Diez años después, una misma convicción en el poder evangelizador de las JMJ. En la imagen, monseñor Munilla en la JMJ de Río de Janeiro en 2013, la primera de Francisco.
Cerca de 1.400 jóvenes de
nuestra diócesis de Orihuela-Alicante han acudido a participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)
de Lisboa, que tendrá su momento culminante y conclusivo el domingo 6 de
agosto. A pesar de tratarse de un buen número, no nos resignamos a que el resto
de los jóvenes alicantinos queden sin beneficiarse de esta gran fiesta de la fe
que es la JMJ. Muy al contrario, nuestro propósito es que estos peregrinos
sean, a modo de avanzadilla diocesana, testigos
y misioneros que, a su retorno, ayuden a reactivar en
sus propios ambientes la evangelización
de la juventud.
Las Jornadas Mundiales de la
Juventud son hijas de San Juan Pablo II,
quien tuvo la intuición de poner en marcha de forma periódica este gran
encuentro juvenil, integrando así la acción evangelizadora de los jóvenes en la
cultura de la globalización. Con la presente, son ya 15 las
convocatorias internacionales realizadas:
en 1987, en Buenos Aires (Argentina); en 1989, en Santiago de Compostela
(España); en 1991, en Czestochowa (Polonia); en 1993, en Denver (Estados
Unidos); en 1995, en Manila (Filipinas); en 1997, en París (Francia); en 2000,
en Roma (Italia); en 2002, en Toronto (Canadá); en 2005, en Colonia (Alemania);
en 2008, en Sydney (Australia), en 2011, en Madrid (España); en 2013, en Río de
Janeiro (Brasil); en 2016, en Cracovia (Polonia); en 2019 en Panamá y, ahora,
en 2023, en Lisboa (Portugal).
Ante una ‘movida’
de estas proporciones, parece inevitable una pregunta: ¿merece la pena el esfuerzo tan grande que requiere la organización
de un encuentro de estas dimensiones? Los que ya ‘pintamos canas’ hemos sido testigos del inmenso
bien que ha hecho a
los jóvenes y a la propia Iglesia esta apuesta tan atractiva como exigente. ¡Cuántas
conversiones, vocaciones, matrimonios, cuántas iniciativas han nacido de la
JMJ!
Me atrevo a resumir en tres aspectos la potencia evangelizadora de esta JMJ de Lisboa:
1.- Frente a un laicismo que pretende la privatización del hecho
religioso, la dinámica de la JMJ ayuda a los jóvenes a no acomplejarse de su fe y a compartirla en sociedad, en unos parámetros de encuentro entre fe y
modernidad. Si bien es cierto que San Pablo dice aquello de “la
fe viene del mensaje que se escucha” (Rom 10, 17), también es cierto que
la fe no solo se alimenta de lo que nuestros oídos escuchan, sino de lo que
nuestros ojos ven. El género testimonial es el lenguaje evangelizador prioritario de
la JMJ.
2.- Frente a la desafección hacia la Iglesia,
que se traduce en “Cristo sí, Iglesia no”, o
incluso en “espiritualidad sí, religión no”, la
JMJ es un verdadero baño de eclesialidad. En efecto, la JMJ tiene en su cumbre el
encuentro con el Papa, el cual es el signo de la unidad de la Iglesia y recordatorio viviente de las palabras
de Jesús de Nazaret dirigidas
al primer Papa: “Tú eres Pedro y sobre
esta roca edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no la derrotarán” (Mateo
16, 18). Por otra parte, la edad avanzada del Papa Francisco no
disminuye su carisma en el encuentro con los jóvenes. Es encomiable el esfuerzo
que realiza el Papa en pleno mes de agosto, a sus 86 años de edad, cuando se da
la circunstancia de que a finales de agosto se dispone a emprender un viaje
apostólico a Mongolia, ni más ni menos.
3.- Frente a la crisis de paternidad y de maternidad en el contexto de la crisis antropológica de
nuestros días, la figura de la Virgen María brilla de una
forma muy especial en esta edición de la JMJ en Lisboa. Lo destaco, por una
parte, por la referencia al lema mariano de esta edición de la JMJ: María se levantó y partió sin demora (Lc 1,39). Pero lo subrayo, también, por el
influjo tan benéfico e icónico del santuario de Fátima, tanto hacia Portugal como hacia el resto de la
Iglesia católica. Como no podía ser de otra forma, visitaremos Fátima con
nuestros jóvenes peregrinos de Orihuela-Alicante y en la Capelinha de
las Apariciones le pediremos por todas las familias, por nuestra
diócesis, por España en estos momentos tan difíciles,
por los pobres y los enfermos que sufren… Una vez más, se demuestra que la
figura de María es especialmente evangelizadora; y sin olvidar que “donde no hay madre, hay desmadre”.
En definitiva, se trata de evangelizar desde la JMJ. No
es cierto que la JMJ sea un mero lugar de encuentro intercultural y que su
objetivo se reduzca a una convivencia pacífica entre culturas y sensibilidades
diversas. Eso está muy bien, pero aspiramos a mucho más: la JMJ es, ante todo, un evento de evangelización especialmente
pensado y diseñado para los jóvenes, tal y como lo dio a luz Juan Pablo II; tal y como Benedicto
XVI lo continuó; y tal y como el Papa Francisco lo ha vuelto a
convocar. El fin de la JMJ es dar a conocer a Jesús como luz y salvación del mundo, invitándonos a abrir las puertas de
nuestro corazón a Cristo, por medio de nuestra conversión.
Las nuevas tecnologías nos
permiten un seguimiento exhaustivo de los actos en los que nos disponemos a
tomar parte. Estás invitado a convertirte en un peregrino virtual de la JMJ a
través de www.enticonfio.org,
donde te ofrecemos un amplio programa.
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