esterilización masiva de estas poblaciones
vulnerables y traumatizadas. Los médicos y terapeutas que ayudan a las
personas en transición no brindan atención, sino que permiten la autolesión y
practican la eugenesia".
En sus redes sociales, no son pocas las veces que vincula
el nuevo movimiento woke con
la ideología de género. Menciona que esta ideología "enseña
que los hombres oprimen a las mujeres" por naturaleza, y que "cualquier interacción entre un hombre y una mujer
está desequilibrada a favor del hombre", por lo que "los hombres ejercen poder sobre las mujeres
solo con existir",
describe.
Los más vulnerables, niños,
personas traumatizadas y enfermos mentales son los principales perjudicados: "Se les dice que su infelicidad es el síntoma de la
disforia de género y que el tratamiento consiste principalmente en medicamentos
y cirugía no probados pero altamente rentables". Y por si fuera
poco, "se les dice que si no reciben este
tratamiento, van a morir por suicidio. El movimiento trans crea una epidemia de
suicidios y luego se vende como la solución".
Por ello, concluye tajante sobre "el objetivo
final" de los lobbies de género y la transición: "No es la autorrealización. Es
autoaniquilación".
Artículo de
hemeroteca publicado en julio de 2022.
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